¿Cómo una empresa puede controlar la vida y la muerte?
Tras cinco años de funcionamiento, la central hidroeléctrica de Belo Monte se ha convertido en un laboratorio de cómo el capitalismo produce el colapso ecológico en la Amazonia
Imagina. Y contén la respiración.
Imagina que tu vida no la controlas tú, sino las grandes corporaciones. A su servicio están la mayoría de los gobiernos y de los parlamentarios. Debido a su poder financiero, estas corporaciones presionan para que se aprueben leyes que son de su interés, financian campañas políticas, publicitarias y de marketing, financian a científicos de prestigiosas universidades y también financian otra industria que invade tus pantallas las 24 horas del día: la industria del entretenimiento. Te estimulan a comer productos ultraprocesados (galletas, congelados, refr...
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Imagina. Y contén la respiración.
Imagina que tu vida no la controlas tú, sino las grandes corporaciones. A su servicio están la mayoría de los gobiernos y de los parlamentarios. Debido a su poder financiero, estas corporaciones presionan para que se aprueben leyes que son de su interés, financian campañas políticas, publicitarias y de marketing, financian a científicos de prestigiosas universidades y también financian otra industria que invade tus pantallas las 24 horas del día: la industria del entretenimiento. Te estimulan a comer productos ultraprocesados (galletas, congelados, refrescos...), que, a pesar de llamarse alimentos, en realidad generan epidemias de obesidad en varias partes del planeta y enfermedades relacionadas que exigirán los productos de otra industria, la farmacéutica. Los pesticidas que producen las empresas transnacionales son aprobados por agencias gubernamentales y contaminan los ríos, que, a su vez, contaminan los peces y también la capa freática y, por lo tanto, el agua que bebes. Estos pesticidas también envenenan la comida que pones en la mesa para tus hijos y están relacionados con diversas enfermedades de trabajadores del campo y también con suicidios. La soja que reemplazó las selvas y las sabanas sirve para alimentar a los animales que, después de una vida de esclavitud, se disponen en pedazos despersonalizados en las neveras de los supermercados. Una parte de estos bueyes se pusieron sobre las ruinas de la selva solo para garantizar la propiedad de un terreno que era público, lo que hace que la carne de tu plato sea el final de un proceso que comenzó con la destrucción de la naturaleza. Estos bueyes son también una de las principales causas del sobrecalentamiento global, por el metano que emiten al eructar. En algunos países, como Brasil, la población vacuna es mayor que la población humana, lo que convierte su digestión en una catástrofe mundial. La ropa que llevas tiene, en el extremo visible, un escaparate iluminado o una web supereficiente que te lleva sus productos a casa. En el otro extremo de la cadena, a menudo hay trabajo esclavo y también infantil en algún país pobre del otro lado del mundo, en fábricas o sótanos insalubres que a veces explotan o arden, o en la parte pobre e insalubre de un país rico. Esta amplia circulación de bienes y personas (y ahora también de virus) exige una enorme cantidad de combustibles fósiles (derivados del petróleo, carbón mineral y gas natural), la principal causa del colapso climático. Casi todo lo que te rodea proviene de alguna empresa minera, que destruye el medio ambiente a gran escala y también contamina los ríos, los peces, diferentes especies de animales y también a los humanos con mercurio y otras sustancias tóxicas. Las empresas también han empezado a explotar el fondo del océano, donde todavía hay menos o ninguna regulación. Si no se hace nada, los hermosos documentales del fondo del mar que se ven en los canales de “naturaleza” pronto serán un monumento conmemorativo de un pasado que ya no existe en el presente.
