Jimmy Carter se asoma a su último adiós
El expresidente demócrata cumple 99 años siete meses después de someterse a cuidados paliativos. Miles de estadounidenses lo homenajean por su labor humanitaria tras dejar el poder
No todo el mundo llega a los 99 años. Muchos menos asisten a su propio responso. Jimmy Carter, el presidente más longevo de la historia de Estados Unidos, soplará este domingo 99 velas. El anuncio del pasado febrero de que renunciaba a más tratamientos médicos para dejarse llevar por los cuidados paliativos le ha permitido el raro privilegio de asomarse en estos siete meses como un testigo mudo a los preparativos de la ceremonia ...
No todo el mundo llega a los 99 años. Muchos menos asisten a su propio responso. Jimmy Carter, el presidente más longevo de la historia de Estados Unidos, soplará este domingo 99 velas. El anuncio del pasado febrero de que renunciaba a más tratamientos médicos para dejarse llevar por los cuidados paliativos le ha permitido el raro privilegio de asomarse en estos siete meses como un testigo mudo a los preparativos de la ceremonia con la que la posteridad piensa recordarlo.
Con el comunicado de que Carter se retiraba de la vida pública en su casa de Plains (en el Estado de Georgia) a esperar el desenlace junto a su mujer Rosalynn, de 96 años, el mundo, también la familia y los amigos, dio por hecho que sería cosa de días, o semanas. Los periódicos corrieron a poner a punto los obituarios y enviaron reporteros a cubrir una noticia que no se produjo. Pero el expresidente demócrata (1977-1981) volvió a desafiar las expectativas y a llevar la contraria a Francis Scott Fitzgerald —“No hay segundos actos en las vidas americanas”—, como hizo al dejar la Casa Blanca. Entonces, derrotado por el republicano Ronald Reagan, tras un único y un tanto frustrante mandato, inició una brillante postpresidencia, marcada por la búsqueda de resolución de conflictos y por la erradicación de enfermedades como la del gusano de Guinea, que lo llevaron a ganar el premio Nobel de la paz en 2002.
“Algunos analistas han sugerido que Carter empleó la Casa Blanca como un trampolín, impaciente por convertirse en un venerable hombre de Estado”, escribió el historiador presidencial Douglas Brinkley en su clásico The Unfinished Presidency (La presidencia inacabada, 1998). “Es más exacto decir que, tras perder estrepitosamente contra Reagan, siguió trabajando en la agenda y las políticas en las que creía, porque creía en ellas estuviera o no en el cargo. El hecho de que se empeñara con tanto tesón es testimonio de su negativa a tirar la toalla. Puede ser muchas cosas, pero alguien que se da por vencido no es una de ellas, por lo que su presidencia permanecerá inconclusa mientras él esté vivo”.
“Lección de dignidad”
Paige Alexander, directora de la fundación que lleva en Atlanta el nombre del político, recordó recientemente en Nueva York, en la entrega de un premio a la labor humanitaria del matrimonio, que cuando “este año decidieron compartir con la opinión pública sus problemas de salud, lo hicieron como siempre: con total honestidad. Dieron otra lección de dignidad y gracia”. Había precedentes, como cuando Carter anunció en 2015 que le había sido diagnosticado un cáncer cerebral de incierto pronóstico que luego remitió. De la operación en 2019 para liberarle la presión hemorrágica en la cabeza tras sufrir diversas caídas también salió airoso. En mayo pasado, Rosalynn Carter hizo público que ella padecía demencia.
“En nuestras últimas conversaciones, su primera pregunta [de Jimmy Carter] no era sobre política, economía o las posibilidades de su querido equipo de béisbol, los Atlanta Braves, sino sobre los progresos contra la enfermedad del gusano de Guinea”, agregó Alexander, que el fin de semana pasado declaró a The New York Times que dos cosas le están ayudando a salir adelante: “el helado de mantequilla de cacahuete y los muchos homenajes que está recibiendo en estos meses”. La brillante temporada que están firmando los Braves, líderes intratables de la conferencia Este, tal vez también contribuya.
