La batalla por el espacio público en Ciudad de México: terrazas en la calle o aparcamientos
Una medida de la capital sacó los restaurantes al exterior durante la pandemia. Ahora, colectivos de vecinos protestan por el ruido y la falta de sitio, los establecimientos defienden la iniciativa y las autoridades planean mantenerla
Los cafés van y vienen; los camareros trasiegan como pueden entre los peatones; una decena de personas hace cola para esperar su sitio; una pareja sufre los nervios de la primera cita; un grupo de amigas se cuenta la vida mientras degustan un capuchino. El microcosmos de cualquier ciudad concentrado en 25 metros. Es una estampa pandémica. La otra cara de la moneda de las hospitalizaciones y el drama de la covid-19: las ganas de vida, de calor humano, de bares. Hace dos años, las orillas de las calles estaban destinadas a las plazas de aparcamiento. Pero el coronavirus hizo imposible la vida en...
Los cafés van y vienen; los camareros trasiegan como pueden entre los peatones; una decena de personas hace cola para esperar su sitio; una pareja sufre los nervios de la primera cita; un grupo de amigas se cuenta la vida mientras degustan un capuchino. El microcosmos de cualquier ciudad concentrado en 25 metros. Es una estampa pandémica. La otra cara de la moneda de las hospitalizaciones y el drama de la covid-19: las ganas de vida, de calor humano, de bares. Hace dos años, las orillas de las calles estaban destinadas a las plazas de aparcamiento. Pero el coronavirus hizo imposible la vida en conjunto en interiores y Ciudad de México sacó las terrazas donde antes descansaban los vehículos, como medida de apoyo al sector hostelero. Ahora, cuando parece que la pandemia se ha relajado en la capital, se reabre un debate sobre los restaurantes en el exterior, que es a la vez una batalla por el uso del espacio público.
La imagen se repite, sobre todo, en las colonias más adineradas y turísticas del centro de la ciudad, como Polanco, la Condesa, Roma Norte o la Juárez. La medida cambió la fisionomía de estos barrios, y algunos colectivos vecinales llevan meses quejándose del ruido, la ocupación de las aceras o la falta de hueco para aparcar. “El espacio público es de todos, eso significa que no es de nadie. Podemos tener una conversación colectiva sobre cuál es su mejor uso, si para un automóvil o un restaurante. Yo creo que un restaurante crea vida colectiva”, opina José Merino, titular de la Agencia Digital de Innovación Pública de Ciudad de México, el organismo que promovió Ciudad al Aire Libre, la iniciativa que sacó los bares al exterior.
Como fue creado en respuesta a la pandemia, el programa tiene un estatus jurídico especial y para los dueños de los restaurantes solo supone un coste simbólico. Una vez superada la emergencia sanitaria, la medida tendría que pasar por el Congreso porque implicaría modificar la Ley de Establecimientos Mercantiles. Merino asegura que el interés de la ciudad es continuar con las terrazas al aire libre, pero atendiendo a las demandas de los colectivos de vecinos. También, fijando unos nuevos precios para las licencias, aunque todavía no han trascendido fechas ni propuestas concretas.
“No tenemos nada en contra del programa per se, pero está muy mal ordenado”, explica Mayte de las Rivas, presidenta de La Voz de Polanco, el colectivo que más activamente ha protestado contra la medida. Junto a otras asociaciones de vecinos, han presentado tres amparos ante un juez y una serie de propuestas de modificación, que fueron recibidas por el propio Merino. “Quedaron en papel, es letra muerta, nadie lo está cumpliendo. Que se dé una vuelta Merino para verlo. Lo que dice es una utopía, recuperar el espacio para la gente, pero a costa de quitárselo a otros”, se explaya De las Rivas. Además del ruido o la falta de espacio en las aceras, argumentan que la iniciativa también genera problemas de seguridad en caso de incendios al dificultar el acceso
“Hay otro tema, quizá menos importante, pero necesario nombrar”, apunta De las Rivas: la “fisionomía urbana”. Y arremete contra la “bola de chiringuitos horrendos con ninguna homogeneidad”, que ahora no dejan ver nada en las “colonias más bonitas de la ciudad. Por algo son las colonias que se caminan, donde están los restaurantes”. Además, añade que el precio por sacar el restaurante a la calle debería costar lo mismo que en interior. “Estamos regalando nuestro espacio público”, sentencia.
Cuando empieza a caer el sol, despierta la calle Colima, en la Roma Norte. Suena música suave, risas y acentos extranjeros. Una pérgola de madera se extiende a lo largo de 30 metros de aparcamiento. Ni una mesa libre. Hay hileras de luces cálidas y multitud de plantas que intentan lo imposible: hacer que un trozo de asfalto parezca un jardín tropical o un café de París. Marisol Rosas (26 años) y Marisol Rodríguez (60) acaban de conseguir lugar. Viven por la zona y son habituales de las cafeterías chic que pueblan las esquinas del barrio. “A mí me gustan las terrazas así, le da otra vista a las calles, se ven más bonitas”, razona Rosas.
Luci Vela (33 años) es la encargada de un local hipster que es a la vez cafetería y tienda de ropa de diseño. Con la pandemia le ganaron unos metros a la calle para poner un puñado de mesas. “Definitivamente, nos gustaría mantener la terraza. Hubiera afectado mucho al negocio si no la hubiéramos tenido. Es más atractivo para la gente, para convivir sin sentirse encerrados”, dice. Cuenta que están en conversaciones con la ciudad para alargar las licencias, pero que todavía no hay nada seguro. Y asegura que no han tenido ningún problema con los vecinos, pero sí con representantes de la ciudad, que según ella, han llegado a pedirles mordidas.
Al contrario, Arturo Rodas, gerente de un restaurante de aire oriental, considera que la terraza está siendo una ayuda ahora, pero durante la pandemia no tanto: “Sobrevivimos por los pedidos a domicilio”. Para las ocho y media de la tarde, la jornada laboral de Myrian Segura (40 años) llega a su fin. ¿Unas preguntas para un artículo? Bueno, pero solo si son rápidas. Ella es camarera en una cafetería-panadería de la calle Ámsterdam, una de las más exclusivas de la ciudad, en La Condesa. “De plano, sin terraza habríamos cerrado. Creo que vamos a seguir igual después de la pandemia”, narra, y después se lanza a terminar de recoger para poder irse a casa.
Ingrid Hernández (41 años) y Rebeca Preza (29) son de Guanajuato, pero han venido unos días a la capital. Ahora descansan en un café. Cuentan que en su tierra hace tiempo que prohibieron las terrazas en la calle “porque era muy estorboso”, dice Hernández. “Aquí es un poco distinto. En este momento no me parece mal, pero si viviera ahí arriba, no me gustaría. Mi juicio es de turista que lleva aquí cuatro horas”. Cuestión de perspectiva para un debate pospandémico.
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