La despenalización del aborto avanza en América Latina a pesar de las dificultades

Colombia y Chile están cerca de sumarse a Argentina y México, en donde durante el último año se ha despejado el camino para que las mujeres puedan acceder a la interrupción del embarazo sin ser criminalizadas

Una protesta a favor del aborto legal en Bogotá, Colombia, en septiembre pasado.GUILLERMO LEGARIA (Getty)

La ola verde argentina crece y se extiende por todo el continente. El acceso al aborto no penalizado a través de causales específicas ya no es suficiente para las mujeres latinoamericanas, que siguen siendo criminalizadas porque, a pesar de que en el papel las leyes las protegen, en la práctica se siguen tropezando con barreras que les impiden ejercer sus derechos.

Argentina dio el primer paso para garantizar el acceso legal y seguro a la interrupción del embarazo con una ley celebrada...

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La ola verde argentina crece y se extiende por todo el continente. El acceso al aborto no penalizado a través de causales específicas ya no es suficiente para las mujeres latinoamericanas, que siguen siendo criminalizadas porque, a pesar de que en el papel las leyes las protegen, en la práctica se siguen tropezando con barreras que les impiden ejercer sus derechos.

Argentina dio el primer paso para garantizar el acceso legal y seguro a la interrupción del embarazo con una ley celebrada a final de 2020, que establece que el aborto es permitido cuando la gestación no supere las 14 semanas. En Colombia, a pesar de que en 2006 se discriminalizó en tres casos: violación, malformaciones del feto incompatibles con la vida fuera del útero y riesgo para la salud física o mental de la mujer gestante, las mujeres son perseguidas por el sistema judicial. Las que viven en zonas rurales y las niñas son las más perjudicadas. Ahora parece haber una esperanza. La Corte Constitucional estudia una demanda que busca declarar inconstitucional un artículo del código penal que tipifica el aborto como delito. La petición, impulsada por el movimiento Causa Justa, no pretende que deje de ser regulado, sino que lo sea desde ámbito de la salud y no desde el penal. “Que el aborto sea un delito crea un estigma que se convierte en una barrera, incluso en los casos en los que está permitido”, explica Catalina Martínez Coral, directora para América Latina y el Caribe del Centro de Derechos Reproductivos.

En el camino hacia la despenalización del aborto, México acaba de dar un salto. El mes pasado la Suprema Corte de Justicia despenalizó el aborto en Coahuila. La decisión fue celebrada como un hito en los derechos reproductivos de las mexicanas, aunque no tiene efecto para el resto del país, en donde todavía es necesario presentar recursos legales para acceder al procedimiento. En 28 de los 32 Estados interrumpir el embarazo continúa criminalizado. “Esto es una ‘semi-despenalización’ porque el fallo de la Corte lo que dice es que la penalización del aborto es anticonstitucional, pero no sale el aborto de los códigos penales estatales”, señalaba a este diario el mes pasado Friné Salguero, directora del Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir en México.

El 28 de septiembre, mientras el verde de los pañuelos coloreaba las manifestaciones en la región por el Día de Acción Global por el aborto legal y seguro, en Chile la Cámara despenalizaba la interrupción del embarazo hasta las 14 semanas . Desde el 2018 los diputados progresistas de la oposición, impulsados por el movimiento feminista chileno, pedían modificar la actual ley del aborto, que desde 2017 lo permite, pero solo bajo tres causales. “¡Aprobada la despenalización del aborto! Esto es por todas las mujeres y personas gestantes que se han visto perseguidas y criminalizadas, sobre todo si son de menores recursos”, celebraba entonces la diputada Camila Vallejo, una de las impulsoras de la iniciativa. Sin embargo, para que sea ley, el Senado debe aprobarla. Todavía falta un largo camino en el Congreso para que la celebración sea completa.

En países donde está permitido abortar bajo tres causales, las mujeres dependen de la aprobación de un médico para acceder a esta práctica. Las que necesitan acogerse a la causal de malformaciones del feto incompatibles con la vida fuera del útero suelen recibir el diagnóstico en etapas avanzadas del embarazo, por lo que en muchos casos los servicios médicos les niegan el proceso. La causal de violencia sexual, establecida en países como Ecuador, Colombia y México, es una de las más difíciles de argumentar. Colombia, por ejemplo, exige una denuncia penal para probar que el embarazo es producto de una violación. El juez tiene entonces la última palabra sobre un asunto de salud. “Que haya que interponer una denuncia disuade a las mujeres de acudir por la vía legal a la interrupción del embarazo”, dice Martínez Coral, del Centro de Derechos Reproductivos. Pero que no lo intenten legalmente no quiere decir que que no lo hagan. La clandestinidad —y el riesgo a una complicación— aparece entonces como la única opción.

En Colombia, las niñas y adolescentes son el grupo poblacional que más sufre abusos sexuales que terminan en un embarazo no deseado y que pone en riesgo sus vidas. Hasta 2019, el 73% de los 26.158 casos examinados por las autoridades por presunta violencia sexual tuvieron por víctima una niña o adolescente entre los 0 y los 17 años. También son ellas las que más sufren el acoso por parte del sistema penal. Según la Mesa por la Vida y la Salud de las Mujeres, las denuncias por aborto contra menores corresponden al 12,5% del total de los casos investigados, también sobre ellas recae el 24% del total de condenas.