Te dicen que eres libre porque eres un consumidor, y tus hijos ya nacen como consumidores. Así que tienes la fantástica opción de consumir la marca y el producto que quieras con el dinero —invariablemente menos del que necesitas— que ganaste vendiendo tu cuerpo y tu tiempo, que es todo lo que tienes. Si consideras que esta condición es inhumana y te rebelas, te unes a otros para denunciar la violencia de estas cadenas y de este sistema, las corporaciones tienen el poder financiero para pagar a los mejores abogados e incluso investigaciones realizadas por científicos de instituciones de renombre, capaces de cortar todas las amarras éticas para afirmar las conclusiones que las corporaciones necesitan para seguir comiéndose el planeta. Con internet, las corporaciones también han comenzado a financiar centros de odio, donde generan robots y contenidos falsos para acabar con tu reputación —o la de la organización no gubernamental o el movimiento en el que participas— con ataques y mentiras en las redes sociales. Toda voz disidente debe combatirse y, si es posible, destruirse. Destruir una reputación es una especie de asesinato.
Detrás de todo este engranaje que determina, regula y controla vidas, hay personas hechas del mismo material que tú. Vale la pena recordar que el planeta entero tiene 2.153 multimillonarios, un número de personas que cabe en un gran teatro. Juntos, tienen más riqueza que el 60% de la población mundial. En América Latina y el Caribe, estos multimillonarios suman un total de 73 personas. Un estudio de Oxfam demostró que, entre marzo y junio de 2020, los meses iniciales de la pandemia, la fortuna de estos 73 aumentó en 48.200 millones de dólares, lo que equivale a un tercio del total de los recursos de los paquetes de estímulo económico creados por todos los países de la región. En Brasil, hay 42 multimillonarios. Entre marzo y julio de este año, un período de intensa crisis humanitaria causada por la pandemia, sus fortunas aumentaron en 34.000 millones de dólares. Cuando, con organización y lucha, la sociedad de la que formas parte o el grupo que te representa conquista algún derecho, una entidad que llaman “mercado”, pero que nunca has visto, dice que “la economía quebrará”. El mercado son estos multimillonarios y los ejecutivos que trabajan para ellos en las más variadas áreas, entre los que se destacan los economistas. Cuando los periódicos dicen que el “mercado está nervioso”, es esta “media docena”, en comparación con la población mundial, la que siente una comezón de estrés.
¿Parece una pesadilla? Esta distopía es la vida hoy en día en el sistema capitalista neoliberal. En este sistema, el mercado es la base de la organización de la sociedad, con la desregulación de la economía, la privatización de las empresas estatales y la reducción del gasto social. También forma parte de una amplia circulación de bienes, flujo de capital e información en un mundo cada vez más globalizado, lo que hace muy difícil, si no imposible, supervisar y controlar a las grandes empresas transnacionales. La sensación que compartes con los miles de millones que habitan este planeta y no forman parte de esta minoría dominante es la de que no controlas tu vida. No es una sensación.
El capitalismo neoliberal es el ápice del proceso por el cual la especie humana causó el colapso climático que hoy amenaza nuestro futuro en el planeta y está causando la sexta extinción masiva de especies, todavía en curso. Esta distopía es nuestra vida actual y su último logro ha sido traernos la época de las pandemias, que ya ha matado a casi 180.000 personas en Brasil y a más de un millón y medio en todo el planeta.
¿Qué tiene esto que ver con Belo Monte, la central hidroeléctrica construida en el Medio Xingú, una de las regiones más ricas y biodiversas de la Amazonia?
Todo.
Un laboratorio de catástrofe
La región afectada por Belo Monte es un microcosmos donde el modo de existencia capitalista neoliberal se ha impuesto a otros modos de existencia, como el de los pueblos indígenas y los ribereños de la Amazonia, en un corto período de tiempo. En tan solo una década, este modo de operar ha provocado una destrucción en cadena. Los peores efectos justo están empezando. En este momento, la gran lucha es por el agua, una lucha que reverbera una de las mayores guerras del planeta, hoy en día y mucho más en un futuro próximo, lo que hace que la observación de los acontecimientos del río Xingú sea aún más importante.
La empresa concesionaria de Belo Monte, Norte Energia SA, controla el agua del río para generar energía y, por lo tanto, controla la cantidad de agua que llega a la región habitada por pueblos de la selva, más específicamente pueblos indígenas y ribereños. La región cuyas aguas están bajo el control de Norte Energia también está poblada por miles de especies diferentes de animales y vegetales, algunas endémicas, lo que significa que en todo el planeta solo existen en ese lugar. En la licitación de la central, en 2010, Norte Energia estaba compuesta por pequeñas constructoras (entiéndelo aquí). Hoy en día, casi un 50% es del Grupo Eletrobras, un 20% pertenece a fondos de pensiones (Petros y Funcef) y el resto está dividido en participaciones más pequeñas (aquí puedes ver la composición).
