Beatriz, palabras y hechos
No extraña que Paredes viva una nueva gloria: el proceso de selección de candidatura de la oposición le brinda seis foros para lucirse con el uso de la palabra
“Soy política. A la política he dedicado buena parte de mi vida consciente”, dice Beatriz Paredes en Acaso, la palabra (Porrúa, 2004). En ese libro —de ¡hace veinte años!— reúne algunos discursos de tres décadas de carrera para homenajear a las palabras: “Producto perfecto del género humano”.
Las palabras, dice la tlaxcalteca, le sirven a los políticos “para explicar, para proponer, para interpelar, para enten...
“Soy política. A la política he dedicado buena parte de mi vida consciente”, dice Beatriz Paredes en Acaso, la palabra (Porrúa, 2004). En ese libro —de ¡hace veinte años!— reúne algunos discursos de tres décadas de carrera para homenajear a las palabras: “Producto perfecto del género humano”.
Las palabras, dice la tlaxcalteca, le sirven a los políticos “para explicar, para proponer, para interpelar, para entenderse y entender, para convencer, para fustigar, para elevar y conmover”. “En los políticos”, agrega, “las palabras se convierten en compromisos. Son línea de conducta”.
“El político que no es consecuente entre lo que dice y lo que practica”, concluye esta orgullosa tlaxcalteca de 70 años, “entre lo que propugna y lo que se esmera por realizar, no solo es un político(a) mediocre y cretino, es un pobre hombre, un destructor de palabras, un daño para la civilización”.
Al repasar esta declaración de principios lingüístico-políticos no extraña que hoy Paredes viva una nueva gloria, inesperada mas no sorpresiva: el proceso de selección de candidatura de la oposición le brinda seis foros para lucirse con el uso de la palabra. Para ella, el formato quedó que ni mandado a hacer.
Si Beatriz Paredes el martes pasado no se engulló a Xóchitl Gálvez en el foro de León, Guanajuato, fue porque no quiso. Tiene todas las tablas, y los términos, que se requieren en un debate para borrar a la hidalguense, más ocurrente pero menos elaborada discursivamente.
Pero no todo son palabras. Los hechos cuentan. Los discursos de la tlaxcalteca han tenido como escenario pasajes de la historia reciente…
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En su biografía, Beatriz Paredes destaca porque ha podido responder informes presidenciales. El rito en tiempos priistas era imponente. Hoy no existe. A ella le tocó responderle uno a José López Portillo, presidente imperial. En sus memorias, Jolopo ni menciona el hecho de que aquel año, 1979, esa joven diputada fue la encargada de hablar a nombre del Congreso.
Le tocó también el posicionamiento a nombre de su partido en el VI informe de gobierno de Ernesto Zedillo, en el catastrófico, para los priistas, año 2000. Dos meses antes de ese primero de septiembre, el PRI había perdido la presidencia por primera vez en su historia.
“No llego a este foro con el rostro bajo, la mirada huidiza o la voz titubeante; que no se confundan los analistas, que no magnifiquen nuestros adversarios y nuestros detractores: el PRI perdió la elección presidencia, pero no está aniquilado”, dijo Beatriz casi al arrancar su discurso.
Cuánta razón tenía. El tricolor volvió a la presidencia 12 años después, pero tan importante como eso fue que ella y sus compañeros del partido de Calles ejercieron influencia y no poca presión en las dos administraciones panistas que de 2000 a 2012 ocuparon Los Pinos.
En esa fecha, Paredes advirtió que el voto popular, que le dio el triunfo a Vicente Fox, “no desechó el criterio del PRI para la toma de decisiones fundamentales”.
Y ofreció que serían “parlamentarios responsables, conscientes del momento histórico que atraviesa el país, capaces de seguir el ritmo de la sociedad actual, llegando al consenso cuando del interés superior del país se trate y siendo enérgicos en la divergencia cuando de afectar principios, conquistas o expectativas sociales se refiera”.
