La escuela que empodera a las motoristas de Ciudad de México
El grupo She Can Ride forma parte de la nueva ola de mujeres que quieren aprender a montar en grandes motocicletas
“¡Ahora levántala!”, dice la profesora Adriana Cabrera con una sonrisa. La alumna no duda ni un segundo, se pone de pie, se sacude la hierba de los pantalones y se agacha de nuevo a levantar la moto con el método aprendido. Pega la espalda al asiento, agarra con la mano derecha el manillar, con la mano izquierda la parte de atrás, y levanta su motocicleta prestada de 240 kilos. Y a volver a intentarlo. Para muchas es su primer día en el curso de iniciación dirigido por Claudia Ovalle (aunque...
“¡Ahora levántala!”, dice la profesora Adriana Cabrera con una sonrisa. La alumna no duda ni un segundo, se pone de pie, se sacude la hierba de los pantalones y se agacha de nuevo a levantar la moto con el método aprendido. Pega la espalda al asiento, agarra con la mano derecha el manillar, con la mano izquierda la parte de atrás, y levanta su motocicleta prestada de 240 kilos. Y a volver a intentarlo. Para muchas es su primer día en el curso de iniciación dirigido por Claudia Ovalle (aunque todo el mundo la llama Cló), profesora y creadora de She Can Ride, la comunidad de mujeres motoristas que imparte clases cada quince días en un pasto de la Alcaldía Iztapalapa, al sur de Ciudad de México.
Allí, en medio del campo y obervadas en la distancia por tres caballos, 10 mujeres aprenden, entre conos naranjas y caídas, a levantar, arrancar y conducir motos pesadas y de gran cilindrada. Y a mucho más. “Cuando entran al curso llegan motivadas pero inseguras, pensando que esto no es para ellas, que la moto pesa demasiado”, cuenta Cló. Allí les enseñan que “no está mal caerse”. “Aprenden a levantar la moto con la técnica que les enseño y ya está”, asegura. “Pero la transformación es increíble y muy rápida, en un día ya ves cómo se van empoderando, cómo van cambiando de postura y hasta el tono de voz. Recuerdo una chica que llegó muy introvertida, que hablaba bajito y todo, y de repente se volvió una rockstar”, relata esta apasionada del motociclismo.
El “empoderamiento” femenino (palabra esencial en el vocabulario y el mensaje de Cló) es esencial en el mundo de las motos, dominado históricamente por el típico hombre duro que se lanza a la aventura. Esa imagen se ha ido asentando a través de las decenas y centenas de películas, series, y anuncios en los que el único sitio para la mujer es el asiento trasero. El efecto es claro: sólo el 5% de las 285.000 personas que utilizan motocicleta en México son mujeres, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Las chicas que llegan por primera vez sienten este dato muy presente.
Cecilia Rodríguez, una de las alumnas, cuenta que es “difícil encontrar otras mujeres motoristas”, y estar en un grupo como She Can Ride la ayuda: “Hace que te sientas más cómoda y el aprendizaje se vuelve divertido”. Sonia Alvarado, otra de las alumnas, dice que hay diferencias “anatómicas” que hacen que levantar la moto para un hombre sea mucho más fácil. “Aunque yo también siento que mucho es mental, de que las niñas siempre se han dedicado a hacer otras cosas, pero vienes aquí y te caes veinte veces y te levantas y no pasa nada”, relata Alvarado, que quiere aprender a montar en motocicleta para ir por la capital, pero también para hacer viajes largos con otras compañeras.
En este camino también es importante la comunidad de She Can Ride, que ya tiene casi 1.000 miembros en varios estados y que se mueve en grupos de redes sociales —Facebook, Instagram, Whatsapp— donde organizan rodadas, fiestas y viajes en grupo por todo el país. Este sábado tienen una fiesta con temática “motomami”, y todas las nuevas integrantes están invitadas. Como este grupo, el número de mujeres que compran y conducen motocicletas está en pleno crecimiento. El 30% de la ventas de motocicletas en 2021 fueron a mujeres, frente a un 10% en 2017, según datos del Inegi. Y siguen apareciendo nuevas organizaciones como la Asociación de Mujeres Motociclistas de la Ciudad de México o la Confederación Internacional de Mujeres Bikers, un proyecto que se inició en Costa Rica y que ha resultado en una red internacional que tiene presencia en más 16 países de latinoamérica.
Cló, de 30 años, es la cabeza visible de She Can Ride. Empezó con esta aventura después de un viaje largo que realizó con un grupo de mujeres motoristas, “una rodada de diez horas en un día” desde Veracruz hasta Acapulco, de la costa del Golfo de México hasta la costa del océano Pacífico. “Me dije esto es increíble, cruzando el país de mar a mar, me sentí motivada, y miraba a mi lado y las veía y era increíble estar allí. Fue en esa época cuando me dije que quería motivar a que más mujeres hicieran esto”, cuenta emocionada.
Pese a los años de experiencia, Cabrera y Cló, las profesoras del curso, todavía se encuentran con escenas esperpénticas. Sobre todo en las tiendas de motos o en las gasolineras. Cló relata la historia de una amiga, Jacqueline Leyva, de 36 años, que se iba a comprar una Harley-Davidson en el concesionario. Como tantas otras mujeres que conoce, la trataron tan mal que se marchó y se compró su moto en otro lugar.
Por teléfono, Leyva cuenta que a los 14 años empezó a andar en moto, porque su padre siempre se la prestaba. Hasta que se dio cuenta de que su hija se estaba aficionando a ir en dos ruedas a todas partes, y las vendió, excusándose, de repente, en que “era un riesgo”. “Desde entonces quise tener una moto, así que en cuanto pude empecé a ahorrar”, dice Leyva, hasta hace tres años, que por fin se decidió a ir a buscar su Harley-Davidson. Sin tener muy claro si era una agencia de venta o sólo un sitio de reparación, entró al establecimiento y preguntó: “Hola ¿Tienen venta?”.
El empleado, relata Leyva, la miro de arriba abajo y le dijo: “¿De qué, de ropa?”. “No, de motos”, contestó ella. “Ah, este, pero aquí las motos cuestan más de 200.000 pesos”, fue su respuesta. Según Cló, este no es un caso aislado, y muchas veces los vendedores piensan que ellas no van a tener dinero para pagar. “Aha, creo que no te pregunté eso, te pregunté nada más si tenías venta, ¿me las puedes mostrar?”, dijo ella. Le enseñaron un par de motos que le gustaron, pero para entonces ella ya había decidido dejar su dinero en otra parte. “Me sentí discriminada y me dije, tranquila, no vas a comprar en un sitio en el que desde que llegas te tratan con la punta del pie”, cuenta ahora la motorista.
Cabrera, cirujana de profesión, también tiene sus propias historias. En una ocasión estaba haciendo un viaje largo cuando se detuvo en una gasolinera a repostar. El trabajador se sorprendió: “¿Ah pero la llevas tú?”. “No”, le contestó ella socarrona y un poco harta, “va con caballos, y cuando quiero avanzar les digo tss, tsss, y arranca”. Cabrera se ríe de su propia historia y, cansada de que siempre se fascinen de verla en una moto grande, termina: “No pues no mames, siempre igual, además yo no llevo la moto, la moto me lleva a mí. De eso se trata, ¿no?”.
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