Líbano afronta sin esperanza las primeras elecciones tras el estallido de la crisis

Hezbolá y sus aliados cristianos intentan mantener la hegemonía en el Parlamento frente a la parálisis de los partidos suníes y la división de las fuerzas de oposición

Soldados libaneses se despliegan ante la elecciones del domingo, el sábado en Beirut.MOHAMED AZAKIR (REUTERS)

“Beirut es un sentimiento”. La voz de la cantante Fairuz, quien mejor encarna el alma de Líbano, llena la megafonía del pabellón de la Feria de Muestras del distrito de Biel, no lejos de los restos del silo que voló en pedazos en el puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020, segó más de 200 vidas y sumió en la desesperanza a todo un país. Las banderas roja...

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“Beirut es un sentimiento”. La voz de la cantante Fairuz, quien mejor encarna el alma de Líbano, llena la megafonía del pabellón de la Feria de Muestras del distrito de Biel, no lejos de los restos del silo que voló en pedazos en el puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020, segó más de 200 vidas y sumió en la desesperanza a todo un país. Las banderas rojas de la coalición suní ondean en un recinto casi abarrotado por unos 3.000 asistentes, donde mujeres cubiertas con el velo se codean con jóvenes desmelenadas. Un centenar de autocares y minibuses les han traído de balde hasta la capital. El mitin de cierre de campaña del candidato Fuad Majzumi, un empresario de 70 años que forjó su fortuna en el Golfo, simbolizaba el viernes el destino que aguarda a las primeras elecciones que afrontan los libaneses después de tres años de crisis, revueltas y desgobierno: más de lo mismo.

Los musulmanes chiíes de Hezbolá, aupados sobre la mayor milicia de Oriente Próximo, y sus aliados cristianos, como los que respaldan al presidente de la nación, Michel Aoun, confían en revalidar o reforzar la mayoría de 71 de los 128 escaños del Parlamento que obtuvieron en las legislativas de 2018. Los candidatos musulmanes suníes, como el multimillonario Majzumi, tratan a su vez de contener la amenaza de una hecatombe en las urnas tras la espantada del ex primer ministro Saad Hariri, su líder natural, quien se retiró de la política en enero. Mientras, los grupos de oposición surgidos del movimiento de protestas que arremetió a partir de 2019 contra el reparto sectario y clientelar del poder se han presentado escindidos a las elecciones y cuentan con escasas opciones de obtener representación.

Gane quien gane, habrá un jefe de Gobierno suní. Así lo estipula el acuerdo firmado en Taif (Arabia Saudí) que puso fin en 1990 a 15 años de guerra civil entre las facciones libanesas. Al frente de un Estado fallido, se situará previsiblemente el hombre más rico del país, Nayib Mikati, quien ya logró formar Gobierno el pasado septiembre después de 13 meses de caos jalonados por el fracaso de otros tres aspirantes. Entonces ya anunció a los ciudadanos que tendrían que “apretarse el cinturón” ante una crisis que el Banco Mundial define como una de las más graves desde el inicio de la era industrial a mediados del siglo XIX y de la que responsabiliza a la clase dirigente del país en su conjunto. El Fondo Monetario Internacional aguarda a la constitución del nuevo Gabinete para activar el programa de ayuda de 3.000 millones de dólares (2.880 millones de euros) de ayuda financiera que aprobó en abril.

18 comunidades étnicas y confesionales

Los partidos que representan a las 18 comunidades étnicas y confesionales, en un país con 15 estatutos diferenciados de derechos civiles, se resisten a poner fin a un sistema de cuotas que asigna la jefatura del Estado a cristiano maronita y la presidencia del Parlamento a un musulmán chií. Tras la explosión que devastó el puerto de Beirut, que causó unos daños estimados en 5.000 millones de euros, la comunidad internacional ha supeditado la llegada de ayuda a la creación de un Gobierno de unidad con presencia de técnicos cualificados que aplique reformas políticas y económicas de calado.

Bernard Bridi, jefe de campaña de la lista Beirut Necesita un Alma que encabeza el acaudalado Majzumi, precisa que su programa reclama, entre otras prioridades, “eliminar las milicias ilegítimas, en particular el arsenal de Hezbolá, y entregar las armas al Ejército”. El partido-milicia proiraní, declarado como organización terrorista en su conjunto por EE UU y algunos países europeos, se ha convertido en un Estado dentro del Estado gracias a una amplia red de influencias en el poder y por su oferta de servicios sociales.

La participación de sus combatientes en la guerra de Siria, en las filas leales al régimen de Damasco han transformado a Hezbolá en la milicia mejor entrenada y capacitada de la región. En 2006, ya desafió a Israel en una guerra abierta en el sur de Líbano. Desde entonces, el diverso país del Mediterráneo oriental es escenario del choque entre Irán y Arabia Saudí, las potencias chií y suní, por la hegemonía regional. Su líder, Hasán Nasralá, ha llamado ahora a “defender Líbano” con el voto a sus candidatos.

Gobierno de tecnócratas al margen de los partidos

Desde la campaña suní en la circunscripción de Beirut, el asesor Bridi considera que el nuevo Gabinete deberá estar compuesto esencialmente por “tecnócratas” al servicio del interés nacional y al margen de la polarización de los partidos. La crisis de Líbano, la peor desde la guerra civil que ensangrentó el país entre 1975 y 1990, ha sumido al 80% de sus 4,5 millones de habitantes y casi todos los refugiados —más de un millón de sirios y cerca de 300.000 palestinos— bajo el umbral de la pobreza extrema. La libra, la moneda nacional, ha perdido el 90% de su valor frente al dólar en los tres últimos años y la inflación ha superado el 200%. Los ahorros en divisas permanecen bloqueados en los bancos, en un corralito que solo permite retirar hasta 200 euros al mes.

Después de que el Gobierno de Beirut retirara parcialmente las subvenciones a la importación de combustible, el precio de la gasolina se disparó el año pasado. La escalada se trasladó al conjunto de la economía y afectó a servicios básicos, como los generadores de electricidad de los que dependen los ciudadanos para sobrevivir a causa de los continuos apagones.

A pesar del elevado precio del combustible, casi un euro el litro en un país donde el salario mínimo no alcanza los 30 euros mensuales, los libaneses que quieran votar este domingo tendrán que desplazarse hasta sus localidades de nacimiento, donde la ley electoral les obliga a ejercer el sufragio. Del resultado de las urnas dependerá el futuro de las reformas que exigen los donantes internacionales para rescatar a Líbano de un naufragio interminable. Como en cada ocasión decisiva, las Fuerzas Armadas, única institución verdaderamente nacional para los libaneses, se desplegaron en la tarde del sábado antes de la llamada a las urnas.

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