La proeza de retirar y remplazar el techo colapsado en el Templo Mayor de los aztecas
Las maniobras para el retiro de la techumbre colapsada sobre la Casa de las Águilas ha comenzado. Arqueólogos, restauradores, ingenieros, arquitectos y geotécnicos participan en la hazaña que demorará unos seis meses más
“Con una granizada histórica se acaba de colapsar la cubierta de la Casa de las Águilas en la Zona Arqueológica del Templo Mayor. Voy hacia allá con la directora del recinto para evaluar posibles daños. Todo el equipo de seguridad y conservación movilizado”, escribió el arqueólogo Leonardo López Luján, director del Proyecto de Templo Mayor, la noche lluviosa del 29 de abril de 2021. La techumbre de acero que protegía la ...
“Con una granizada histórica se acaba de colapsar la cubierta de la Casa de las Águilas en la Zona Arqueológica del Templo Mayor. Voy hacia allá con la directora del recinto para evaluar posibles daños. Todo el equipo de seguridad y conservación movilizado”, escribió el arqueólogo Leonardo López Luján, director del Proyecto de Templo Mayor, la noche lluviosa del 29 de abril de 2021. La techumbre de acero que protegía la Casa de las Águilas — edificio del siglo XV ricamente decorado y de primera importancia en la vida religiosa de Tenochtitlan — se había aplastado en forma de libro sobre el piso. Gracias a los dioses, no dañó nada fundamental de la estructura arqueológica. Seis meses después de aquel día, han comenzado las maniobras para retirar la cubierta. Pasarán unos seis más para remplazarla completamente por una nueva.
El proceso de retirar un techo especializado en una zona de Patrimonio de la Humanidad – todo el Centro Histórico de Ciudad de México lo es, desde 1987 —, sobre un edificio de más de 500 años de antigüedad, en un suelo lacustre, en zona sísmica, con lluvias recurrentes, en medio de una pandemia y con un estuco hecho con baba de nopal, piedras y un poco de arena sin dañarlo apenas es una auténtica proeza. “Desde que ocurrió el incidente no dejamos de estar al pendiente del espacio, que es muy frágil de por sí. Lo primero que hicimos fue evaluar los daños y tomar decisiones para proteger, por una parte, un asentamiento mayor del propio techo colapsado y, por otra, de las lluvias que ya empezaban; a la par había que evaluar cómo se iba a tratar de levantar el techo y qué tipo de nueva cubierta se requería para la Casa”, explica a EL PAÍS Patricia Ledesma, directora del Museo del Templo Mayor.
El derrumbe ocurrió dos días antes de que la OMS alertara del “preocupante” estado de la pandemia en Latinoamérica. Los expertos tenían que hacer el recuento de los daños con su sana distancia en un espacio de por sí reducido. Luego, tramitar los permisos con el gobierno local para que material grande y pesado como andamios, una grúa especializada o barras de acero, pudieran ser manipuladas y transportadas en una zona protegida por la UNESCO. En la tarea se involucraron, por ejemplo, la urbanista Iris Infante, responsable de obras del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH); la jefa de restauración, Maricarmen Castro y los célebres arqueólogos Eduardo Matos Moctezuma y Leonardo López Luján. El director del INAH, Diego Prieto, y la coordinadora Nacional de Monumentos Históricos, Valeria Valero Pié. Se sumaron arqueólogos, restauradores, ingenieros, arquitectos y geotécnicos para tomar las decisiones sobre las maniobras para retirar y definir la nueva cubierta sin olvidar las regulaciones artísticas e históricas del recinto.