Cuando Norte Energia controla el agua, la empresa transfigura un pequeño gran mundo en la selva amazónica, hoy más cerca del punto sin retorno. ¿Qué es el punto sin retorno? Es el momento en que la selva deja de ser selva —y por lo tanto deja de desempeñar su papel esencial como selva, que es regular el clima— para convertirse en una sabana. Obviamente ocurre de manera progresiva, que hoy va a un ritmo acelerado debido al debilitamiento de los órganos de protección, el aumento de la deforestación y los incendios que han tenido lugar durante el Gobierno de Bolsonaro. Vale la pena recordar que, sin la mayor selva tropical del mundo, resulta muy difícil controlar el sobrecalentamiento global.
Dentro de este pequeño gran mundo afectado por Belo Monte, hay un microuniverso que se ve todavía más brutalmente afectado, conocido como Vuelta Grande del Xingú. Con una extensión de 130 kilómetros de belleza apabullante, la Vuelta Grande es donde viven dos pueblos indígenas, los yudjá y los arara, y varios grupos ribereños, considerados un pueblo tradicional de la selva, además de ser campesinos agroecológicos y pescadores. El río Bacajá, un afluente del Xingú, del que depende la vida del pueblo xikrin, también se ha visto muy afectado. En una década, el universo de estos miles de personas ha entrado en colapso debido a Belo Monte.
Siempre hay títulos complicados y en general falsos en estas empresas depredadoras. Forma parte de la estrategia convertir a la población afectada, en gran parte formalmente analfabeta con relación a la escritura, también en analfabetos del oído. A la administración de la cantidad de agua que liberaría la central a la Vuelta Grande del Xingú la denominaron “hidrograma de consenso”. Por qué se incluyó la palabra “consenso” es un misterio, porque nunca lo hubo. Por lo tanto, más que un misterio, es un truco de marketing para confundir el entendimiento y dificultar la lucha. La lucha por el agua, que para la gente del Xingú es una lucha por la vida, siempre se ha producido en el conflicto, ya que sus voces han sido ignoradas ilegalmente desde que se decidió implantar la central.
Los hechos, la investigación científica y la experiencia diaria muestran que la administración del agua para que funcione Belo Monte está destruyendo la Vuelta Grande del Xingú y, por lo tanto, las vidas de los seres humanos y no humanos que viven allí. André Oliveira Sawakuchi, profesor del Instituto de Geociencias de la Universidad de São Paulo, afirma que el efecto que tiene el control del agua por parte de Norte Energia equivale a anticipar el colapso climático en la Vuelta Grande del Xingú. “Posiblemente, la deforestación en el Alto Xingú y las presas de Belo Monte tienen un efecto mucho más severo (y continuo) en el caudal del río en la Vuelta Grande que la crisis climática mundial”, afirma el geólogo, que hace años que estudia el Xingú y Belo Monte. “Algunos estudios prevén una reducción del 30% en el caudal del Xingú debido a la emergencia climática. Pero el desvío de agua para alimentar el embalse intermedio ya reduce el caudal en un 35-40% durante los meses de septiembre y octubre, el período de sequía, y en un 60-85% en marzo y abril, durante la crecida. Esto significa que la crisis climática ya ha llegado a la Vuelta Grande, y de una manera más severa”.
