Liz Truss retira la mayor parte de su rebaja de impuestos y destituye al ministro de Economía para intentar mantenerse en el cargo

La comparecencia de la primera ministra, que se ha mostrado nerviosa y repetitiva, extiende el desánimo entre los conservadores y los nervios en los mercados

Liz Truss, durante la rueda de prensa de hoy viernes en Londres. Foto: POOL (REUTERS) | Vídeo: EPV
Londres -

Liz Truss ha claudicado, y lucha desesperadamente por la supervivencia. La primera ministra del Reino Unido, que apenas lleva un mes en el cargo y pretendió dar una vuelta drástica a la política y la economía de su país con ...

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Liz Truss ha claudicado, y lucha desesperadamente por la supervivencia. La primera ministra del Reino Unido, que apenas lleva un mes en el cargo y pretendió dar una vuelta drástica a la política y la economía de su país con una receta neoliberal de rebaja radical de impuestos, ha dado marcha atrás a la parte fundamental de sus planes, tras la sacudida que han provocado en los mercados. Truss, además, ha soltado lastre al expulsar del Gobierno a su amigo, aliado —y principal cómplice del desastre provocado—: el ministro de Economía, Kwasi Kwarteng, que será sustituido por Jeremy Hunt.

A media mañana del viernes, Downing Street había anunciado que la primera ministra comparecería ante los medios. El veredicto previo coincidía en que iba a ser el momento fundamental para determinar si Truss podía sobrevivir. Debía convencer a los conservadores y a los mercados de su propósito de enmienda, de sus nuevos planes para enderezar el rumbo y de su firmeza al frente de la nave. “Desastre” ha sido la palabra más repetida para definir una rueda de prensa de nueve minutos en la que Truss se ha mostrado nerviosa y como un robot, repitiendo todo el rato la misma respuesta y dando la imagen de quien sufre y desea que el dolor termine cuanto antes.

La primera ministra ha anunciado que mantendrá la subida del Impuesto de Sociedades, prevista para el próximo abril, del 19% al 25%. Esa fue la decisión del anterior ministro de Economía, Rishi Sunak. Durante la campaña de las primarias conservadoras de este verano, Truss había prometido que la echaría atrás. Al mantenerla ahora, reduce en más de 20.000 millones de euros un agujero en el déficit público que había espantado a los mercados.

Todas las preguntas de los periodistas eran la misma: ¿por qué no dimite ella también? La primera ministra ha presentado un malabarismo argumental para justificar su intención de permanecer al mando y el giro drástico en sus políticas: “Hoy he actuado de un modo firme, porque mi prioridad es asegurar la estabilidad económica de nuestro país”, ha afirmado, sin admitir que habían sido precisamente sus errores los que habían alterado esa estabilidad.

Kwasi Kwarteng abandona el 11 de Downing Street tras ser destituido por Liz Truss. Carlos Jasso (Bloomberg)

“Atravesaremos esta tormenta, y proporcionaremos al país el crecimiento fuerte y sostenido necesario para lograr la prosperidad”, ha asegurado Truss. Es decir, no ha reconocido el hecho, evidente para el resto, de que había dado la vuelta completa a las políticas con las que compitió para hacerse con el liderazgo del Partido Conservador. Simplemente, intentaba explicar, era necesario un cambio de ritmo. “Debemos actuar para confirmar ante los mercados nuestra disciplina fiscal. Ha quedado claro que parte de nuestras medidas fueron más lejos y más rápido de lo que esperaban los mercados. Por eso debemos llevar a cabo nuestra misión de un modo diferente”, ha dicho.

Al anunciar un giro tan drástico en sus medidas económicas —como le exigían desde su partido, desde las principales instituciones económicas del país y hasta desde el Fondo Monetario Internacional—, Truss pretendía conseguir recuperar cierta calma y ganar tiempo. Lo cierto es que, poco después de su comparecencia, los bonos a 30 años veían subir su rendimiento hasta el 4,78% (cuando el rendimiento sube, el valor del bono baja), y la libra perdía fortaleza frente al dólar. Los mercados siguen igual de escépticos después de escuchar a la jefa de Gobierno y analizar sus cambios. La situación sugiere que el lunes amanecerá con nuevas turbulencias financieras.

Ningún conservador desea ahora unas elecciones generales anticipadas, que supondrían, según todas las encuestas, una derrota sin paliativos frente a la oposición laborista. Pero la convicción ya ampliamente extendida entre los diputados tories señala que Truss no puede seguir en su puesto, aunque este viernes se haya empeñado en asegurar que seguirá al mando.

