Gabriel Gatti: “Desaparecido es hoy un icono pop”
El sociólogo uruguayo estudia en un nuevo ensayo cómo el término que nombró a los secuestrados por la dictadura argentina de los setenta designa ahora “abandonados” en México, Brasil, República Dominicana o España
El sociólogo uruguayo Gabriel Gatti se resistía a que la palabra que nombra a su padre y a su hermana, desaparecidos, se usara para situaciones tan distintas a las de ellos. Gerardo y Adriana fueron engullidos por el aparato represor que succionó disidencias en la década de los setenta en Argentina; para él, los ahogados en el Mediterráneo o los secuestrados en México encarnan otra cosa. Terrible, pero diferente. Al final se resignó porque el uso de la palabra se había extendido demasiado e indagó en...
El sociólogo uruguayo Gabriel Gatti se resistía a que la palabra que nombra a su padre y a su hermana, desaparecidos, se usara para situaciones tan distintas a las de ellos. Gerardo y Adriana fueron engullidos por el aparato represor que succionó disidencias en la década de los setenta en Argentina; para él, los ahogados en el Mediterráneo o los secuestrados en México encarnan otra cosa. Terrible, pero diferente. Al final se resignó porque el uso de la palabra se había extendido demasiado e indagó en esa explosión. “¿Por qué carajo una palabra tan fea, tan incómoda, se estaba usando masivamente?”, dice a EL PAÍS desde España, donde vive.
Gatti se propuso mapear a esos nuevos desaparecidos. El encierro por la pandemia de covid-19 los encontró a él y a su hija de 10 años en California, durante una estancia del sociólogo en la Universidad de Stanford, y juntos empezaron a armar el collage. Así tomó forma Desaparecidos. Cartografías del abandono, un ensayo editado por Turner, que se presentará en Latinoamérica próximamente. Un mapa inacabado de “zombis, bichos, seres de frontera, gentes sin mapas”, escribe Gatti (Montevideo, 55 años). Hijos de migrantes sin nacionalidad en República Dominicana; habitantes de los márgenes montevideanos; cuerpos invisibles en las calles de São Paulo; cadáveres amontonados en fosas comunes de España.
Aquellos días en Stanford, Gatti estaba leyendo Desierto sonoro. La mexicana Valeria Luiselli narra allí la diáspora de niños que se pierden en su viaje al norte, a Estados Unidos. El sociólogo tomó de la novelista un concepto, pedacería, y estructuró su libro también de a cachos. Desaparecidos es ensayo y crónica y diario personal, y cita fragmentos del texto de Luiselli, como este: “Los atraparon y los pusieron en un avión para expulsarlos, para desaparecerlos del mapa, que es como una metáfora, pero en realidad no. Porque es verdad que los desaparecieron y que no pudieron vivir en el mapa”.
Pregunta. El libro es una cartografía de la desaparición. ¿Qué vio cuando el mapa estuvo completo?
Respuesta. No está completo. Lo que me encontré es mucha gente que quiere hacer mapas, una voluntad brutal de cartografiar una zona que no es cartografiable. Pero hay una pregunta última que es la pregunta por cómo representar, cómo pensar adecuadamente, a todos aquellos que se cayeron del mapa o que nuestros mapas expulsan. Probablemente es una pregunta que no se puede responder. De hecho la particularidad de estos abandonados, los desaparecidos de hoy, es que son refractarios a la posibilidad de ser mapeados.
P. Es una paradoja que señala en el libro, la imposibilidad de hacer un mapa de lo ausente.
R. Te vuelves un poco loco con eso, pero es así. Me parece importante reconocer que es una paradoja y no intentar desanudarla.
P. ¿Para qué sirve hacer un mapa?
R. La pregunta por hacer mapas es una pregunta básica del conocimiento científico. Me parece imprescindible tener en cuenta que la forma de hacer mapas hoy no puede ser en ningún caso igual a como era la que utilizábamos cuando el mundo estaba más arregladito, más ordenadito, más estupendo, más limpito. Ya no está así, ahora está lleno de ruinas habitadas por personajes que requieren categorías nuevas. Desaparecidos es una.
P. Las viejas herramientas para definir el abandono –“pobre”, por ejemplo, o “marginal”– han sido desbordadas, dice. ¿Por qué desaparición o desaparecido sí le sirven?
R. Hemos estado desesperadamente buscando conceptos para entender eso: lo precario, lo vulnerable, lo marginal. Y la palabreja [desparecidos] tiene un poco de todo. Es una palabra de mierda, una palabra para hablar de vidas de mierda. Nació en la Argentina de los 70 para calificar lo que no tenía nombre. Pero ya no es represión de Estado, necesariamente. Ya no es necesariamente muerte. Ya no es pasado. Hay algo en el término que es incómodo, que da cuenta de lo invisible, de lo que no está ni vivo ni muerto... Caben un montón de cosas. Viajó muy rápido y puede ser usado por distintas personas, por distintos colectivos, en distintos lugares. Eso más el azar, más la casualidad, más la cultura pop, que hace que las cosas circulen, ha hecho que funcionase bien.
P. ¿Quiénes son los nuevos desaparecidos?
R. Ojalá hubiese un quiénes. Es un quiénes enorme, masivo, tan masivo que en algunos casos se puede afirmar que son mayoría. A diferencia de lo que pasó con los desaparecidos originarios, que eran alguien, un ciudadano con nombre de apellido, con una identidad, [ahora], en la mayor parte de los casos, no alcanzan ni la condición de personas. Hay una marca de género importante, pero no es la única. Hay una marca de raza. Evidentemente tiene que ver con lugares del mundo concretos, pero también hay desaparecidos, de estos desaparecidos, en el mero centro de las ciudades más poderosas de Europa y de América.
