La capacidad de adaptación de los niños en tiempos de la covid: una lección para adultos
En el caso de los más pequeños, ha ayudado mucho que las familias y escuelas les hayan contado lo que iba a pasar en la vuelta al colegio, cómo se iban a sentar o con quien podrían jugar
Unas semanas después de volver al colegio, tras seis meses de desconexión con el entorno escolar debido a la pandemia provocada por la covid-19, Maya, una niña de siete años que cursa actualmente segundo de Primaria, reclamó la atención de su padre, el psicólogo especialista en intervención psicoterapéutica Máximo Peña, porque tenía que decirle una cosa que, creía, le iba a sorprender. “Papá, ¿sabes que me gusta más el cole ahora que antes?”. Eso...
Unas semanas después de volver al colegio, tras seis meses de desconexión con el entorno escolar debido a la pandemia provocada por la covid-19, Maya, una niña de siete años que cursa actualmente segundo de Primaria, reclamó la atención de su padre, el psicólogo especialista en intervención psicoterapéutica Máximo Peña, porque tenía que decirle una cosa que, creía, le iba a sorprender. “Papá, ¿sabes que me gusta más el cole ahora que antes?”. Eso fue lo que dijo Maya. Sorprendido, Máximo le preguntó el porqué de esa reflexión: “Me dijo que porque eran menos en el aula (en su caso, debido a la reducción de ratio, han pasado de 26 alumnos el curso anterior a 17 en el actual) y podía jugar mejor con sus amigas. Además, lo de que el recreo sea cada día en espacios diferentes le encanta. Y en el comedor también son menos, y se nota la diferencia”.
No es la única. Muchos de sus compañeros en un colegio del barrio madrileño de Moratalaz han expresado opiniones similares o, al menos, han asumido la nueva realidad del centro con absoluta normalidad. “No diría que la percepción de mi hija sea algo generalizado”, sostiene el psicólogo, que tiene la impresión personal de que aquellos niños que se lo pasaban bien en el cole antes del coronavirus, lo siguen pasando bien, mientras que quienes se sentían mal, se siguen sintiendo mal. Peña, no obstante, reconoce que en el colegio de su hija, como en otros centros, “han intentado hacer de la necesidad virtud, y les han planteado a los alumnos los cambios en forma de juego y se han esforzado por mantener un ambiente relajado”; algo que, sostiene, sabe que no ocurre de igual forma en muchos otros centros educativos. “Hay colegios en los que estaban al límite del espacio físico antes de la covid, y ahora están sobrepasados, sin poder garantizar la salud de los alumnos ni de los trabajadores. O colegios en los que siguen la política del miedo y, por ejemplo, han colocado por todas partes carteles amarillos y negros sobre el coronavirus, semejantes a los que se utilizan como señales de peligro en las redes de alta tensión, lo que transmite poca sensación de confianza en los chavales”, afirma.
A esta pronta adaptación, en el caso de los niños más pequeños, ha ayudado mucho, según la psicóloga Sonia Martínez, directora de los Centros Crece Bien, “que las familias y escuelas les hayan contado lo que iba a pasar en la vuelta al colegio, cómo se iban a sentar, con quien podrían jugar, cómo iban a comer, etcétera”. Eso ha provocado, según la autora de Descubriendo Emociones (La Esfera de los Libros), que los niños y niñas se hayan habituado con más facilidad que muchos adultos a llevar la mascarilla y que no sientan las nuevas medidas como un problema, sino muchas veces, incluso, como una bendición: “Los grupos son más reducidos y si son niños tranquilos, hasta lo agradecen. También los niños con más miedos lo ven todo ahora más ordenado y se sienten más tranquilos. E incluso a los niños tímidos o inseguros, el hecho de estar siempre con los mismos compañeros, pasar más tiempo sentados o tener un espacio más reducido en el recreo les relaja”.
No lo están llevando tan bien, según la experta, los niños y niñas que, al ser un poco más mayores, “hemos tratado como si fuesen adultos y han sido los que más sorpresa se han llevado”. Para la psicóloga, muchos de ellos solo ven desventajas en aspectos como el uso de la mascarilla, las limitaciones a las relaciones con amigos impuestas por las burbujas o el hecho de seguir teniendo clases online algunos días, “lo que no les permite relacionarse de igual manera con sus amigos, y tener que hacerlo vía online o por móvil, lo que afecta sobre todo a los chicos y chicas más tímidos, retraídos o inseguros”.
