La guerra de Putin en Ucrania precipita una crisis alimentaria global
El conflicto en Ucrania exacerba la escalada de precios de los alimentos, que amenaza con provocar una crisis de desnutrición, turbulencias político-sociales, nuevos flujos migratorios y tensiones geopolíticas
La guerra lanzada por Vladímir Putin en Ucrania está agudizando una crisis alimentaria que se configura como un potencial tsunami sociopolítico global. La ofensiva rusa ha exacerbado la tensión en un mercado que ya sufría una dinámica ascendente de precios. Las consecuencias son graves. De entrada, para millones de personas que se van sumando al círculo infernal del hambre y de la desnutrición. Pero, además, por las perspectivas de protestas sociales e inestabilidad política que suelen ir vinculadas a estas circu...
La guerra lanzada por Vladímir Putin en Ucrania está agudizando una crisis alimentaria que se configura como un potencial tsunami sociopolítico global. La ofensiva rusa ha exacerbado la tensión en un mercado que ya sufría una dinámica ascendente de precios. Las consecuencias son graves. De entrada, para millones de personas que se van sumando al círculo infernal del hambre y de la desnutrición. Pero, además, por las perspectivas de protestas sociales e inestabilidad política que suelen ir vinculadas a estas circunstancias en países frágiles; por un crecimiento de movimientos migratorios desordenados; por la fricción entre Estados en posición de fuerza y otros expuestos a la crisis en medio de maniobras proteccionistas, de acopio, de sanciones internacionales y otros movimientos de alto voltaje.
La escalada de los precios de los alimentos tiene múltiples causas, varias de ellas previas a la invasión. Pero esta desempeña un papel crucial de agudización de la crisis por dos factores clave: ha sacudido el mercado energético, que tiene una fuerte repercusión en el agrícola, y alterado los flujos exportadores de Rusia y Ucrania, dos potencias en el sector. Esta desfavorable coyuntura golpea además en un momento en el que muchos Estados y buena parte de la población mundial se hallan especialmente fragilizados por los padecimientos de la crisis pandémica.
El panorama es suficientemente temible como para que el secretario general de la ONU, António Guterres, apuntara, en la presentación de un reciente estudio sobre la materia, lo siguiente: “Los precios de los alimentos no han sido nunca más altos, afrontamos hambre en una escala sin precedentes”. El informe en cuestión señala que el número de personas en situación crítica en el medio centenar de países más expuestos pasó de 155 millones en 2020 hasta 193 millones en 2021. Una tendencia ya de por sí brutal que no refleja todavía el impacto de la guerra.
Y el impacto es poderoso. El Banco Mundial estima que, por cada punto porcentual de incremento en el precio de los alimentos, 10 millones de personas caen en situación de extrema pobreza. El índice de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) ha marcado un aumento de casi 20 puntos porcentuales en abril con respecto a enero, mes previo a la invasión, y de unos 30 con respecto al mismo mes del año anterior.
Los ministros de Exteriores del G-7, reunidos en Alemania, han emitido este sábado un comunicado en el que reclaman a Rusia que deje de golpear infraestructuras de transporte en Ucrania y permita las exportaciones. La representante alemana, presidenta de turno, habló de una “guerra del trigo” librada por Moscú que amenaza con desatar una crisis de hambre global. Los siete se comprometieron a tomar medidas para afrontar causas y consecuencias de la inseguridad alimentaria.
La situación es inquietante. En el Cuerno de África, a la negativa dinámica general se suma lo específico de la peor sequía en décadas; en otra dimensión, la escasez de lluvias amenaza las cosechas en grandes productores como Francia, o varios Estados de EE UU, Canadá e India, que este mismo sábado propinó una fuerte sacudida anunciado restricciones a sus exportaciones de trigo; las restricciones pandémicas ponen un interrogante en la producción china; mientras, en Sri Lanka protestas en gran parte vinculadas al precio de los alimentos han degenerado en violencia y la cuestión es uno de los elementos que precipitó un reciente cambio de Gobierno en Pakistán. A continuación, una mirada acerca de las causas de este dramático cuadro de inseguridad alimentaria, de sus consecuencias y de posibles soluciones.
Las causas
Tras permanecer sustancialmente estables en la segunda mitad de la década pasada, los precios de los alimentos empezaron a experimentar una considerable subida en 2021. Rob Vos, director de Mercados, Comercio e Instituciones del Instituto Internacional de Investigaciones sobre Políticas Alimentarias (IFPRI, por sus siglas en inglés), un laboratorio de ideas especializado en el sector, señala entre las causas las condiciones climáticas adversas, que afectaron tanto a algunas cosechas ―por ejemplo, la de soja en Brasil por una fuerte sequía― como a la producción de energía; y la pandemia, con un efecto disruptivo en varios sentidos, entre ellos, la subida de los costes de transporte que dificultaron la distribución.
