El autor de la matanza de Maine advirtió a un amigo de que preparaba un asesinato masivo
La investigación del caso desvela que eligió el restaurante y la bolera en los que mató a 18 personas porque creía que en esos lugares se le acusaba de ser “un pedófilo”
La investigación sobre la matanza de 18 personas la semana pasada en una bolera y un restaurante de Lewiston (Maine) empieza a arrojar luz sobre los motivos que llevaron a Robert Card, militar en la reserva de 40 años, a empuñar un rifle de estilo militar para después, aún no está claro en qué momento exacto, suicidarse. El tipo estaba convencido de que había “una conspiración contra él y que la gente lo acusaba de ser un pedófilo”, según documentos legales, órdenes de registro y declaraciones juradas, hechos públicos este martes. También creía que los lugares que decidió atacar eran los focos principales de difusión de esas calumnias
Las novedades sobre el caso están sirviendo para responder un poco mejor a la pregunta de qué se pudo hacer para evitar la tragedia. Y las revelaciones que se van conociendo no dejan en buen lugar a las autoridades. El lunes se supo que tanto el ejército como la oficina del sheriff de Maine fueron alertados del deterioro de su salud mental más de cinco meses antes de que desatara el terror en la tranquila comunidad rural de unos 40.000 habitantes, segunda ciudad del Estado al noreste del país. Hay documentos que también prueban que su paranoia creció sin control hasta que hace seis semanas le pegó un puñetazo a un amigo, al que advirtió que planeaba un tiroteo masivo como el que acabó perpetrando.
Hasta ahora, las autoridades, que decretaron durante 48 horas el confinamiento de las localidades de Lewiston, Auburn, Lisbon, donde se perdió el rastro al asesino tras abandonar su todoterreno, y Bowdoin, lugar de su última residencia, habían asegurado en las regulares conferencias de prensa concedidas durante la crisis que no sabían que el tipo podía representar un problema.
Es más, Michael Shauschuck, comisionado de Seguridad Pública de Maine, afirmó a los periodistas el sábado por la mañana que no les constaba que hubiera estado durante dos semanas del verano pasado en tratamiento psiquiátrico, cuando su comportamiento despertó las sospechas de sus compañeros del ejército. No fue un ingreso forzado, no saltó lo que en Maine se conoce como una “alerta amarilla”, así que aparentemente, añadió Shauschuck, no había motivo para impedirle comprar un arma o para quitarle las que ya tenía. Eran varias, compradas algunas hace años; otras, tan recientemente como pocas semanas antes de la matanza.
Además, Joel Merry, jefe de la policía del condado de Sagadahoc, admitió durante el fin de semana que había enviado una alerta en septiembre, tras conocer que Card había amenazado a sus compañeros en la reserva. Mandó a un agente a buscarlo, pero este no lo encontró en casa, pese a que oyó ruidos en el interior de la vivienda, y lo dejó estar.
En julio, Card recibió tratamiento en un hospital psiquiátrico de Nueva York durante dos semanas, después de un incidente en la Academia Militar de West Point. Había acusado a “varios soldados” de llamarlo pedófilo, empujó a uno y profirió vagas amenazas.
Una ruptura sentimental
Las revelaciones sobre su obsesión con los dos lugares en los que el militar desató el terror provienen de una entrevista de un familiar con la policía, celebrada unas tres horas después del tiroteo, en la que aclaró que Card “deliraba desde febrero de 2023, tras una fea ruptura” con su novia, a la que, según parece, conoció en el bar Schmengees, uno de los escenarios de la matanza. Tanto ese local como la bolera Just-In-Time eran dos de los cuatro sitios en los que estaba convencido de que se difundían las acusaciones de su supuesta pedofilia.
Después de matar a 18 personas y herir a otras 13, Card huyó en su todoterreno blanco, que abandonó a unos 15 kilómetros del lugar de los hechos, en Lisbon. Fue en ese momento cuando se le perdió el rastro y empezó una desesperada búsqueda que implicó a cientos de agentes, locales, del condado, estatales y federales de todo el país y que tardó más de 48 horas en dar sus frutos. Hallaron su cuerpo, con signos de haberse suicidado de un balazo, no muy lejos de donde estaba el coche, en un tráiler aparcado al final de un sendero cerca de la planta de reciclaje en la que trabajó como conductor hasta la primavera pasada.
Hasta que no se le practique la autopsia no se sabrá si se mató inmediatamente después de cometer los asesinatos o si murió después.
La identidad de las 18 víctimas también tardó un par de días en conocerse. Son 16 hombres y dos mujeres. Ocho murieron en el restaurante; siete, en la bolera. Los otros tres no sobrevivieron a su primera noche en el hospital de Lewiston. Los fallecidos tenían entre 14 y 76 años, y entre ellos había cuatro personas sordas, el gerente del restaurante, que trató de detener a Card con ayuda de un cuchillo; un padre y un hijo o un matrimonio de septuagenarios.
El de Maine es el tiroteo masivo más letal en lo que va de año, así como el décimo más mortífero en la historia de Estados Unidos. Con su pasión por la caza y la pesca, se trata de uno de los Estados del país en los que resulta más fácil comprar un arma. Hasta ahora, era también uno de los más seguros: el año pasado solo se registraron 29 homicidios en un Estado de algo más de 1,3 millones de habitantes.
No parece que la tragedia, que ha resucitado un ya desganado debate entre los partidarios del control de armas y los defensores de la Segunda Enmienda, que garantiza su uso, vaya a provocar un cambio en las laxas leyes de Maine que regulan el acceso a los fusiles de asalto.
Sigue toda la información internacional en Facebook y X, o en nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.