Una lección para padres y madres
Los padres y madres vivíamos angustiados la vuelta al colegio de nuestros hijos e hijas en mitad de la pandemia. Un ojo puesto en el incremento imparable de casos, el miedo al contagio y la incertidumbre sobre la continuidad de las clases presenciales; y el otro en cómo iban a ser y cómo iban a digerir los pequeños las medidas para guardar las distancias entre alumnos, la generación de las burbujas de convivencia, el día a día en un escenario que imaginábamos más propio de una distopía. “Preocuparse de que nuestros hijos e hijas estén bien es lo más normal del mundo. Además, en un contexto de tanta incertidumbre, en el que las autoridades públicas no dan señales de tener la situación bajo control, preocuparse es casi una respuesta adaptativa”, afirma Máximo Peña, que no obstante reconoce que adelantarse a problemas que no han ocurrido “es tan nocivo” como evadir los problemas que de verdad existen. “A veces, y lo digo por mí mismo, nos falta confianza en la capacidad de nuestros hijos para sobreponerse a las dificultades. Pero ellos pueden y muchas veces mejor que nosotros”, afirma.
Para Sonia Martínez, el problema reside en que, como adultos, no acostumbramos a ponernos en el lugar de los niños: “Pensamos que ellos piensan y sienten igual que nosotros, y esto no es así. Hemos adelantado preocupaciones que los niños no iban a tener. Solo preguntándoles por su visión nos hubiésemos dado cuenta de esto y nos habríamos ahorrado mucho tiempo de malestar”.
Una opinión que corrobora la psicóloga Rosa Sánchez, experta en terapia infantil, que señala que los niños viven mucho más en el presente, en el aquí y ahora, y se adaptan a lo que va surgiendo en cada momento. “No tienen tanta necesidad de control sobre lo que pasa, ni hacen un juicio permanente sobre lo que está bien y lo que está mal, ni tienen una idea tan prefijada como los adultos sobre cómo deberían ser las cosas o cuál es la mejor manera de gestionar las situaciones. Están más enfocados a experimentar que a pensar”, argumenta.
¿Nos están dando niños y niñas una lección a padres, madres y adultos en general?
“Para los adultos es todo un regalo poder aprender de esta mirada mucho más abierta que tienen los niños, una mirada sin crítica y mucho más creativa. Es una lección para los adultos de cómo pasar de la queja a la creatividad”, responde Sánchez. En el mismo sentido se pronuncia Sonia Martínez, que destaca la capacidad de los pequeños para centrarse en lo que sí pueden hacer, para ilusionarse y para saber sacar partido a las situaciones, incluso en tiempos de la covid-19: “La actitud de los niños es inteligente y resiliente. Se centran en lo que pueden ver, sentir o hacer ahora, y no tanto en lo que pasará en el futuro. Sueñan, se ilusionan, se plantean pequeñas metas y ven la vida como un juego. A todo eso nos enseñan ellos”.
Máximo Peña, por su parte, rememora las impresionantes fotografías de niños jugando sobre los escombros de una guerra o de una catástrofe natural. “La capacidad de adaptación de los niños es casi ilimitada. Lo que sucede con ellos es que su cerebro tiene mayor plasticidad que el de los adultos, lo que se traduce en una mayor resiliencia”, afirma antes de matizar que tampoco conviene generalizar, ya que la resiliencia “no es un mecanismo innato, sino el resultado de una interacción compleja de diversas variables”; y que existe “mucha variación” en la forma en que los niños responden y se recuperan de situaciones adversas: “algunos peques parecen no verse afectados, mientras que otros desarrollan una variedad de consecuencias en su salud física y psicológica”.
El psicólogo recuerda a ese respecto que a esas edades la vulnerabilidad de los pequeños “es máxima”; y señala a diversos estudios publicados por la Asociación Americana de Pediatría que coinciden al asegurar que los sucesos traumáticos ocurridos durante la infancia (como los abusos sexuales o el maltrato), están relacionados con diversos problemas de salud durante la propia infancia y la adolescencia, o con trastornos como la depresión o el abuso de sustancias estupefacientes en la edad adulta.
Para ayudar a los hijos e hijas en la gestión de este hecho traumático que les toca vivir y para apoyarles en su sorprendente capacidad de adaptación, Rosa Sánchez recomienda “escuchar a los niños con verdadero interés por lo que comunican y por su forma de experimentar el entorno, permitir sus emociones, sean estas agradables o desagradables, para que puedan normalizar lo que sienten y favorecer que se sientan seguros y protegidos por nosotros sin invalidarlos”. A esos consejos, Sonia Martínez añade la importancia de hacer a los niños y niñas independientes de lo que la sociedad, la familia o el mundo espera de ellos y enseñarles a ver que ante cualquier problema que se les presente, siempre podrán tomar una decisión para hacerle frente. Además, apunta a la necesidad de recuperar el “yo” niño en el adulto para volver a disfrutar del momento, tener unas expectativas realistas y centrarse más en la búsqueda de soluciones que en la crítica.
“También los adultos son capaces de adaptarse casi a cualquier situación por horrible que parezca. La historia ofrece numerosos ejemplos de ello”, concede por último Máximo Peña, que explica que diversas investigaciones científicas también han comprobado que la mayoría de los adultos se sobrepone en pocos años a la peor tragedia vivida. “El ser humano es, quizás, el “material” más fuerte y, a la vez, el más vulnerable, que ha producido la naturaleza”, concluye.
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