Mientras se revisaban los lineamientos y se planeaba la operación, había que proteger el sitio. “Lo que nos interesa no es el techo, sino lo que hay debajo, especialmente los estucos que son muy frágiles y porosos, por lo que hay que monitorear la humedad constantemente, a los propios mexicas les costaba trabajo mantener el recubrimiento en buenas condiciones”, resume la directora del Templo Mayor. “También nos preocupaba la policromía al interior, de hecho, la cubierta había ayudado a evitar el paso de los rayos ultravioleta y resguardar los colores de los adornos”, explica a este diario Mariana Díaz de León Lastras, jefa de restauración del Museo y la zona arqueológica del Templo Mayor. Por eso mismo, la primera decisión que tomaron los especialistas consistió en poner un tapanco en todo el piso de la Casa de las Águilas, un recinto que destaca por “su aislamiento del exterior, su escasa iluminación y sus reducidas dimensiones”, como lo describe el arqueólogo López Luján, lo que nos habla de “un ambiente de recogimiento adecuado para actividades como la oración, la meditación y la penitencia. Además, la rica decoración interior nos indica que la ofrenda de sangre era una de las principales ceremonias que allí se llevaban a cabo”.
Luego, se procedió a encofrar, es decir, encajonar las paredes y banquetas, que también son importantes por sus bellos relieves. Una vez que se protegió y se le hizo un tratamiento antiincendios y antihongos a la madera, se pusieron pilotes, capaces de regular el nivel de la techumbre. El desmontaje de la vieja y la instalación de la nueva cubierta se le ha encomendado a TGC Geotecnia, una empresa especializada en mecánica de suelos, que se ha encargado de la corrección geométrica del Sagrario y la Catedral Metropolitana; la recimentación del Palacio Nacional, el análisis del subsuelo del Monumento a la Independencia o el desplazamiento de una casona de 1929 catalogada por el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) para construir la Torre Reforma, por mencionar algunas de las obras a monumentos más importantes. Además del techo, se cambiará la reja perimetral, que resultó dañada aquel día de abril y comenzarán los estudios para la restauración de las cubiertas de otros dos templos. El que más preocupa a los arqueólogos es el que cubre la segunda etapa constructiva de la vieja pirámide del Templo Mayor, el Huey Teocalli, el más grande después del que cubría la Casa de las Águilas, ideados por el arquitecto Pedro Ramírez, habían soportado los grandes terremotos de 1985 y 2017, pero las granizadas y sus 40 años de vida han hecho que los tubos que sostienen los techos estén angulados y obsoletos.
“La actual cubierta será retirada en 12 secciones, que se van a recortar como si fuera un gran pastel. Lo que hacen los ingenieros es cortar la tridilosa — un sistema de estructura tridimensional altamente ligera y capa superior del techo — que luego se amarra y se ajusta a la grúa para que no vaya a haber ningún movimiento del resto de la techumbre, y, finalmente, se corta manualmente en pedazos más pequeños”, explica la restauradora Mariana Díaz de León. Este lunes se retiró la primera sección; aunque la zona arqueológica mide una hectárea, todo está lleno de piso arqueológico y de edificios catalogados como Patrimonio Mundial, por lo que el espacio de movilidad es muy reducido. Por suerte, la Casa de las Águilas está pegada al arroyo vehicular, lo que permite llevar maquinaria pesada por la noche y no dañar nada alrededor.
El remplazo será idéntico al techo ideado por Ramírez Vázquez. Se contempla que la cubierta siga respetando las visuales, que filtre los rayos UV y cuide las salidas de aire todo esto con la menor cantidad de soportes posibles. “Estamos en una zona arqueológica, tampoco se puede estar haciendo hoyos como queso roquefort, ese también fue un gran reto al que ingenieros y arquitectos tuvieron que enfrentarse. Lo que va a cambiar es el material, que va a ser más ligero. A 40 años, hay mejores materiales que nos pueden ayudar, pero el diseño va a ser muy parecidos, se está pensado que terminemos la obra en seis meses aproximadamente”, concluye la directora Patricia Ledesma.
El recinto de los guerreros águila, el edificio que servía a la nobleza mexica, el tlatoani y su corte, fue construido por etapas, igual su vecino, el imponente Templo Mayor. Según la cosmovisión azteca, Huitzilopochtli —señor de la guerra y dios del sol— representado muchas veces como un águila, condujo a los hombres hasta la tierra prometida desde Aztlán. La señal para fundar la nueva ciudad era encontrar un águila sobre un nopal devorando una serpiente. La techumbre quizá no solo protegía la Casa de las Águilas, sino el mito que cuenta que los mexicas recibieron la señal de Huitzilopochtli para construir la gran Tenochtitlan.
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