En países de centroamérica como El Salvador, donde bajo cualquier circunstancia está penalizado abortar, incluso las mujeres que tienen emergencias obstétricas terminan en la cárcel. Las leyes son tan duras que frente a las emergencias se interpone la ley y muchas mujeres en lugar de recibir atención médica y acompañamiento psicológico son arrestadas por homicidio, con penas en prisión de hasta 30 años. Allí parece estar más lejos garantizar sus derechos reproductivos. Esta semana la Asamblea Legislativa rechazó reformar el código penal para eximir de responsabilidad judicial a quienes realicen o consientan un aborto, incluso cuando la vida de la mujer esté en riesgo. La prisión sigue siendo el castigo para quien se atreva a decidir sobre su cuerpo.

“Eliminar el delito del aborto del código penal significa proteger a las niñas víctimas de violencia sexual que no fueron protegidas adecuadamente para evitar que los hechos victimizantes ocurran y sean posteriormente criminalizadas, incluso encontrándose en las causales”, advierte en un informe que será presentado esta semana la Mesa por la Vida y la Salud de las Mujeres. Que no sea un delito también frenaría los abortos clandestinos, pero además reconocería —señalan desde la organización— “la capacidad evolutiva con la que cuentan las niñas y adolescentes para tomar decisiones libres e informadas sobre su propio cuerpo y su proyecto de vida”. Habida cuenta de que tres de cada cuatro casos examinados por presunto delito sexual en Colombia afectan a menores de edad, esta consideración podría ser crucial para cientos o miles de mujeres jóvenes en el país.

Aurora, una mujer de Costa Rica, ha vivido la tragedia de tener un embarazo inviable, pero aun así ser obligada a continuar con él. Su caso, que está en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) a la espera de un fallo, es un doloroso ejemplo de cómo, incluso con un dictamen que da por muerto al bebé antes de nacer, el derecho a decidir interrumpir un embarazo no está garantizado. Aunque el código penal costarricense lo permite para proteger la vida y la salud de la madre, la falta de reglas claras provoca temor en muchos médicos y no siempre se cumple la ley.

“Me obligaron a ver en cada ultrasonido cómo se malformaba mi hijo”, cuenta por Zoom desde Costa Rica. A Aurora le diagnosticaron “síndrome de abdomen pared” y los médicos le dijeron que tenía que esperar a que el bebé muriera en su vientre. “No me podía ni poner el cinturón de seguridad porque sentía una llama, un ardor, cada vez que me tocaba. Sentía mucho dolor”, relata. Le dolía el cuerpo y también el alma. No podía dormir. Tenía pesadillas, soñaba con sangre. Anhelaba ser madre por primera vez, pero su vida estaba en peligro y la sola idea de que su hijo muriera dentro suyo le atormentaba. Las consultas al psiquiatra, en donde le confirmaron que sufría de depresión, tampoco fueron suficientes. Nunca pudo, a pesar de la urgencia, acceder a un aborto terapeútico. “Un embarazo así te para la vida. Yo era deportista y después de eso quedé durante muchos años sin ni siquiera poder subir unas escaleras. No puede ser que las leyes estén por encima de la vida de las mujeres”, lamenta.

Esta barrera de acceso supone la desviación de una parte de la demanda de interrupciones de embarazo hacia procedimientos no seguros. Según las estimaciones de un estudio publicado en la revista científica The Lancet en 2018, la proporción de abortos que pueden considerarse como seguros desciende dramáticamente en función del grado de restricción de la legislación vigente en cada país: los de Centroamérica cuentan con los peores índices de toda la región americana. Apenas un 18% de los procedimientos pueden considerarse allí como completamente seguros, frente al 99% en EE UU Y Canadá.

El acceso a un aborto seguro salva vidas y la lucha por conseguirlo ha llegado al sistema interamericano de derechos humanos con el caso de Aurora, pero también con el de Beatriz, una joven salvadoreña de 22 años, con lupus, a quien los médicos le negaron un aborto terapeútico por temor a ser encarcelados, a pesar de que su vida corría peligro. Beatriz fue torturada física y psicológicamente. Tuvo que cargar con un embarazo que no era viable, su bebé murió cinco horas después de nacer y ella tuvo complicaciones en su salud. Falleció en 2017 esperando justicia.

La historia de la ecuatoriana Norma es otra que ha llegado al más alto tribunal americano de derechos humanos. A los 12 años fue violada por su padre biológico y quedó embarazada. Su hermano presentó una denuncia penal en contra del agresor, pero las autoridades no hicieron nada, tampoco pudo acceder a un aborto. Desesperada, Norma intentó suicidarse y a pesar de los efectos obvios que el embarazo tuvo en su salud mental, no recibió apoyo psicológico. Norma no ha recibido justicia por los crímenes cometidos en su contra, ni por las violaciones a los derechos humanos que sufrió. Aura, Beatriz y Norma son nombres ficticios. Ponerle la cara al aborto sigue siendo peligroso en una región en donde se asocia al crimen.

Mientras, la mortalidad materna es sensiblemente más alta en aquellos países de la región que cuentan con mayores restricciones al aborto. Esta relación apunta tanto a una causa directa (el uso de procedimientos no seguros antes referido) como a un descriptor de contexto: los sistemas en los que el aborto está despenalizado suelen considerarlo bajo una óptica integral de salud materno-infantil que trae unas mejores condiciones sanitarias para las mujeres en general (acceso a anticonceptivos, atención en partos, etcétera).

América Latina clama por la despenalización del aborto, mientras las mujeres se arriesgan a procedimientos inseguros. Colombia es el país que está más cerca de seguir la estela de esperanza de Argentina y México, pero aunque al menos cuatro de los nueve magistrados de la Corte Constitucional están a favor de proteger a las mujeres declarando inconstitucional el aborto como delito, si la decisión final deja la legislación en manos del Congreso será, de momento, tan solo un logro simbólico. En manos de senadores cuya prioridad no son las mujeres, el paso puede tardar en concretarse.

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