Tribuna

Por una transformación democrática ‘verde’

Lo que está en juego es una transición ecológica que conecte las exigencias de la emergencia climática con la diversidad de demandas democráticas; socio-económicas, feministas, antirracistas y LGTBI

Diego Mir

Al examinar las diferentes estrategias para abordar los problemas ecológicos y sociales que se han puesto sobre el tapete con la pandemia, podemos discernir diversos escenarios. En varios países, los Gobiernos neoliberales están implementando políticas que utilizan al Estado para reafirmar la supremacía del capital. Este “neoliberalismo de Estado” se ve reforzado en muchos casos por medidas autoritarias, confirmando la tesis de Wolfgang Streeck de que la democracia y el capitalismo se han vuelto incompatibles. Con frecuencia esto viene de la mano de un fomento de soluciones digitales inspirada...

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Al examinar las diferentes estrategias para abordar los problemas ecológicos y sociales que se han puesto sobre el tapete con la pandemia, podemos discernir diversos escenarios. En varios países, los Gobiernos neoliberales están implementando políticas que utilizan al Estado para reafirmar la supremacía del capital. Este “neoliberalismo de Estado” se ve reforzado en muchos casos por medidas autoritarias, confirmando la tesis de Wolfgang Streeck de que la democracia y el capitalismo se han vuelto incompatibles. Con frecuencia esto viene de la mano de un fomento de soluciones digitales inspiradas por el solucionismo tecnológico de Silicon Valley que ha analizado Evgeny Morozov. El solucionismo afirma que todos los problemas, incluso los políticos, tienen una solución tecnológica, lo que propicia la aceptación de formas posdemocráticas de tecnoautoritarismo que permanecen inmunes al control democrático. Es una nueva versión de la concepción pospolítica que se volvió dominante durante la década de 1990. La creencia de que las plataformas digitales podrían servir de fundamento para el orden político se corresponde con la idea de los teóricos de la “tercera vía” de que los antagonismos políticos han sido superados y que las nociones de derecha e izquierda son categorías zombies.

Los partidos populistas de derecha promueven una estrategia diferente. Presentándose como la voz del pueblo, le atribuyen la responsabilidad de la crisis a la política globalizadora de las élites neoliberales. Su discurso antiestablishment, que exalta la soberanía nacional y exige medidas proteccionistas, es bien acogido en varios medios y encuentra un cierto eco en los sectores populares. Un discurso de esa naturaleza puede, en ciertos contextos, constituir una fuerza de resistencia contra la dominación pospolítica del autoritarismo high-tech, pero a costa de la imposición de un autoritarismo nacionalista de factura conservadora.

A fin de impedir que la pandemia lleve a la gente a refugiarse en un nacionalismo exclusivo o en aceptar pasivamente soluciones tecnológicas, es menester que la izquierda adopte una estrategia para afrontar la crisis que despierte un real entusiasmo para defender y profundizar la democracia. Eso requiere reconocer el papel crucial que juegan los afectos en la política y responder a la demanda de protección que suscita la covid-19. De otro modo, esa demanda de protección va a ser explotada para justificar proyectos antidemocráticos. Como bien ha señalado Karl Polanyi en La gran transformación, cuando las sociedades experimentan disturbios profundos en sus condiciones de vida, la necesidad de protección se convierte en la demanda central y la gente está dispuesta a seguir a aquellos que creen que van a satisfacerla mejor. Es precisamente ese deseo de protección que explica por qué actualmente mucha gente está asintiendo a formas de control digital que antes rechazaba. O a seguir a los populistas de derecha en reclamar una forma de soberanía basada sobre un nacionalismo inmunitario.

Frente a la amenaza de soluciones autoritarias a la crisis, es absolutamente vital que la izquierda encare el desafío que enfrentan nuestras sociedades de una forma que movilice afectos comunes que empoderen a la gente y orienten su deseo de protección en una dirección solidaria e igualitaria. Por desgracia, el marco teórico racionalista que muy a menudo domina en el pensamiento de la izquierda le impide entender que en política no basta con tener un programa bien elaborado e ideas correctas. Como nos recordaba Spinoza, las ideas sólo cobran fuerza cuando confluyen con los afectos. Para crear adhesión y llevar a la acción, un programa político debe transmitir afectos que resuenen con las experiencias personales de la gente y que reflejen sus esperanzas y deseos. De ahí la importancia de inscribir este programa en una narrativa que esté en sintonía con los significantes centrales del imaginario social.

En 1985, en Hegemonía y estrategia socialista destacamos el papel afectivo del imaginario democrático a la hora de proporcionar la fuerza motriz de las luchas por la igualdad y la libertad en las sociedades democráticas. Una de las tesis centrales del libro es que con el surgimiento de nuevas luchas democráticas, un proyecto emancipador tiene que articular las demandas de la clase trabajadora con aquellas de los movimientos sociales. Es por eso que propusimos reformular el ideal socialista como un proceso de extensión y radicalización de la democracia.

Hoy, la crisis climática nos ha forzado a tomar conciencia de que hemos ingresado en una fase en la cual ya no es posible imaginar una radicalización de la democracia que no incluya el fin de un modelo de crecimiento que pone en peligro la existencia misma de la sociedad y cuyos efectos destructivos afectan particularmente los grupos más vulnerables. Si queremos luchar por la justicia social es necesario cuestionar el modelo productivista y extractivista de crecimiento y llevar a cabo una verdadera transición ecológica que establezca una relación distinta entre humanos y no humanos.

Para asegurar la protección de la sociedad y sus condiciones materiales de existencia de una manera que profundice la democracia, la estrategia de la izquierda debe consistir en promover una “transformación democrática verde”. Lo que está en juego es una transición ecológica que conecte las exigencias de la emergencia climática con la diversidad de demandas democráticas, tanto las socio-económicas como las feministas, antirracistas y LGTBI. Indudablemente, no es una tarea fácil. Pero vislumbrar la transición ecológica bajo la modalidad de una transformación democrática verde debería activar el imaginario democrático y generar afectos comunes que permitan construir una voluntad colectiva transversal capaz de operar una ruptura con el orden neoliberal y el capitalismo financiero.

El Green New Deal promovido por Alexandria Ocasio-Cortez y el movimiento Sunrise en Estados Unidos es un ejemplo de tal proyecto, ya que vincula la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero con el objetivo de resolver problemas sociales como la desigualdad y la injusticia racial. Incluye varias propuestas importantes —como la garantía universal por parte del Estado de un empleo pago en la economía verde— que son cruciales para asegurar la adhesión de los sectores populares a la transición ecológica, particularmente aquellos cuyos puestos de trabajo van a verse profundamente afectados por ella.

El objetivo de una transformación democrática verde es lograr justicia social y protección para las mayorías, y no para unos pocos. Significaría un paso adelante en el proceso de radicalización de la democracia y podría proporcionar el significante hegemónico de una cadena de equivalencia entre las demandas que impugnan las múltiples formas de subordinación y discriminación. En la actual coyuntura de crisis ecológica, social y económica es como debe visualizarse una estrategia populista de izquierda.

Chantal Mouffe es especialista de teoría política.

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