No hay nada de lo que hablar
El encogimiento de hombros no debería ser una postura política válida. Implica, de alguna manera, una derrota de la política
“Los problemas, cuando son auténticos, no son de derechas ni de izquierdas”, escribía hace unos años el expresidente del Senado Manuel Cruz. “Lo que son de derechas o de izquierdas son las soluciones”. Hoy nadie le hace caso. En la política española contemporánea, hay temas de izquierdas y temas de derechas. Raramente son transversales. Para tu adversario político, lo que te preocupa no existe. No es que tu solución a un problema sea equivocada, es que directamente no hay ningún problema.
A veces, esa segmentación se produce porque al Gobierno le beneficia esconder sus problemas y a la...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
“Los problemas, cuando son auténticos, no son de derechas ni de izquierdas”, escribía hace unos años el expresidente del Senado Manuel Cruz. “Lo que son de derechas o de izquierdas son las soluciones”. Hoy nadie le hace caso. En la política española contemporánea, hay temas de izquierdas y temas de derechas. Raramente son transversales. Para tu adversario político, lo que te preocupa no existe. No es que tu solución a un problema sea equivocada, es que directamente no hay ningún problema.
A veces, esa segmentación se produce porque al Gobierno le beneficia esconder sus problemas y a la oposición exagerarlos. Pero otras muchas veces se descartan como ficticios debates reales. Hay dos ejemplos recientes en el debate público, que afectan especialmente al Gobierno: la relación de Bildu con el terrorismo de ETA y la inmersión lingüística en Cataluña.
Desde que ganó la moción de censura, Pedro Sánchez ha usado la estrategia del “no hay nada que debatir” cuando se ha hablado de Bildu. Hoy el Gobierno defiende de este modo un posible pacto con Bildu para los Presupuestos. El partido es legal y ETA ya no mata. Y eso ya es suficiente. La política española está llena de vetos cruzados y líneas rojas; en cambio, a un partido que celebra la excarcelación de un exlíder terrorista (“Queremos trasladar nuestro abrazo a Josu y a todos sus familiares y amigos”, tuiteó la cuenta de Bildu cuando Francia excarceló a Josu Ternera) se le exigen unos estándares morales bajísimos: el partido es legal y hay gente que les vota. Ir más allá implica abrir debates innecesarios, no querer cerrar heridas. Pero, como ha dicho Fernando Aramburu, la derrota militar de ETA no implica la derrota de su relato, “que blanquea su pasado sangriento, que trata de hacer pasar sus asesinatos por acciones inevitables o incluso justas”.
La inmersión lingüística en Cataluña es otra no-go zone de la izquierda española, especialmente la catalana. Hay un amplio consenso sobre ella, se suele decir. Los incumplimientos de las sentencias judiciales, el derecho a la escolarización en la lengua materna (según una encuesta del CEO, un 52,7% de los catalanes considera el castellano su lengua inicial, pero solo hay dos horas semanales de lengua castellana en primaria y tres en secundaria) y las encuestas en las que ese consenso no aparece se obvian interesadamente. A veces, como ha señalado Daniel Gascón, se refutan hombres de paja: “Se dice que el castellano no está en peligro en Cataluña: como si alguien hablara de eso. No hablamos de lenguas, hablamos de hablantes y de sus derechos lingüísticos. Según ese argumento, un musulmán no podría estar discriminado porque mucha gente profesa su religión”.
Decir que un debate es ficticio cuando claramente no lo es solo consigue desvelar tus complejos y limitaciones. El encogimiento de hombros no debería ser una postura política válida. Implica, de alguna manera, una derrota de la política.