P. No le gustaba que el término con el que se nombra a su padre o su hermana se usase para hablar de cosas tan distintas. ¿En qué momento se resignó?
R. Al principio, solo conocía el caso de España, donde se calificaba como desaparecidos a los de la Guerra Civil y del primer franquismo. Yo confrontaba la experiencia española con la mía y no tenía nada que ver. Me parecía un mal uso de un término que ya había logrado ciertas garantías. Al mismo tiempo me parecía también que realidades como la española merecían términos propios. Pero con el tiempo vi que eso que estaba pasando en España empezó a pasar en México. La desaparición de los 43 de Ayotzinapa supone el estallido del uso masivo del término.
P. ¿Sigue pensando que de todos modos hacen falta términos específicos?
R. Me parece que es importante encontrar palabras extremadamente locales para fenómenos extremadamente locales. Al mismo tiempo, me encuentro con un hecho que en ciencias sociales tenemos que atender, que es la globalización brutal de las categorías. Las cosas hoy circulan con una rapidez a la que hay que dar bola. Hay conceptos como estos que son como botellas de Coca-Cola, que son reconocibles en cualquier parte, que son un icono: desaparecido, en este momento, es un icono pop. Igual que reconozco el perfil de Mick Jagger reconozco a un tipo con el cartelito y la foto de su familiar.
P. En el capítulo sobre Uruguay, toma el testimonio de una madre que dice que a los desaparecidos políticos se los busca con más “respeto” que a su hijo, que fue encontrado, despedazado, por vecinos. ¿Nota usted también esa diferencia?
R. Esa jerarquía existe. En México, en particular, se nota mucho. El combate por reconocer cada vez más abandonados como desaparecidos está muy fresco. La gente se permite hablar de desaparecidos no solamente pensando en los militantes de los 70, sino también en los afectados por la guerra contra el narco y todo lo que está alrededor. Sin embargo, no es fácil escuchar a gente local, mexicana, hablar de los migrantes que atraviesan México y se desvanecen como desaparecidos. No está en el espectro sensible de gente que, sin embargo, es muy sensible al tema.
P. Dice que México es un “territorio de la desaparición”. ¿Qué quiere decir?
R. La arquitectura de la vieja desaparición establecía dos planos de realidad: uno hermoso y bello, en el que la vida seguía funcionando; otro en el subterráneo, que era el mundo de la excepción. Creo que ahora eso se invirtió, al menos en el caso mexicano. La vida ordinaria son espacios donde mucha gente puede desaparecer. Ahí los cuerpos están a disposición de muchos poderes, ahí desaparecer no es una posibilidad mínima. Y al revés: la excepción a esos lugares de normalidad son pequeños refugios donde de un tipo, un migrante, por ejemplo, puede comer, beber, cagar y volver a ser humano por un rato. Es más que una metáfora. Ocurre en muchos lugares.
P. Viaja también a República Dominicana y ahí escribe que las desapariciones de los setenta resultan más “explicables”. ¿Cree que todavía no hay narrativas que expliquen las actuales?
R. Me acerqué al tema pensando que yo, familiar de desaparecido, entendería en mi cuerpo cualquier roce con la categoría de desaparecido. No es así ni de lejos. Pude percibir que mis desaparecidos tienen algo que los que ahora no tienen, que es palabras-palabras-palabras, política-política-política, sentido, discurso, ciudadanía y sobre todo tremendo reconocimiento. Se logró con el tiempo, pero se logró.
P. Cuando estudia el robo de bebés en España dice que esos casos no caben fácil en la idea de desaparición.
R. Fue fantástico que se dispusiese del nombre desaparecido para darle un nombre algo que nunca se nombró, ni se numeró, ni se contó. Ahora: no tiene absolutamente nada que ver con el caso argentino. Y es muy poco riguroso cualquiera que diga que es lo mismo, que es un fenómeno de apropiación sistemática de los hijos de los derrotados. No es eso, no sé si es peor, pero es otra cosa. Me gusta del término que tiene una capacidad de viaje enorme, se puede apropiar de distintas manera. Se puede usar a la dominicana, que es jurídicamente un desastre pero es muy gráfica; a la mexicana, que no se sabe qué carajo es, pero es todo; a la Argentina, que es muy precisa.
P. Hacia el final del libro, se pregunta si no convendría apostar por términos más incómodos y más ajustados a las vidas que también lo son. Pone el ejemplo de ilegales. ¿Cree que la corrección política entorpece la comprensión?
R. Inhabilita el pensamiento en muchos casos. A veces prima más el dolor de estómago que la necesidad de analizar. Esa afirmación, que moralmente la entiendo, “ningún ser humano es ilegal”... Pues ojalá, pero hay seres humanos cuya consistencia se define por su ilegalidad y sería interesante pensarlos en ese lugar. Para entender la textura de las nuevas desapariciones me parece que es imprescindible situar las cosas en su incómodo lugar. Es un mundo incómodo, requiere categorías incómodas. A veces uno se encuentra, sobre todo cuando dialoga con gente de las nuevas izquierdas, con muchas trabas morales. Nos hemos convertido en castradores morales en muchos casos y con dificultad de pensar por eso.
'Desaparecidos. Cartografías del abandono', de Gabriel Gatti
236 páginas.
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