La última mohicana de la izquierda israelí
La diputada feminista Merav Michaeli gana las primarias del histórico Partido Laborista con la esperanza de salvarlo de la extinción en las urnas en marzo
“No sé que será de Israel si no se produce un cambio político”. La advertencia de la diputada Merav Michaeli resonaba con eco apocalíptico en la videoconferencia con periodistas extranjeros, interesados por la sorpresa que ha representado la nueva líder de la izquierda histórica. Hace una semana derrotó en unas primarias internas, con el 77% de los votos, a la vieja guardia del partido que fundó el Estado judío en 1948. Aspira a salvar del olvido al laborismo, al que todas las encuestas situaban has...
“No sé que será de Israel si no se produce un cambio político”. La advertencia de la diputada Merav Michaeli resonaba con eco apocalíptico en la videoconferencia con periodistas extranjeros, interesados por la sorpresa que ha representado la nueva líder de la izquierda histórica. Hace una semana derrotó en unas primarias internas, con el 77% de los votos, a la vieja guardia del partido que fundó el Estado judío en 1948. Aspira a salvar del olvido al laborismo, al que todas las encuestas situaban hasta ahora como extraparlamentario en las legislativas del 23 de marzo, las cuartas a las que han sido llamados los israelíes en menos de dos años.
“Desde el asesinato de [el laborista Isaac] Rabin y la primera victoria de [el conservador Benjamín] Netanyahu, hace un cuarto de siglo, vivimos un declive de la democracia imparable”. Michaeli, de 54 años, se expresa con desenvoltura ante la cámara tras 25 años de ejercicio del periodismo y cerca de una década en un escaño parlamentario de la Kneset. “Necesitamos un cambio, aprovechar esta oportunidad para reconstruir un Gobierno de centroizquierda”.
Su aplastante victoria en las primarias —a pesar de que el aparato de la organización intentó suspenderlas y se vio obligada a recurrir ante la justicia— ha dado un vuelco a los sondeos de intención de voto. El Partido Laborista vuelve a contar con una opción de cinco diputados, en una Cámara de 120 escaños, para sumarlos a una coalición alternativa a Netanyahu, quien se mantiene ininterrumpidamente al timón del poder en Israel desde 2009.
“Bienvenida al peor puesto de la política israelí”, saludó su triunfo con sorna el columnista Anshel Pfeffer en las páginas de Haaretz, diario progresista en el que Michaeli trabajó. “Eres la décima líder del partido en los últimos 20 años”, le recordaba su excolega, “y eso sin contar a los que han repetido en el cargo”. El histórico Avodá, heredero de fuerzas que gobernaron en Israel durante tres décadas a partir de 1948, no ha dejado de dar bandazos.
La izquierda triunfó en las urnas en 1992, gracias al empuje de Rabin, con el 34% de los sufragios. Hace dos décadas, el primer ministro Ehud Barak cayó derrotado en los albores de la Segunda Intifada (2000-2005), que disipó la esperanza puesta en los Acuerdos de Oslo con los palestinos.
Socio menor en Gobiernos del centroderecha, diluido en la oposición de centroizquierda, el laborismo ha ido perdiendo peso específico. Después de resurgir en los comicios de 2015 con el 19% de los votos —en coalición con la centrista Tzipi Livni—, se desplomó hasta el 5% en las legislativas de abril de 2019. Antes de que Michaeli ganara, no superaba en los sondeos el 3,25%, umbral mínimo exigido para acceder a la Kneset.
“He pedido a los ministros laboristas que salgan inmediatamente del Gobierno de Netanyahu o abandonen el partido”. Fue la primera orden dada por la nueva líder. Se refería al anterior jefe de filas, el veterano sindicalista Amir Peretz, y al exdirigente del movimiento de los jóvenes indignados de Tel Aviv en 2011 (el 15-M israelí), Itzik Shmuli, que desempeñaron carteras después de que el primer ministro fuese encausado por corrupción. Michaeli se mantuvo firme en la oposición.
Su segunda decisión fue convocar primarias abiertas a todos los votantes y simpatizantes para establecer el orden de los candidatos en la lista electoral. También ha sacado del silencio en el discurso de su partido la solución de los dos Estados. “En Israel hay una mayoría social que quiere la separación y la paz con los palestinos, pero no ha habido voluntad política entre sus líderes”, argumentaba ante la prensa extranjera.
La irrupción en escena de esta experiodista decidida a hacer resurgir de sus cenizas a la vieja izquierda permite a los laboristas soñar con un grupo propio en el Parlamento. No se plantean en principio pactar listas con otras fuerzas, como la fundada por Ron Huldai, alcalde progresista de Tel Aviv desde 1998, o con Meretz, el partido de la izquierda pacifista.
Periodistas y generales en las urnas
Después de tres legislativas en las que generales retirados —Benny Gantz, ministro de Defensa, o Gabi Ashkenazi, titular de Exteriores— encarnaron la opción electoral de centroizquierda, ahora son experimentados periodistas quienes se disponen a plantar cara a Netanyahu. Además de Michaeli, se presentan a los comicios los antiguos presentadores de televisión Nitzan Horowitz, cabeza de cartel de Meretz, y Yair Lapid, líder centrista y jefe de la oposición destinado a aglutinar una alternativa de poder de amplio espectro.
Nacida en Petaj Tikvá, en la aglomeración urbana central de Israel, en el seno de una familia de la élite sionista, la recién elegida jefa del laborismo se hizo popular gracias a sus programas en la emisora de radio pública Galgalatz y en varios canales de televisión. También amplió su proyección pública por el activismo en defensa de mujeres víctimas de la violencia de género y en favor del colectivo LGTBIQ.
“Lo único que puedo decir es que no sé qué significa para un hombre desempeñar el liderazgo en un partido”, replicó al ser preguntada en la videoconferencia por la relevancia de la elección de una mujer al frente del laborismo. Antes de obtener su primera acta como diputada, en 2013, se despidió de los lectores de Haaretz con este mensaje en un artículo: “Hace falta que haya debate ideológico en los partidos, adoptar decisiones ideológicas y actuar de acuerdo con ellas”.
Arquetipo de una casta laica, ashkenazí (judíos de origen centroeuropeo), progresista y bon vivant asentada en Tel Aviv, tendrá que bregar duro para convencer al Israel profundo de la periferia —esencialmente conservador, de judíos sefardíes y orientales, y de clase trabajadora que no habla inglés con su fluidez— de que le confíe su voto para el cambio.
La recuperación del programa social del Partido Laborista, tras la secuela del desempleo sin precedentes por la pandemia, puede ser su mejor banderín de enganche. “La estructura de sanidad pública creada por el laborismo hace más de 70 años es una de las bases del éxito actual de la vacunación contra la covid-19”, explicaba con seductora convicción en su reciente conversación con la prensa internacional. Michaeli ya es parte de la última esperanza de la izquierda para desmantelar la hegemonía de Netanyahu, el gobernante más longevo en el poder en la historia de Israel.