Navalni en Alemania
Putin tiene que apoyar una investigación que aclare lo sucedido con el líder opositor
Las autoridades rusas, comenzando por el presidente Vladímir Putin, deberían tomarse muy en serio el grave percance sufrido por Alexéi Navalni, y, por su propia imagen, si es que esta les preocupa, apoyar una investigación independiente, rigurosa y pública sobre el envenenamiento o intoxicación del político de la oposición. La medicina alemana, en manos de la cual está ahora Navalni, tal vez cumpla esa función aclaratoria. Un diagnóstico fidedigno puede ayudar a superar (o tal vez a empeorar) la crisis de confianza que lastra la relación de la ciudadanía rusa y de la comunidad internacional co...
Las autoridades rusas, comenzando por el presidente Vladímir Putin, deberían tomarse muy en serio el grave percance sufrido por Alexéi Navalni, y, por su propia imagen, si es que esta les preocupa, apoyar una investigación independiente, rigurosa y pública sobre el envenenamiento o intoxicación del político de la oposición. La medicina alemana, en manos de la cual está ahora Navalni, tal vez cumpla esa función aclaratoria. Un diagnóstico fidedigno puede ayudar a superar (o tal vez a empeorar) la crisis de confianza que lastra la relación de la ciudadanía rusa y de la comunidad internacional con las estructuras que convergen en el Kremlin.
Sin hablar ya de los personajes que han sido críticos con la deriva autoritaria de Rusia y que han perecido en atentados en su país o en el extranjero, la lista de quienes han sufrido intoxicaciones, en ocasiones mortales, es lo suficiente nutrida como para entender la creciente “presunción de culpabilidad” que se aplica a los líderes de Rusia o a entidades allegadas que, con la venia del Kremlin o sin ella, podrían supuestamente intentar neutralizar a disidentes molestos. En el caso del envenenamiento del ex agente doble Serguéi Skripal en el Reino Unido, la evidencia de que fue cometido por sicarios procedentes de Moscú era tanta que incluso parecía orquestada para disuadir a potenciales tránsfugas.
Dado que en Rusia los órganos de Seguridad del Estado tienen un peso apabullante en la configuración del poder es inevitable preguntarse si la lógica siniestra de los servicios se limita a considerar “traidores” a los espías o si ese límite es extensible también a los elementos molestos de la política. La familia de Navalni y muchos rusos han desconfiado de quienes lo atendieron en Omsk, y la raíz de esta desconfianza no es tanto la capacidad profesional de los médicos, sino el temor a que cualquiera —un doctor, un juez, un policía— pueda incumplir su deber profesional y someterse, por miedo, a las instrucciones de quienes creen que la agenda conspirativa es lo más importante. Putin debería despejar cualquier duda.