Josef Schmidhuber, subdirector de la División de Mercados y Comercio de la FAO, destaca otro elemento relevante, el estallido en China de la peste porcina africana, que hizo estragos y desató una fuerte demanda del gigante asiático, tanto para consumo como para reconstituir o incluso potenciar el sector ganadero, lo que representó un factor de presión al alza desde 2020. La creciente sensación de inseguridad alimentaria también ha empujado a la acumulación de reservas que han contribuido a la dinámica ascendente.
En estas circunstancias, si 193 millones de personas se hallan en situación crítica en el medio centenar de países clave, en 2020 había, según la FAO, un total de 768 millones en situación de desnutrición en todo el mundo, también en preocupante tendencia al alza.
Los prolegómenos y el estallido del conflicto a escala total en Ucrania han exacerbado esa tendencia. En primer lugar, por las tensiones en el mercado energético, en el que Rusia ejerce un papel como potencia exportadora dominante. Los precios de los combustibles fósiles y de la electricidad han ido subiendo, con un fuerte impacto en la agricultura, un sector intensivo en energía. Esta se usa no solo para mover los vehículos de trabajo y de transporte, sino también, por ejemplo, para producir fertilizantes.
En segundo lugar, por las tensiones directas en la propensión exportadora de Rusia y Ucrania, dos gigantes en sectores neurálgicos como los cereales (ambos), el aceite de girasol (especialmente Ucrania) y los fertilizantes (especialmente Rusia).
La capacidad exportadora de Ucrania se ha visto afectada por el bloqueo del mar Negro, gran puerta de salida de sus mercancías ahora controlado por las fuerzas rusas. Múltiples dificultades impiden una reubicación de esa masa de producto por carretera y vía férrea, por las propias vicisitudes del conflicto, la escasez de conductores disponibles, y los límites logísticos para recurrir al transporte ferroviario.
Estimaciones de expertos apuntan a unos 25-30 millones de toneladas de grano disponibles, pero bloqueadas en Ucrania. Esto es el equivalente a la cantidad de trigo y maíz que importan en un año el medio centenar de países agrupados por la ONU en la categoría de menos desarrollados.
Además, la capacidad de trabajar los campos se ha visto obviamente muy afectada por el conflicto. El Gobierno de Ucrania considera que la superficie cultivada este año en su territorio asciende a unos siete millones de hectáreas, un 25-30% menos que el anterior. La mayor asociación agraria del país eleva a un 40% la reducción. El rendimiento de lo que sí se cultiva puede además verse lastimado por la falta de medios humanos y materiales, por la destrucción de instalaciones. “Deberíamos prepararnos para una enorme reducción de la producción en verano”, advierte Vos. Todo esto, en un contexto con múltiples y creíbles denuncias de confiscación por parte rusa de cosechas almacenadas.
En cuanto a Rusia, una mezcla de decisiones propias y efectos derivados de las sanciones ha alterado su flujo comercial. Moscú ha decidido imponer restricciones a la exportación de fertilizantes y también de trigo, aunque estas últimas en especial no son férreas. Las de fertilizantes tienen una especial relevancia, ya que estos son productos esenciales para garantizar cosechas abundantes. Así que incluso grandes productores y exportadores pueden verse afectados en la dinámica actual. En paralelo, el recelo de instituciones financieras y empresas occidentales a tratar con Rusia ha provocado un efecto inhibidor generalizado, aunque estos productos no sean objetos de sanción directa.
Las consecuencias
El mes de marzo, el primero completo después de la invasión, marcó la mayor escalada mensual en los registros de la FAO, alcanzando los niveles inauditos que señalaba Guterres. En abril, se han mantenido en esos umbrales insostenibles, con un repliegue mínimo.
La espiral es nefasta. Muchos países están respondiendo a la crisis con proteccionismo, adoptando una serie de medidas de control de exportaciones. Entre los más recientes destacan Indonesia, gigante en la exportación de aceite de palma, producto importante en la cesta alimentaria básica de muchos países, y la de la India con el trigo, este mismo sábado.
Un 17,2% del total de las calorías comerciadas en el mundo está actualmente sometida a medidas restrictivas de exportaciones adoptadas por una veintena de países, según datos del IFPRI.
En muchos países, la preocupación política es máxima. “La inflación alimentaria ha superado los niveles que precedieron a la Primavera Árabe e impulsó el descontento que contribuyó a mantener las protestas masivas en las calles”, señala Michaël Tanchum, profesor de la Universidad de Navarra e investigador asociado senior del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. “Si bien disturbios parecidos a los de hace 11 años podrían ocurrir, es probable que el malestar se encarne en distintas formas y afecte a países diferentes”, apunta.