Doce meses después, la propia Beatriz contestaría al primer presidente panista de la historia el informe por el año uno de la gestión del guanajuatense Fox.
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Al responder el mensaje de Vicente Fox el 1 de septiembre de 2001, Beatriz Paredes dijo que en el Congreso “en época de profundización democrática, debemos tener las puertas abiertas y el oído atento al rumor social, al sentir de la gente, a la observación de los ciudadanos, para que la tarea de legislar, que cala hondo en el presente y el porvenir de la realidad de nuestro pueblo, corresponda de manera fiel a lo que más conviene al desarrollo nacional”.
La parlamentaria, de entonces 48 años pero muy curtida en las cámaras, en su esencia: retórica priista de altos vuelos, como corresponde a ceremonias solemnes.
En esa ocasión, la priista le reconoció a Fox entre otras “decisiones políticas innovadoras” el “abrir la Tribuna a los representantes indígenas del EZLN” y “transparentar el escrutinio a las auditorías realizadas en Fobaproa”.
Finalmente, a nombre del Congreso dijo al titular del Ejecutivo: “Tenemos la enorme oportunidad, si actuamos con seriedad, serenidad y consistencia, sin protagonismos fatuos o cortoplacismos, de empujar el reloj de la historia patria, y transformar el sistema político de México, para hacerlo más equilibrado, y por ende, mejor garante del interés colectivo”.
Qué dicen algunos de quiénes han cronicado lo que pasó en esos años sobre lo que hizo o dejó de hacer Beatriz Paredes.
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En La diferencia. Radiografía de un sexenio (Grijalbo, 2007), Rubén Aguilar y Jorge G. Castañeda narran la influencia de Beatriz Paredes, líder de la bancada priista, en la administración Fox.
Apenas iniciada la transición, en el foxismo hubo un debate sobre qué hacer con el PRI. Una postura “sostenía que el triunfo había que aprovecharlo para atacar al PRI y a sus figuras emblemáticas. No se deberían buscar acuerdos con ellos y sí tratar de dividirlos”. La otra “planteaba lo contrario. Sostenía que Beatriz Paredes, Enrique Jackson y también algunos gobernadores planeaban trabajar juntos en las reformas que Fox se proponía llevar a cabo. Pero no sin condiciones. Paredes había dicho a Creel que si el gobierno establecía una Comisión de la Verdad, si había acciones en contra de dirigentes del partido o sus centrales sindicales, ellos no colaborarían en las reformas”. Convencido de que “el PRI estaba obligado a tomar en cuenta lo expresado en las urnas”, Fox decidió acceder a peticiones del PRI, que tenía las bancadas más grandes, para poder sacar adelante sus reformas.
Según cuentan los autores, “a la distancia, Fox acepta que hizo una valoración equivocada” del ascendente de Paredes y Jackson sobre, respectivamente, diputados y senadores tricolores: “El PRI monolítico había dejado de existir” y pecando de confiado, el panista ni siquiera entró en contacto con Dulce María Sauri, presidenta del tricolor.
Además de oponerse durante la transición misma a la posibilidad de que en la naciente presidencia se instituyera una comisión de la verdad, que salvo un remedo nunca nació, y siempre según la relatoría que hacen Aguilar y Castañeda, Beatriz Paredes también bloqueó la ley indígena, conocida como de la Cocopa, que Fox intentó aprobar para resolver el conflicto zapatista.
“Varios dirigentes priistas —Beatriz Paredes, por ejemplo— le indicaron a los autores que su partido nunca aprobaría la ley tal como la había mandado la Cocopa (Comisión bicameral para la Concordia y Pacificación): se cambiaba o se rechazaba”, se dice en La Diferencia, en la página 88.
Esa ley era cuestionada principalmente por el PAN, y en ese partido la voz más sonora al respecto era la del líder de sus senadores Diego Fernández de Cevallos, por dar autonomía a los pueblos indígenas, concepto que al final se limó.
