De las ‘mamachicho’ a un imperio paneuropeo

Berlusconi impulsó el gigante audiovisual MFE, con actividad en Italia, España y Alemania

Una imagen de 'Las noches de tal y tal', emitido por Telecinco en 1991 y presentado por Jesús Gil. Vídeo: EPV

A principios de los años noventa, Silvio Berlusconi revolucionó la televisión en España a base de livianos espectáculos de entretenimiento, coloristas y transgresores, muchos de ellos importados de los canales que había lanzado con enorme éxito en Italia. Fueron los tiempos de las chicas Chin-Chin y las mamachicho, de los primeros talk shows y del polígrafo de La máquina de la verdad. El empresario milanés no concebía el medio como instrumento para ...

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A principios de los años noventa, Silvio Berlusconi revolucionó la televisión en España a base de livianos espectáculos de entretenimiento, coloristas y transgresores, muchos de ellos importados de los canales que había lanzado con enorme éxito en Italia. Fueron los tiempos de las chicas Chin-Chin y las mamachicho, de los primeros talk shows y del polígrafo de La máquina de la verdad. El empresario milanés no concebía el medio como instrumento para hacer política, sino como un mero divertimento. Sostenía que la televisión “es solo un electrodoméstico que da imágenes” y su objetivo fue siempre la rentabilidad. Junto a los socios españoles, su grupo de comunicación Fininvest obtuvo una de las tres licencias privadas que otorgó el Gobierno socialista de Felipe González y que vinieron a romper el monopolio del anquilosado ente público en España.

Telecinco comenzó sus emisiones en 1990 en medio de una gran expectación por formatos impregnados de frivolidad y extravagancia y envueltos en una estética destelleante. Ese canal fue el embrión de Mediaset España, un conglomerado mediático que creció y se expandió con la fusión de Sogecable, que aportaba al matrimonio emisoras como CNN+ y Cuatro. Actualmente, el grupo es, junto a Atresmedia, uno de los dos holdings audiovisuales que operan en España y se reparten casi a partes iguales la publicidad. Cuenta con siete canales de TDT (Telecinco, Cuatro, Factoría de Ficción, Divinity, Boing, Energy y BeMad), además de una plataforma de pago, una agencia de noticias, el diario digital Nius, productoras audiovisuales y cinematográficas y una potente división publicitaria. Un gigante que el año pasado obtuvo un beneficio de 178 millones de euros.

La ley de televisión privada limitaba la participación de los accionistas extranjeros al 25%, pero incluso antes de obtener la concesión, Berlusconi predijo que en poco tiempo el mundo se reiría de esas normas restrictivas porque iban contra la historia. Y la historia le dio la razón. El Gobierno flexibilizó de tal manera las condiciones que el grupo de la familia Berlusconi fue ganando peso dentro del accionariado hasta hacerse con el control absoluto.

Desde Fininvest, la sociedad que agrupaba el negocio audiovisual, Berlusconi vio siempre la televisión como un negocio. Su máxima era sencilla: hacer programas para vender publicidad. Durante años, Telecinco fue el canal más rentable de Europa. Consiguió atinar con los gustos de un público embrujado por la “pantalla amiga” para poner en el aire una parrilla de bajo coste que, al mismo tiempo, cosechaba audiencias sorprendentes con programas de discutible calidad. Tanto bajó el nivel que el Gobierno llegó incluso a abanderar un código de autorregulación para poner fin a la telebasura.

Ya a finales de los ochenta, Fininvest era el grupo con mayor volumen de negocio, solo por detrás de las tres todopoderosas cadenas privadas estadounidenses. Berlusconi hacía gala de que producía 70 películas al año y tenía muy clara su “vocación europea”. Pensaba que solo mediante la cooperación se podría hacer frente al dominio de las empresas audiovisuales que operaban al otro lado del Atlántico.

Ese es precisamente el espíritu con que impulsó la creación de la compañía europea transfronteriza de medios de comunicación Media For Europe (MFE), cuyo principal ejecutivo es Pier Silvio Berlusconi, hijo del magnate. Esta nueva sociedad integra las actividades de Mediaset Italia, Mediaset España y la alemana ProSieben y ha fijado su sede social en Países Bajos. Con esta fusión por absorción, Mediaset ha dejado de cotizar en la Bolsa en España, aunque el plan de la compañía es que funcione de manera autónoma. MFE se configura como un gran conglomerado de productores y distribuidores europeos capaz de competir con las multinacionales del streaming como Netflix, HBO o Disney+ y con la vista puesta en dar el salto al mercado de América Latina y, sobre todo, a las audiencias de habla hispana en Estados Unidos, para intentar hacerse un hueco en un negocio con una enorme capacidad de crecimiento. MFE aspira a competir en condiciones más ventajosas tanto en España, donde mantiene una extraordinaria rivalidad con Atresmedia, como en el mercado global. Los expertos calculan que las sinergias y ahorros de costes tras la fusión de la división española e italiana de Mediaset supondrían unos 55 millones de euros.

Berlusconi confió siempre en directivos italianos para llevar las riendas del negocio en España. En 1993, Fininvest envió a Maurizio Carlotti y seis años más tarde dejó las riendas en manos de Paolo Vasile, que también había trabajado de cerca con él. Tras 23 años como máximo ejecutivo, Vasile ha sido relevado este año por Alessandro Salem, que fue director general de Contenidos de RTI-Grupo Mediaset, con responsabilidad en el desarrollo, producción, gestión y distribución de contenidos televisivos. Anteriormente, dirigió el área de Clientes de Publitalia’80 y fue director general y consejero delegado de Publiespaña. Tras la desaparición del magnate italiano, el grupo mediático queda en manos de sus hijos, que mantienen posiciones divergentes sobre el futuro de MFE, un imperio codiciado por empresarios de la comunicación rivales.

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