Marine Le Pen: “Si Rusia gana la guerra, es catastrófico; si gana Ucrania, se habrá desatado la III Guerra Mundial”

La líder del Reagrupamiento Nacional, reforzada por la crisis de la reforma de las pensiones, se reafirma en los principios de siempre de su movimiento: nacionalismo y rechazo de la inmigración

Marine Le Pen, líder del Reagrupamiento Nacional, durante la entrevista en París, el martes.Samuel Aranda

“Si fuese presidenta...”, arranca Marine Le Pen, y al instante se corrige: “Cuando sea presidenta.”

El descontento en Francia por la reforma de las pensiones ha reforzado las opciones electorales de la líder del Reagrupamiento Nacional (RN), heredero del partido de extrema derecha que hace medio siglo fundó su padre, Jean-Marie Le Pen. Si hoy Marine Le Pen se enfrentase a Emmanuel Macron en la segunda vuelta de las presidencial...

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“Si fuese presidenta...”, arranca Marine Le Pen, y al instante se corrige: “Cuando sea presidenta.”

El descontento en Francia por la reforma de las pensiones ha reforzado las opciones electorales de la líder del Reagrupamiento Nacional (RN), heredero del partido de extrema derecha que hace medio siglo fundó su padre, Jean-Marie Le Pen. Si hoy Marine Le Pen se enfrentase a Emmanuel Macron en la segunda vuelta de las presidenciales, ganaría con un 55% de los votos frente al 45% del actual mandatario, según un sondeo del instituto Elabe. En las últimas presidenciales, en 2022, Macron se impuso con un 58% de apoyos frente al 42% de Le Pen. Desde el pasado junio, el RN es el primer grupo de oposición en la Asamblea Nacional, con 89 diputados que van siempre encorbatados ―los hombres― e intentan evitar, no siempre con éxito, las estridencias.

“Estamos cosechando lo que sembramos”, dice Le Pen (Neuilly-sur-Seine, 54 años) en una entrevista concedida este martes a varios corresponsales europeos de la alianza de medios LENA, entre ellos EL PAÍS, en un café junto a la Asamblea Nacional. “Sembramos durante la campaña de las presidenciales con un proyecto extremadamente serio, detallado, en el que anticipábamos problemáticas que un año después resultaron ciertas. A partir de este crédito, y al mismo tiempo gracias a nuestro respeto por el funcionamiento de las instituciones, hemos logrado cada vez más obtener la confianza de los franceses”.

Aunque quedan cuatro años para las elecciones, Le Pen se siente más cerca que nunca del poder. Cree que finalmente ha logrado, desde que en 2011 tomó el relevo de su padre, desdemonizar a su partido. Es decir, sacarlo del rincón de los apestados ideológicos y convertirlo en aceptable para una buena parte de los franceses.

“En unos años, hemos pasado de ser el partido más odiado de Francia al más amado de Francia”, se enorgullece la líder del mayor partido europeo de extrema derecha, etiqueta que ella rechaza. “Nunca hemos sido de extrema derecha”, dice, pues se opone radicalmente a algunos principios que considera característicos de esta corriente, como el antiparlamentarismo, el rechazo al pluralismo y el uso de la violencia. Le Pen va más allá: “No somos de derechas”. ¿Qué son, entonces? “Diría que somos nacionales”, responde. “Consideramos que la nación es el corazón político de nuestro proyecto”.

Y, sin embargo, los fundamentos de Le Pen y el RN no han cambiado. Uno es el nacionalismo, y por eso, aunque aplaude a Macron por distanciarse de Estados Unidos respecto a China, le critica por hacerlo en nombre de la soberanía europea: “Para que haya soberanía, es necesario un pueblo, y no hay un pueblo europeo”. Le Pen no seguirá el camino de otra líder de su esfera ideológica, la primera ministra italiana Giorgia Meloni, que ha conquistado el poder con un mensaje a favor de la OTAN y la UE. “Yo sigo siendo euroescéptica y cada día que pasa lo soy más”, declara. “No escéptica respecto a Europa”, precisa, “sino a la organización política de Europa”.

Cuando se le recuerda su antigua afinidad con el presidente ruso, Vladímir Putin, lo niega mientras sonríe: “Tiene usted derecho a decirlo, pero...”. Unos minutos después, cuando se le dice que ella es “más bien rusófila”, reacciona: “No puedo dejar que se diga eso”.