Otra cosa que se frustró en el foxiato fue la posibilidad de hacer una reforma fiscal. El guanajuatense se propuso pasarla muy al principio de su mandato, para, con los eventuales dineros que al correr de los años captarían por gravar alimentos y medicinas con el IVA, recuperarse de lo impopular que sería esa imposición.
“Nuevamente, varios de sus colaboradores le transmitieron [a Fox] la certidumbre, desde el principio, de que se abrían grandes probabilidades de convencer por lo menos a un grupo de diputados y senadores del PRI para que ayudaran, sobre todo si, como sugirió Beatriz Paredes a Santiago Creel justo antes de la primera gira internacional del presidente electo, a Chile, Argentina, Uruguay y Brasil, no se desataba una cacería de brujas contra el pasado: nada de comisiones de la verdad, persecuciones, investigaciones”.
El tricolor no cedió ni cuando se habló de crear una canasta básica de alimentos y medicinas para los más pobres exenta del nuevo gravamen.
“Fox insistió en que él pagaría todo el costo político, haciendo suya la propuesta, y que el PRI solo la votara resignadamente con el PAN. La respuesta fue negativa. Fox le reclamó a Enrique Jackson y a Beatriz Paredes un doble juego o doble discurso: coquetear en privado con estar cerca del presidente y poder negociar con él y, en público, darle la puñalada por la espalda y tratar de llevarlo al matadero”.
Una conclusión a la que llegan los autores es que “el PRI nunca iba a aceptar una reforma fiscal, o de cualquier otra naturaleza, que implicara entregarle recursos monetarios o políticos a Vicente Fox”. O, en palabras de Manuel Bartlett citadas por Aguilar y Castañeda: “¿De veras nos creían tan idiotas para conservar alguna esperanza? ¿Creían que íbamos a darles una reforma?”.
El PRI chamaqueando al PAN… el musical.
En un último caso, relevante hoy que Paredes podría terminar de candidata a la Presidencia de México, los autores de La Diferencia ponen a la también exembajadora en Cuba y Brasil como una de las personas del PRI que instaban al presidente Fox a “no pelearse” con George W. Bush, que presionaba por el voto mexicano para invadir a Irak.
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Cerremos con las palabras. En el compedio de los discursos de Beatriz Paredes, que recorren su faceta de líder campesina, sus intervenciones como joven gobernadora de Tlaxcala y sus conceptos internacionales, también hay espacio, muy agradecible, para su vocación por las artes.
De hecho, en no pocos de sus discursos para citas solemnes, Paredes incluye poesías, de Pellicer, por ejemplo.
Y aunque a veces con prosa recargada, sentimental o engolada incluso, hay fragmentos que muestran el empaque retórico de quien hoy está en la final por el banderín presidencial opositor. Aquí un ejemplo:
“El patrimonio cultural de Veracruz es infinito.
Los ojos no alcanzan sosiego ante el deslumbramiento, desde el Totonacapan hasta Tlacotalpan.
Los oídos no duermen, nocturnos, ‘por la carencia de la voz divina en rima de amor’.
El olfato se ensancha, aromado por la vainilla que hace la atmósfera en donde vuelan sus sueños los hombres alados de Papantla.
El gusto se expande humedeciendo el acuyo, hoja santa que envuelve al pez en la cocina costeña.
Y el tacto se vuelve luciérnaga, dedos de luz cuando tocan los requiebros del encaje del traje mestizo de la jarocha, hecho magia y fantasía, al interpretar ‘La Bruja’.
(…) Porque en el siglo XXI, México sobrevivirá, sí, y solo si salvaguarda su identidad cultural, y a partir de su esencia local, de su sabor regional, de su fuerza nacional, se proyecta como el caleidoscopio vivo, como el colibrí colorido, como el jaguar dorado, en el espacio universal, en la hondura estelar.
Así, en libertad.
Gracias, veracruzanos, por ser quienes son. Son,
son,
son.
¡Ay qué bonito es volar!”
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