El mundo literario de Nueva York rinde homenaje a Salman Rushdie una semana después del ataque
Paul Auster, Siri Hustvedt y Gay Talese, entre otros célebres escritores, recuerdan que la intolerancia y las amenazas a la libertad de expresión no solo vienen de Irán
Salman Rushdie ha podido ver este viernes por streaming desde la cama del hospital de Pensilvania donde se recupera el homenaje que destacados colegas de profesión, convocados por el PEN America, le han rendido a las puertas de la Biblioteca Pública de Nueva York. El acto, justo una semana después de que ...
Salman Rushdie ha podido ver este viernes por streaming desde la cama del hospital de Pensilvania donde se recupera el homenaje que destacados colegas de profesión, convocados por el PEN America, le han rendido a las puertas de la Biblioteca Pública de Nueva York. El acto, justo una semana después de que un joven de 24 años intentase ejecutar la fetua iraní que le condenó a muerte en 1989, reunió a escritores de la talla de Paul Auster, Siri Hustvedt, Gay Talese, Jeffrey Eugenides o Hari Kunzru, entre una docena de nombres prestigiosos, para recordar al autor angloíndio con la lectura de fragmentos de sus libros. En la escalinata de acceso de la venerable institución, abierta al tráfago de turistas que discurría por la Quinta Avenida, el recuerdo de Rushdie flotaba en el ambiente como el genio en la botella del cuento: un demiurgo cuya sola invocación transforma el mundo.
La mayoría de los participantes se atuvo al guion y escogió fragmentos de la prolífica obra de Rushdie para honrarle y defender la libertad de expresión frente a cualquier modo de oscurantismo. Joseph Anton, las emotivas memorias que escribió a raíz de la fetua, fue el más citado, como hizo Hustvedt al elegir el pasaje en que recuerda cómo su padre, Anish, cambió el complicado apellido familiar por Rushdie en homenaje a Ibn Rushd, o Averroes. Pero no todos se ciñeron a lo previsto, y algunos, como Eugenides, recrearon anécdotas relacionadas con su admiración por Rushdie. “A los 20 años, después de leer Hijos de la medianoche, fui a Londres y tuve la feliz idea de conocerle. Encontré su nombre, dirección y teléfono en la guía, fui hasta allí pero estaba de vacaciones en Italia, pero su suegra me dejó entrar y me dio un pedazo de papel, donde le escribí una nota. Luego volví al hotel”, contó el autor de la estupenda novela Middlesex (Anagrama). Suzanne Nossel, directora ejecutiva de PEN America, recordó en la introducción del acto el carácter hedonista y vital de Rushdie, “y su afición por las fiestas”. La poeta iraní Roya Hakakian, refugiada también en Nueva York, recordó al Rushdie más lúdico, el que escribió el libro para niños Harún y el mar de historias.
Paul Auster, visiblemente avejentado -ha perdido en pocos meses a su hijo y a su nieta, hija de este, por sobredosis-, incidió en el poder de la literatura como llave para acceder al mundo. La mejor literatura, como la de su amigo Rushdie, “abre el universo, derriba las fronteras de las lenguas, amplía el mundo y nos ayuda a entender a quienes no son como nosotros”, dijo en clara referencia a los intolerantes. La novelista y ensayista Siri Hustvedt, su esposa, subrayó el valor de la diversidad, como la que alimentó al adolescente indio que llegó en los sesenta al Reino Unido para estudiar, aquel Rushdie que llegaría de adulto “a disfrutar de sus muchas raíces”.
Al final del acto, el matrimonio hizo hincapié en su mensaje “contra una intolerancia rampante”. Ambos abundaron en que la teocracia iraní no es la única amenaza a la libertad de expresión, aunque nunca haya revocado la fetua contra el escritor. “En este momento, en este país, estamos siendo testigos de violencia. De los nacionalistas blancos de la extrema derecha, así que debemos ser muy claros sobre el verdadero enemigo de este país. Es la extrema derecha, que engloba a todo el Partido Republicano”, apuntó el autor de 4, 3, 2, 1, que citó el ejemplo de la prohibición de libros en ámbitos ultraconservadores para alertar de que no se pueden dar por sentadas las libertades. “Debemos estar con Rushdie y todo lo que ejemplifica, que es la libertad de expresión sin trabas, pero tenemos que darnos cuenta de que también nosotros estamos amenazados. Y que la persona que le atacó es estadounidense”.
Hustvedt recordó que también los tibios constituyen una sorda amenaza: “Hace 33 años [cuando se publicó la fetua] algunos editores fueron muy bravos, hubo ataques a librerías… Pero otros no quisieron tener nada que ver y hubo incluso escritores que denunciaron a Rushdie y le culparon de todos los problemas”. Al final, dijo la autora de Todo cuanto amé, “la literatura sobrevive y sigue adelante, pero debemos ser muy diligentes y no dar nada por sentado”.
Fue un acto con retazos de humor -lo primero que Rushdie recuperó tras el ataque, según ha contado su hijo Zafar- y amor, mucho amor y admiración por la figura del poderoso escritor angloíndio, cuya trayectoria, amenazas al margen, constituye una “celebración de la vida”, como recordaron varios participantes. Fue un homenaje consternado, pero también, puede que por el sol que caía a plomo sobre el improvisado atril, luminoso, incluso esperanzado, por parte de una reunión de amigos deseosos de volver a encontrarse con el ausente. “Vamos a celebrar a Salman por lo que ha pasado, pero también, lo que es más importante, por todo lo que ha engendrado. Por las historias, los personajes, las metáforas y las imágenes que ha regalado al mundo”, resumió la directora ejecutiva de PEN America. En suma, por el universo literario, personal y creativo de un autor tan deslumbrante como una explosión de fuegos artificiales.
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