Le Pen ha sido durante años la política francesa más cercana a la Rusia de Putin. Su partido recibió en 2014 un préstamo de nueve millones de euros de un banco ruso y ella declaró compartir la visión global de Putin. Tras la invasión de Ucrania en febrero de 2022, se distanció, y ahora declara: “Yo creo en la soberanía de las naciones: si Ucrania desea entrar en la OTAN, si es su voluntad, no veo quién puede oponerse”. “Cuando una nación como Rusia agrede a otra nación y atenta contra su soberanía”, razona, “no hay equidistancia posible, hay que tomar posición”. Aunque se declara favorable al envío a Ucrania de armas defensivas, se opone a que estas sean ofensivas. ¿Sanciones? Sí, pero no al sector energético. ¿Su solución? Negociar la paz. Ya.

“Si Rusia gana la guerra, es catastrófico porque todos los países con un conflicto territorial pensarán que podrán resolverlo por las armas”, argumenta. “Si Ucrania gana, querrá decir que la OTAN ha entrado en guerra, pues estoy convencida de que Ucrania, sin la potencia de la OTAN, no puede ganar militarmente ante Rusia. Y esto quiere decir que se habrá desatado la III Guerra Mundial”. Tercera opción: “Si continuamos entregando armas con cuentagotas a Ucrania, como hacemos ahora, entonces afrontamos una nueva guerra de los 100 años, lo cual, teniendo en cuenta las pérdidas humanas, es un drama espantoso”. Cuando se le pide que concrete cómo resolver entonces el conflicto, zanja: “No voy a darle aquí, en una mesa de café, un plan de paz”.

Marine Le Pen, durante la entrevista con varios medios, el martes en París. Samuel Aranda

El otro fundamento invariable del lepenismo es el rechazo a la inmigración, y aquí se felicita por haber logrado “una victoria ideológica total” porque, en su opinión, otros partidos han asumido sus ideas. “Hoy”, dice, “hasta el Partido Comunista dice que hacen falta fronteras”. Pero Le Pen no se limita a defender el control de las fronteras. Si llega al poder, promete organizar un referéndum para introducir en la Constitución la llamada preferencia nacional, que daría prioridad a los franceses ante los extranjeros en el acceso a empleos, vivienda y ayudas sociales.

“Para mí”, dice la política, “el referéndum debe ser una parte integrante del funcionamiento de la democracia francesa. Lo que contemplo es hacer al menos un gran referéndum por año.”

Como otros nacionalpopulistas, Le Pen hace bandera del voto y la democracia. Critica el procedimiento legislativo que usó Macron para adoptar la reforma de las pensiones, sin un voto en la Asamblea Nacional, aunque después superó dos mociones de censura, una de ellas del RN.

“¿Cómo quieren que la gente no considere que hay un problema democrático?”, dice. “Emmanuel Macron es la hormona de crecimiento de los que ya no creen en la democracia”.

Sobre el riesgo de una deriva autoritaria si ella llega al poder, responde: “Al contrario, si salgo elegida habrá más democracia”. Y cita los referéndums, la elección por sistema proporcional y la voluntad de dar un mayor papel al Parlamento. “¿Cómo le voy a demostrar que no seré autoritaria? Es perverso como acusación. Yo siempre he estado del lado de las libertades”.

Le Pen posa el martes en París. Samuel Aranda

Le Pen se considera víctima de una caricatura, pero dice que acaba beneficiándola. “Se habló de nuestros diputados como si fuesen unos cretinos, unos negados, unos incompetentes”, enumera. “Era tan insultante que, cuando los franceses vieron llegar a diputados inteligentes, trabajadores, bien vestidos, se dijeron: ‘Pero esta gente está muy alejada del retrato que nos han pintado”. Sostiene la líder del RN: “Cuando lleguemos al poder, la gente verá que no solo no es el apocalipsis, sino que es una política de sentido común”.

Del pasado no reniega, ni de la herencia de Jean-Marie Le Pen, tótem de la ultraderecha más desacomplejada, abiertamente asociada al antisemitismo y la xenofobia. “Pienso que es honorable no hacer una selección entre lo que fue menos glorioso y lo más glorioso”, justifica. Con su padre, a quien expulsó del partido, se ha reconciliado. “Tiene 95 años, felizmente mi relación con él se ha calmado”, dice. “Ya no hablamos de política, así que nos cabreamos menos”.

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