En efecto, de momento, en términos políticos, las principales turbulencias se detectan en Sri Lanka y Pakistán. Ambos países viven graves crisis económicas en las que la espiral de precios de combustibles y alimentos está desempeñando un papel clave, con profundo malestar popular que ha tumbado gobiernos y que, en el caso de Sri Lanka, ha desatado fuertes protestas callejeras que han degenerado en una espiral de represión y violencia. La agencia Reuters informa de nueve muertos y 300 heridos en una semana.
La consultora Verisk Maplecroft publicó el jueves un informe sobre los riesgos de turbulencias sociopolíticas en países emergentes vinculadas a los crecientes costes de la vida, en el que destaca una decena de ellos especialmente expuestos, entre ellos Bangladés y Kenia. Un 54% de los países analizados de forma periódica por la consultora (107 sobre 198) ha experimentado un deterioro de su situación de riesgo con respecto a 2020. De ellos, 64 lo han hecho de manera “significativa”.
Tanchum señala que Túnez ―que fue el punto de partida de la Primavera Árabe― y Líbano ―que afronta un complicado proceso electoral en medio de una interminable crisis― son los países más expuestos en la cuenca mediterránea. Ambos figuran en los 10 más en riesgo del informe de Verisk Maplecroft.
Las situaciones de mayor desamparo en términos de hambre se detectan especialmente en países del Cuerno de África, Yemen o Afganistán. África occidental también afronta una grave crisis, propiciada entre otros factores por el forzoso desplazamiento de sus tierras de tantos campesinos a causa de la insurgencia islamista que azota el Sahel. Se sobreponen en ellos los perversos estragos de los conflictos, de la pobreza, del cambio climático, de la pandemia, de los precios de la energía.
En los países desarrollados, obviamente la situación es diferente, pero la mezcla de altos precios de energía y alimentos empuja hacia la zona de pobreza a muchos ciudadanos. Ambos conceptos representan, junto al alojamiento, algunas de las principales partidas de gasto de los hogares con menos poder adquisitivo. El malestar puede dar alas a propuestas opositoras radicales.
En la interacción entre países emergentes y desarrollados occidentales será clave la lectura que se haga de la guerra de Ucrania y de las sanciones relacionadas. La narrativa que gane entre responsabilizar de las subidas de precios energéticos y alimentarios a Rusia por su invasión o a Occidente por las sanciones desempeñará un papel relevante en las futuras relaciones internacionales. También tendrá un peso relevante el juego del reacople de los flujos comerciales. Quién ayuda a quién. Es este un terreno en el que Rusia, y China, ya han demostrado en el pasado tener reflejos, entender plenamente la fuerza que tienen para plasmar nuevos equilibrios geopolíticos.
En otra perspectiva, los países desarrollados podrán verse afectados por un incremento de los flujos migratorios si la situación no se revierte y la crisis sigue azotando. “Hay evidencia global de que la inseguridad alimentaria, la degradación de la tierra y el cambio climático conducen a desplazamientos forzosos”, dice Jyotsna Puri, vicepresidenta asociada responsable del área de Estrategia y Conocimiento del Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola.
El número de migrantes internacionales está en aumento desde hace lustros. Se produce en gran medida con flujos forzados por la miseria y la violencia, desordenados e irregulares, que exponen a terribles riesgos a las personas que viajan, y que han sido aprovechados para dar alas en países occidentales a opciones políticas ultraderechistas que abogan por un gran repliegue.
Las soluciones
El hambre es un problema endémico de la humanidad. Es evidente que no es de solución fácil, y algunos de los factores que lo espolean ―como el cambio climático― no son reconducibles en el corto y medio plazo. Sin embargo, también es evidente que con determinación política es posible lograr efectos enormemente beneficiosos.
“El aumento del precio de los alimentos puede provocar tensiones sociales en mucho de los países afectados (…). Llamamos a la comunidad internacional a apoyar urgentemente a los países vulnerables a través acciones coordinadas, desde el suministro de alimentos de emergencia al soporte financiero, el aumento de la producción agrícola y el comercio abierto”, señalaron en una carta conjunta de mediados de abril los líderes de Banco Mundial, FMI, OMC y del Programa Mundial de Alimentos.
Hay pues ahí un abanico de líneas de acción en el corto plazo. En cuanto a los suministros de emergencia, un aspecto positivo en la crisis actual es que a escala mundial hay un nivel de reservas acumuladas más alto que cuando golpeó la de 2008. Usadas con inteligencia y generosidad, pueden representar una útil herramienta de suavización del impacto.