Un cadáver político

Después de ver su comparecencia, la sensación más extendida entre los conservadores es que Truss no llegará a las Navidades. Es un cadáver político sin proyecto, sin capacidad de comunicación y que ha perdido el apoyo hasta del ala dura del partido que apostó por ella en las primarias: “Somos el hazmerreír. Ha arrojado a la basura toda la agenda conservadora. Realmente, no sé hacia dónde nos podemos dirigir desde aquí”, resumía Christopher Chope, uno de los diputados más activos durante la campaña de Truss por el liderazgo del partido.

“Con eso no le bastará” (That won´t do), sentenciaba en Twitter David Gauke, exministro de Justicia y exdiputado que abandonó el partido ante la ola fanática del Brexit y de Boris Johnson, pero que conserva, desde su faceta actual de analista político, el ojo más certero para señalar la dirección hacia la que se dirigen los tories. Gauke también tenía claro que las horas de Truss están contadas.

El sustituto de Kwarteng será Jeremy Hunt, exministro de Sanidad y de Exteriores, rival de Boris Johnson —y luego de Truss— en las primarias. Es, además, la figura que mejor representa el ala moderada y centrista del Partido Conservador británico. A pesar de no tener experiencia previa en la gestión de la Economía, su incorporación al Gobierno en el segundo puesto más relevante en Downing Street representa, a ojos de los más críticos, una claudicación en toda regla de los propósitos más radicales y neoconservadores de la primera ministra.

Hasta este viernes, Downing Street había asegurado que Truss y Kwarteng seguían trabajando codo con codo y mantenían su decisión de impulsar la mayor rebaja fiscal de la historia reciente —más de 50.000 millones de euros—, a pesar de un entorno de inflación y de subida de tipos de interés que aconsejaban justo lo contrario. Cuando en la madrugada se conocía que el entonces ministro de Economía había acortado su estancia en Washington, donde participaba en las reuniones del Fondo Monetario Internacional, y regresaba precipitadamente a Londres, quedaba claro que había comenzado el principio del fin de su breve carrera como ministro.

A media mañana, Kwarteng publicaba su carta de dimisión, en la que quedaba claro que la decisión de prescindir de él la había tomado Truss. “Me has pedido que me eche a un lado como tu ministro de Economía. He aceptado”, comenzaba la misiva.

Años después de defender con ardor sus recetas neoliberales, hubiera sido un trago imposible para el ministro abandonarlas todas, seguir en el puesto y renunciar a cualquier atisbo de autoridad ante los mercados o el Parlamento. “El ambiente económico ha cambiado rápidamente desde que presentamos nuestro plan de crecimiento el 23 de septiembre. Hemos respondido de manera conjunta a todos los acontecimientos en coordinación con el Banco de Inglaterra”, ha escrito Kwarteng. “Lo importante ahora es que el Gobierno avance y haga énfasis en su compromiso con la disciplina fiscal”, añadía.

Jeremy Hunt, el nuevo ministro de Economía, llega hoy viernes a su casa procedente de EEUU. Aaron Chown (AP)

La primera ministra era consciente de que sus posibilidades de sobrevivir al frente del Gobierno pasaban por realizar un movimiento drástico. Su reunión del miércoles por la tarde con el Comité 1922, que reúne a todos los diputados conservadores sin puesto gubernamental, fue un “desastre”, según palabras de uno de los presentes, y dejó claro a Truss el malestar que existía en el grupo parlamentario con su gestión. Llegó a ser acusada, en su cara, de “haber arrojado a la basura todo el respaldo de la clase trabajadora a la causa conservadora logrado durante una década”.

Recuperar la calma y ganar tiempo

El momento elegido por Truss para anunciar sus cambios, a las dos y media de la tarde (15.30, hora peninsular española), respondía a una estrategia muy calculada. Apenas dos horas después, el Banco de Inglaterra iba a concluir su última compra de bonos del Tesoro, una medida extraordinaria que ha puesto en práctica durante las últimas dos semanas para mantener la estabilidad financiera y evitar el pánico en los fondos de pensiones, que retenían más de un billón de euros en deuda pública a largo plazo.

El gobernador del Banco de Inglaterra, Andrew Bailey, emitió esta semana mensajes ambiguos que extendieron el temor en los mercados. Por una parte, anunció desde Washington que este viernes pondría punto final a la compra de bonos, pero su equipo seguía asegurando a las gestoras de fondos de pensiones que las ayudas continuarían si era necesario. El momento clave para calcular los nervios de los inversores era, pues, la última hora de la jornada del mercado de este mismo viernes. De hecho, son muchos los que sospechan que Bailey, al mantener finalmente su compromiso de cerrar el grifo al final de la semana, había puesto la pelota sobre el tejado de Truss: o rectificaba, como finalmente ha hecho, o se despertaría el lunes con una nueva convulsión en los mercados.

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