Las palmeras de Ciudad de México languidecen
Llegaron a la capital como un símbolo de modernidad; ahora un hongo, el cambio climático y el paso del tiempo están acabando con ellas. Mientras, algunos se preguntan, ¿por qué tanto revuelo?
Hubo payasos y saltimbanquis. Abrazos a su orondo tronco y coronas de flores. Aplausos y discursos afectados. Toda una ceremonia que culminó con la distinguida presencia de la alcaldesa de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, para despedir a la palmera que adornaba desde hace un siglo una de las imponentes glorietas del Paseo de la Reforma. “Nada es eterno”, advertía poéticamente el Gobierno de la capital al anunciar que cortarían ...
Hubo payasos y saltimbanquis. Abrazos a su orondo tronco y coronas de flores. Aplausos y discursos afectados. Toda una ceremonia que culminó con la distinguida presencia de la alcaldesa de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, para despedir a la palmera que adornaba desde hace un siglo una de las imponentes glorietas del Paseo de la Reforma. “Nada es eterno”, advertía poéticamente el Gobierno de la capital al anunciar que cortarían la histórica planta, afectada por el no menos literario “hongo de la pudrición rosa”. Desde que segaron su tronco el pasado domingo, en la ciudad se ha abierto un acalorado debate sobre las causas de su muerte: ¿fue la falta de cuidados por los recortes de presupuesto? ¿el siempre omnipresente cambio climático? ¿acaso, simplemente, el inexorable paso del tiempo? El revuelo que ha ocasionado la pérdida de La Palma ha planteado también otras incógnitas: ¿por qué se mueren las demás palmeras de la ciudad? Y, a fin de cuentas, ¿por qué le dedicamos tanta atención a esta especie?
Porque las palmeras, al menos en Ciudad de México, son un símbolo de poderío. La inmensa mayoría de las cerca de 15.000 que sobreviven se encuentran en los barrios más acaudalados, como las que adornan (o adornaban) el Paseo de las Palmas, en las Lomas de Chapultepec. Aunque algunas datan de principios del siglo XX, como la que acaba de perecer, el verdadero ‘boom’ de esta especie llegó en los años 50 de la mano del entonces presidente Miguel Alemán. “En un viaje que hizo a Los Ángeles, vio el alineamiento de palmeras en Beverly Hills y dijo: ¡esto!”, cuenta Laura Jaloma, catedrática de la facultad de arquitectura de la UNAM. Por aquel entonces México estaba creciendo económicamente y quería “emular” la modernidad de su vecino del norte. Las palmeras se convirtieron, como lo hicieran antes las estatuas, en las “nuevas figuras de poder”, dice la experta.
El clima benévolo de Ciudad de México permitió que esas plantas pudieran resistir a los 2.240 metros de elevación de la capital a pesar de que su origen es al nivel del mar. Durante décadas decoraron importantes avenidas y se expandieron hacia barrios de clase media-alta, como la Narvarte o la colonia Del Valle. Permearon la cultura e historia capitalina hasta que muchos olvidaron que es, como el 70% de los árboles de esta ciudad, una especie exótica. En concreto, la de la glorieta de La Palma era una Phoenix canariensis, endémica de las Islas Canarias. “Hemos tenido que luchar contra modas políticas: les gustaba la especie sin conocer su comportamiento y lo que pasaba es que plantábamos problemas a futuro”, reconoce Isidro Recillas Silva, de la Secretaría de Medio Ambiente de la ciudad. “Para mí no hay árbol malo, sino que no los hemos plantado en el lugar adecuado”.
En eso coincide la bióloga de árboles de la UNAM Ivonne Olalde, quien lleva años dedicando sus esfuerzos a que se planten más especies endémicas, como la tecoma o la tigrilla, en lugar de exóticas, como la palmera o la también querida jacaranda, originaria de Sudamérica. “Siempre se dice que México es un país megadiverso, pero en la ciudades lo que hemos hecho es quitar nuestras especies y meter de otros lugares”, lamenta. El problema, cuenta, es que se pueden adaptar, pero son menos resistentes que las endémicas. “Cuando traes una planta de otro lado, la estás sacando de su contexto. Se están rompiendo las relaciones que mantienen con todas las demás poblaciones de flora y fauna, y por eso es más fácil que se enfermen”. En este caso, el hongo de la pudrición rosa se está cebando con las palmeras.
Un 30% de los ejemplares de la ciudad están enfermos, bien por ese hongo o por alguna bacteria. La causa de la proliferación de esos patógenos todavía no queda clara, pero no hay experto que no aluda al cambio climático como uno de los factores clave. “Para nadie es un secreto que el calentamiento exacerba las plagas y su voracidad, y las especies exóticas lo resienten más que las nativas”, explica Roberto Quintero, también de la Secretaría de Medio Ambiente. Pero el experto destaca además -como apuntaba el poético comunicado del Gobierno- que la mayor mortandad se registra en las palmeras de entre 80 y 90 años, “que es una edad longeva para una planta exótica en un lugar adverso como este para ellas”. El inexorable paso del tiempo. Desde la dependencia plantean una hipótesis más: la moda de plantar palmeras continúa en los jardines y aceras por parte de particulares, y éstas podrían haber traído el hongo que se fue propagando de una a otra en las patitas de algún ave.
El hecho de que a las puertas de los barrios más ricos de la capital se vieran tristes, secas, decaídas o muertas las otrora imponentes palmeras debió resonar en el Gobierno capitalino. Han dedicado 60 millones de pesos (unos 3 millones de dólares) a un programa de saneamiento de un año y han creado un grupo de expertos para determinar las causas de su muerte masiva. Laura Jaloma recuerda ahora la polémica de la construcción de un puente vehicular en Xochimilco, que destruyó una parte del humedal donde había ahuejotes, una especie endémica y protegida. Entonces los pueblos originarios se manifestaron, interpusieron amparos, cortaron avenidas. Pero el puente se construyó de todas formas. “Yo lanzaría una hipótesis: hay más revuelo con las palmeras porque no tenemos los mismos amigos”. Desde la Secretaría de Medio Ambiente rechazan la crítica y destacan el programa Sembrando Parques, que busca llevar áreas verdes a los barrios más marginados. Desde ese organismo explican además que las palmeras seguirán en la “paleta vegetal” de la ciudad, aunque irán disminuyendo: solo la mitad de los árboles que replantarán en el Paseo de Las Palmas serán de esa especie.
Cuando un periodista le preguntó a Ivonne Olalde si no le daba pena que México estuviese perdiendo su Beverly Hills, la bióloga se indignó. “¿Qué tenemos que ver con eso? No debemos ser Beverly Hills. Teniendo tantas plantas endémicas bellísimas, pudiendo dar a conocer nuestra biodiversidad, ¿qué hacemos con las palmeras? Deberíamos voltear a ver nuestras plantas”, espetó. Por eso, la consulta ciudadana que ha abierto el Gobierno para decidir cuál será la especie que reemplace a La Palma no le parece una buena idea. “Debería ser una consulta entre grupos de expertos que pudieran decidir cuál es la especie más adecuada. No una consulta abierta, sin ningún conocimiento, solo por popularidad”. Por ahora, el referéndum está reñido entre los dos símbolos de lo endémico y lo exótico, lo mexicano y lo californiano: plantar nuevamente una palmera, o reemplazarla por un ahuehuete, que en náhuatl significa “árbol viejo de agua”. Si gana la palmera, la experta teme que pudiera volver a enfermarse, “porque el hongo sigue en el ambiente”. La decisión ahora está en manos de la ciudadanía.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS México y reciba todas las claves informativas de la actualidad de este país