El Papa, tras los pasos de Muhammad Ali en Kinsasa
Francisco es recibido como una estrella del pop por 65.000 jóvenes en el mayor estadio del Congo, una expectación que recuerda a la que el boxeador levantó en 1974 en el conocido como ‘Combate del siglo’
Kinsasa fue el centro del mundo el 30 de octubre de 1974. Muhammad Ali y George Foreman se disputaron en la capital de la República Democrática del Congo —entonces Zaire— el título mundial de pesos pesados. El primero, a sus 32 años, buscaba cambiar su imagen después de tres años sin licencia por negarse a combatir en Vietnam. “Ellos nunca me han llamado negro de mierda”, defendió con su a...
Kinsasa fue el centro del mundo el 30 de octubre de 1974. Muhammad Ali y George Foreman se disputaron en la capital de la República Democrática del Congo —entonces Zaire— el título mundial de pesos pesados. El primero, a sus 32 años, buscaba cambiar su imagen después de tres años sin licencia por negarse a combatir en Vietnam. “Ellos nunca me han llamado negro de mierda”, defendió con su afilada lengua. Su contrincante, un joven Foreman, campeón del mundo de los pesos pesados a los 25 años, tenía al público local en contra gracias a una campaña organizada por Ali con la que logró mandar un mensaje político, racial y en defensa de los derechos civiles que elevó el boxeo más allá de una simple pelea. Kinsasa fue también esos días una descomunal fiesta al ritmo de Zaire 74, un festival de tres días con las mejores estrellas del pop y el soul: James Brown, Celia Cruz, Bill Withers... Sucedió en el estadio el 20 de mayo, que quedó obsoleto y fue sustituido años después por el gran Estadio de los Mártires. El jueves, este recinto volvió a tener su momento de gloria internacional.
La pelea de Ali, financiada por el dictador Mobutu Sese Seko para limpiar su imagen, congregó a unas 60.000 personas en lo que para siempre se llamaría Rumble in the Jungle [combate en la jungla]. El Papa conoce la historia. En el avión a Kinsasa, la escuchó de boca de un periodista que le regaló el libro de Norman Mailer que recuerda aquel evento (El Combate).
El jueves por la mañana, unas 65.000 personas, la mayoría jóvenes, recibieron al pontífice en el centro deportivo multiusos más grande del Congo con un coro algo distinto, pero igual de enfervorecido. Llevaban horas esperándolo. Habían preparado bailes, música, comida. Un fiestón parecido al del día anterior en el aeropuerto de N’dolo, pero con una media de edad que no superaba los 17 años y un discurso pensado para ellos. “Es triste ver jóvenes que están horas frente a un teléfono. Después de que contemplaran tanto tiempo la pantalla, los miras a la cara y ves que no sonríen, la mirada está cansada y aburrida. La vida no se escoge tocando la pantalla con el dedo”, propuso en lo que sería el mayor acto de rebeldía de un joven actual.
El mensaje del Papa, en un país donde crece el catolicismo y la vigencia de su discurso no se ha marchitado, fue acogido con devoción. “¡Santo subito!”, rezaban algunas pancartas pidiendo su canonización en vida. En esta parte del mundo es un verdadero mito. Un niño de unos seis años iba incluso disfrazado de cardenal, portando todos los complementos y causando la fascinación de toda la comitiva de la Santa Sede (algunos con el mismo atuendo que el chaval). “No se dejen llevar como un tronco seco en un río de lodo. Siéntanse indignados, sin caer nunca en los halagos de la corrupción, que son persuasivos pero envenenados. ¡No a la corrupción!”, gritó el pontífice casi al final de su discurso, poniendo en pie al estadio, que comenzó a corear su nombre y a saltar enloquecido.
Francisco intentaba seguir hablando, pero el público, completamente extasiado por el momento de comunión colectiva, no le dejaba y seguía gritando en lingala y contra el presidente del país, Félix Antoine Tshisekedi, a quien culpaban de sus males y le recordaban que su mandato está a punto de terminar: “¡Kanyaka ezali kaka! [La corrupción continúa]” y “Biso ba jeunes, toza na nisala te [Nosotros, los jóvenes, no tenemos trabajo]”.
En una de las gradas estaba Jean Makaya, de 33 años. Gorra de beisbol, cadena de oro, reloj de pared en la muñeca. Venía acompañando a su hijo Erick, que vestía una camiseta con la foto del Papa y no dejaba de cantar. Su padre —el abuelo del chaval— presenció la pelea del siglo, cuenta Jean. “Fue siempre como una leyenda en casa. Fue un momento increíble para la ciudad. Pero esto es mejor, créeme. Mira toda esta gente cómo está”, opina. Habría que hacer una encuesta, claro. Pero hay muchas diferencias entre aquel octubre del 74 y ahora.
Ali acababa de convertirse entonces al islam y el Papa predica el catolicismo. Además, el público gritaba en éxtasis aquello “Ali Bumayé” (Ali, mátalo), en las antípodas de los mensajes de paz. Pero además, los boxeadores terminaron entonces en Kinsasa por un error de cálculo. Don King, entonces un joven e inexperto promotor de boxeo, prometió a cada uno cinco millones de dólares por la pelea. El problema es que luego no encontró a nadie en su sano juicio que lo pagase. La única oferta, de hecho, llegó desde el corazón del África y la puso sobre la mesa Mobutu, deseoso de blanquear su régimen. El Papa, y en eso sí hay algunos parecidos, sabe que hay elecciones en el país dentro de un año. Y que su visita intentará ser rentabilizada. Pero que le quiten lo bailado hoy a esas 65.000 personas.
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