El Centro Carter ha pedido a ciudadanos de todo el mundo que manden fotos y comentarios para felicitar el cumpleaños al expresidente. Más de 14.000, famosos como Jane Fonda o Larry David incluidos, lo han hecho. Con ellas han confeccionado un enorme mosaico digital para celebrar el gran día, que no ha sido el domingo, el del natalicio, sino el sábado. El cambio de fecha era otro daño colateral de la negativa del ala radical del Partido Republicano a aprobar las partidas de gasto para evitar el inminente cierre del Gobierno, que se evitó in extremis al final del día. Resulta que la Biblioteca y Museo Jimmy Carter son propiedad de la Administración Nacional de Archivos y Registros, así que dependen de Washington. El temido parón amenazaba con la suspensión de ciertos servicios públicos no esenciales. Festejar la longevidad de un expresidente demócrata era uno de ellos.
Este sábado, la cara norte de la Casa Blanca amaneció con la escultura efímera de una tarta con 39 velas para homenajear al trigésimo noveno presidente. En Atlanta, la celebración por adelantado incluyó entradas al museo a 99 centavos, en honor a los años que el homenajeado cumple, concursos, camionetas-restaurante y la proyección de Todos los hombres del presidente, filme de Alan J. Pakula estrenado en abril de 1976, en plena campaña que llevó a Carter a la Casa Blanca. Tiene sentido: la película cuenta la investigación periodística que supuso el fin de Richard Nixon por el caso Watergate. A Nixon lo sucedió Gerald Ford, rival de Carter en sus primeras elecciones presidenciales.
Había sido gobernador de Georgia y senador por ese Estado sureño. A Washington llegó como un outsider que prometió restaurar la confianza en la política tras los traumas de la guerra de Vietnam y del Watergate. Selló los acuerdos de paz de Camp David entre Israel y Egipto, y en casa logró avances en los derechos civiles. Las buenas intenciones se estrellaron contra la crisis del petróleo y de los rehenes de Irán, y una inflación galopante que no supo gestionar y que afectó sobre todo a la clase trabajadora.
Cuando pronunció en 1979 su discurso más famoso, que tituló Una crisis de confianza, pero acabó conociéndose como el “discurso del malestar”, tal vez no sabía que en quien habían perdido la fe sus compatriotas era en él mismo. Y así fue cómo, en las elecciones de 1980, Estados Unidos pasó página y corrió en brazos de la revolución neoliberal en ciernes de Reagan. Los rivales de Joe Biden recurren a menudo a aquel corto mandato para establecer paralelismos con la Administración actual, con la esperanza que la historia se repita.
Con el tiempo, Carter y Ford (en cuyas notables memorias, A Time to Heal, se pregunta “qué habría pasado si no hubiera indultado a Nixon”) acabaron forjando una robusta amistad. La añoranza de un tiempo en el que dos rivales políticos podían acabar bien en Estados Unidos explica también por qué Carter está gozando de tantos homenajes durante estos meses. “Muchos estadounidenses aprecian el altruismo que demostró tras perder ante Reagan”, explicó este viernes en un correo electrónico el historiador de la Universidad de Georgetown Michael Kazin, autor de la más completa historia sobre el Partido Demócrata. “Además, a él y a su esposa nunca ha parecido importarles hacerse ricos ni dárselas de nada. ¡Son verdaderos cristianos, se podría decir!”.
Ambos siguen viviendo en la casa a la que se mudaron en 1961 en Plains, pueblo de 700 habitantes consagrado al cacahuete, a cuyo cultivo se dedicaba la familia de Carter. Hace años, The Washington Post calculó que la vivienda costaba menos que los cochazos del Servicio Secreto aparcados a su puerta para velar por la seguridad del expresidente. Al matrimonio se lo vio por última vez el sábado pasado. Aparecieron por sorpresa en la XXV feria del cacahuete del pueblo, a bordo de un Ford de 1946, un regalo del cantante de country Garth Brooks para felicitarles por sus 75 años casados.
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