En cuanto a la ayuda financiera, se detectan algunas señales esperanzadoras. La Cámara de Representantes de Estados Unidos ha aprobado con 368 votos a favor y 57 en contra esta semana un paquete de ayuda a Ucrania de 40.000 millones de dólares (más de 38.000 millones de euros) que incluye unos 4.400 asignados al Departamento de Estado para paliar la inseguridad alimentaria en ese país y en el resto del mundo.
El comunicado del G-7 de ayer promete acción, entre otras cosas con la constitución de una Alianza Global para la Seguridad Alimentaria.
La FAO propone la constitución de un nuevo instrumento financiero. “Hay bastantes países que dependen de la importación de alimentos, tienen pocos recursos, altos niveles de deuda”, explica Schmidhuber. “Al mismo tiempo, lo que vemos en el mercado es que hay un problema de acceso a los productos, pero no necesariamente de disponibilidad. Por esta razón, proponemos el Servicio de financiación de la importación de alimentos, un instrumento especial que permitiría a los países pobres que dependen de la importación de alimentos comprarlos en el mercado mundial. Los países que recurrieran a ese instrumento tendrían una condicionalidad, en el sentido de comprometerse a invertir en agricultura para reducir su dependencia en el futuro”.
En cuanto al conflicto en Ucrania, es complicado influir en la determinación de Rusia de prolongarlo, pero la UE está esforzándose en armar un corredor que facilite las exportaciones por vía terrestre. Emmanuel Macron llamó a Putin a permitirlas por vía marítima, pero no parece que ese llamamiento pueda ir lejos. El presidente francés también se refirió a la inseguridad alimentaria en el discurso pronunciado esta semana ante el Parlamento Europeo. “Debemos recuperar nuestra independencia alimentaria”, dijo, en el marco de los argumentos dirigidos a afianzar la autonomía estratégica de la UE.
Pese a las repetidas alertas de los órganos relevantes y a algunas señales de movilización, sin embargo, todavía no se han concretado medidas que parezcan a la altura del tsunami que se va conformando.
Al contrario, abundan las acciones que tienden a empeorar la situación. Con respecto al libre comercio al que se refería la carta conjunta, abunda el proteccionismo y no se vislumbra una marcha atrás. “Las restricciones de exportaciones tienden a ser contraproducentes”, opina Vos.
Pero hay otras acciones que tienden a ser nocivas, como los subsidios mal calibrados. “A raíz de la Primavera Árabe, los líderes de Oriente Próximo y el Norte de África se volvieron especialmente conscientes del vínculo entre los precios de los alimentos y el malestar social”, comenta Schmidhuber. “Por lo tanto, hacen todo lo posible para garantizar que sus poblaciones tengan acceso a suficientes alimentos. Esta es sin duda una preocupación muy válida, nadie debería pasar hambre. Sin embargo, no creo que ciertos mecanismos actuales, como el subsidio general al pan en algunos países de la región, sean una forma eficiente de abordar el problema. Cuando y donde sea posible, estos subsidios generales deben reemplazarse con medidas más específicas, como redes de seguridad social y alimentarias específicas, para evitar el desperdicio de alimentos y los altos desembolsos presupuestarios”, dice el experto. Los subsidios generalizados ayudan también a quien no lo necesita, distorsionan el mercado, acaban en un desperdicio.
Más a largo plazo, al margen de objetivos ideales como el control del cambio climático y la reducción de los conflictos bélicos, hay medidas más simples de implementar que pueden tener efectos relevantes. Jyotsna Puri apunta dos. Por un lado, sostiene, “es fundamental apuntalar la seguridad alimentaria a través de mercados locales y regionales, que han sido ignorados. Necesitamos proveer los recursos para que estos mercados sean resilientes. Tenemos que apoyar con medidas que mejoren las capacidades productivas de los pequeños productores/agricultores, su acceso financiero, las infraestructuras rurales y los sistemas de información y acceso a estos mercados”.
Por el otro, continúa Puri, “es también importante enfocarnos en los hábitos nutricionales. Gran parte de la cesta de consumo está orientada al trigo. ¡Cambiémoslo! Hay otros productos, como el boniato/batata y la mandioca/yuca que son locales o indígenas, que tienen fuertes tradiciones y sistemas de producción por los que se debería apostar”. “Este es el momento de actuar. Es el tiempo de entender que la seguridad alimentaria de nuestro planeta está enormemente en peligro”, concluye Puri. En un mundo ya azotado por cambio climático, pandemia, conflictos, precios elevados de la energía, la crisis en el suministro de alimentos es un dramático y peligroso agitador de partículas.
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