Las tres Cubas y las dos Américas
Desde Palm Beach, un pintor cubano se ríe de sus amigos cuando le hablan del peligro de un triunfo “comunista” (es decir, de Biden) porque “el socialismo es físicamente imposible en Estados Unidos”
Llegó por fin la fecha electoral. Uno siente que, entre tanta expectación y con tanta tensión política en el ambiente, necesita respirar hondo y mirar un poco más allá. Visitar el apartamento-estudio del pintor Ramón Alejandro en Miami constituye una buena terapia. Este hombre sabio, políglota y lleno de humor, que pasó la mayor parte de su vida en París, conoce bien las tres Cubas y las dos Américas (discúlpese la incorrección al denominar Estados Unidos). Y está tranquilo. Este lunes fue de excursión a los Cayos con unos amigos entusiastas de Donald Trump. Él ya ha votado, con poco entusiasm...
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Llegó por fin la fecha electoral. Uno siente que, entre tanta expectación y con tanta tensión política en el ambiente, necesita respirar hondo y mirar un poco más allá. Visitar el apartamento-estudio del pintor Ramón Alejandro en Miami constituye una buena terapia. Este hombre sabio, políglota y lleno de humor, que pasó la mayor parte de su vida en París, conoce bien las tres Cubas y las dos Américas (discúlpese la incorrección al denominar Estados Unidos). Y está tranquilo. Este lunes fue de excursión a los Cayos con unos amigos entusiastas de Donald Trump. Él ya ha votado, con poco entusiasmo, a Joe Biden.
Su nombre completo es José Ramón Díaz Alejandro. Nació en La Habana en 1943. Y en su biografía cabe una asombrosa riqueza de acontecimientos, buenos y malos. De niño conoció la primera Cuba, la de Fulgencio Batista, los casinos y la mafia estadounidense, aunque su abuelo, enfermo de nostalgia por el viejo imperio español, le hiciera añorar un pasado remoto y ya desvanecido. Su madre murió cuando tenía nueve años. A los 15 se convirtió en revolucionario marxista y tras el triunfo de Fidel Castro disfrutó de “dos años de erotismo e hiperactividad: la gente no puede imaginarse lo que fue aquello”. Pero leyó Rebelión en la granja, de George Orwell, y se le encendió una lucecita de escepticismo.
Su padre, harto de él, le concedió una mayoría de edad prematura y se largó. No al exilio, sino a conocer el Museo del Prado, en un tortuoso viaje que le llevó por Buenos Aires, Montevideo y São Paulo hasta llegar en barco a Barcelona. Es una lástima que no quepan aquí todas las cosas que le han pasado ni dé para hablar de su obra. Tras un tiempo en España se instaló en París. Estaba en el Barrio Latino cuando estalló Mayo del 68. ¿Qué hizo él? Sumarse a la gran manifestación de apoyo al general Charles de Gaulle que sofocó la hoguera revolucionaria. “Me gustaba De Gaulle, esa mezcla de democracia, dirigismo estatal y protagonismo de los sindicatos”, explica.
Durante sus casi 40 años en París siguió aprendiendo a relativizar. Uno de sus amigos, el filósofo estructuralista Roland Barthes, le desaconsejó volver a la Cuba comunista. Ramón se extrañó. “¿Pero tú no eres de izquierdas?”. Barthes le dio una lección sobre cómo funcionaba la intelectualidad francesa: “El filósofo Barthes es de izquierdas; yo, no”. Tampoco volvió a Cuba cuando, tras la desaparición de la Unión Soviética en 1989, el colapso del castrismo parecía inminente y varios de sus amigos, entre ellos el gran director de fotografía Néstor Almendros, preparaban ya el retorno. En Cuba aumentó la miseria, no la libertad.
Como sus cuadros sensuales basados en la fruta (“las frutas son las catedrales del trópico”) se vendían mejor en Estados Unidos que en Europa, se trasladó a Miami. Y conoció la tercera Cuba, la del sur de Florida, “que se parece mucho a la primera, la de mi infancia”. Su esposa murió. Después se suicidó uno de sus hijos. Entonces sí necesitó volver a La Habana para conocer la segunda Cuba. No reconoció su ciudad. “Atravesar una depresión en un lugar que se caía a pedazos, donde conseguir cosas elementales era una heroicidad, no fue una gran idea”.
Ahora, en su apartamento de Palm Beach con ventanales al norte (“la luz del norte es la mejor para apreciar los colores”, dice), se siente en La Habana. La suya. “Estoy tranquilo, me he sobrevivido”. Se ríe de sus amigos cubanos cuando le hablan del peligro de un triunfo “comunista” (es decir, de Biden) porque “el socialismo es físicamente imposible en Estados Unidos”. “Además, el comunismo ya no existe ni en Cuba, un simple régimen de partido único que no caerá, sino que evolucionará, ni en Venezuela, una simple dictadura mafiosa; quizá en Corea del Norte, no sé”.
El bloqueo a Cuba le parece contraproducente: daña a la gente sin dañar al poder. No le gustaría que ganaran “Donald Trump y su reality-show” porque las posiciones ideológicas de muchos de sus partidarios (“no las de Trump, él no tiene de eso”) sí entroncan “con una tradición religiosa, racista, reaccionaria y violenta, propia de Estados Unidos” y teme situaciones desagradables. Pero no teme grandes enfrentamientos armados ni una dictadura ni nada de eso. Las dos Américas, dice, seguirán conviviendo tras las elecciones, “con sus conflictos, como siempre”.
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