El Ministerio Público Federal, que ya ha promovido 24 acciones judiciales por las violaciones cometidas en la implantación de Belo Monte, califica de “ecocidio” los hechos ocurridos en la Vuelta Grande. El concepto contempla el exterminio de un ecosistema o bioma con todas las especies que lo constituyen y busca responsabilizar los agentes de destrucción: personas, empresas, corporaciones, Gobiernos. Los científicos más célebres del país, que llevan décadas investigando la región, ya han sumado sus voces a las de los pueblos de la selva, afirmando que la administración del agua propuesta por la empresa está provocando y provocará un desastre ecológico que podría extinguir a especies endémicas y colapsar por completo la vida de los pueblos indígenas y ribereños. En mayo de ese año, incluso el sistema financiero internacional comenzó a moverse: el fondo soberano de Noruega, que administra más de 1 billón de dólares, excluyó a Eletrobras de su cartera de inversiones por decisión de su comité de ética. Eletrobras, la principal accionista de Norte Energia SA, fue excluida por “el riesgo inaceptable de que la empresa contribuya a violaciones graves o sistemáticas de los derechos humanos” debido a la central hidroeléctrica de Belo Monte.
El robo del agua
A finales de noviembre, el Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables (Ibama) consiguió una decisión favorable en la Justicia federal, que obliga a Norte Energia a mantener un hidrograma “provisional”, hasta que puedan concluirse los estudios, para garantizar la supervivencia de la Vuelta Grande. Esto significa que la empresa tiene que liberar más agua al ecosistema de la que exige en el mal llamado “hidrograma de consenso”. La decisión la tomó el juez federal Roberto Carlos de Oliveira basándose en el “principio de precaución, prevención e inversión de la carga de la prueba”, “que impone al emprendedor el deber de probar que su actividad cuestionada no causa o no está causando daños al medio ambiente”.
Cuando la central consiguió la licencia para operar, el 24 de noviembre de 2015, a pesar de todas las denuncias de violaciones y todo el pasivo ecológico, la Vuelta Grande ya había empezado a transfigurarse. Al año siguiente, los yudjá, un pueblo indígena que considera que tiene canoas en lugar de pies porque son parte del río, llamaron al 2016 “el año del fin del mundo” (léelo aquí). En 2020, sin embargo, la sequía ha sido aún mayor. Como resultado, la situación de la Vuelta Grande ha empeorado todavía más. En toda la región afectada por Belo Monte, se ha producido una muerte masiva de peces. Los ribereños avisaron por WhatsApp que el Xingú se estaba convirtiendo en un cementerio. “Los hijos del Xingú ya no reconocen el ir y venir del agua”, dijo Raimunda Gomes da Silva, una líder ribereña a la que Norte Energia le quemó su casa y su isla.
Del 9 al 12 de noviembre, el núcleo de “Guardianes”, formado por indígenas de los pueblos xipaya, kuruaya y yudjá, por ribeirinhos, pescadores y agricultores familiares, bloqueó la carretera Transamazónica en el kilómetro 27 para denunciar que los peces no podían hacer la piracema, una palabra de origen tupí que significa “subida del pez” y que designa el proceso que realizan algunas especies de nadar río arriba en busca de lugares adecuados para reproducirse. Es decir, la reproducción se había interrumpido. “Estamos unidos para defender las aguas del Xingú y nuestras vidas. Belo Monte quiere matarnos poco a poco, como lo hace con los peces del Xingú, pero lucharemos”, escribieron en una carta manuscrita. “Estamos aquí para mostrar la situación que vivimos desde la llegada de Belo Monte y el robo del agua del Xingú. Hace cinco años que sufrimos los impactos de la presa (...) Nuestra vida no puede ser ignorada. ¡Nuestras vidas importan!”, declararon en un documento a las autoridades.
Los peces, pescados, se suelen usar como símbolo de mercancía. En gramos, kilos y toneladas. En ese caso, Belo Monte mató toneladas de peces. Pero los peces no son mercancías, los peces son criaturas vivas, diversas y fascinantes. En mayo de 2019, el periódico británico The Guardian anunció que actualizaba su manual de redacción y defendió en un editorial el cambio de lenguaje, para que la prensa pudiera cubrir con precisión este momento límite que vive la humanidad. Ya no utilizarían “cambio climático”, sino “crisis, colapso o emergencia” climática. Ni “calentamiento global”, sino “sobrecalentamiento global”. Ni “toneladas”, “existencias” y otros términos relacionados con mercancías para los seres vivos, sino poblaciones y otros términos adecuados para los que viven. Fue un hito, que desafortunadamente no siguen todos los grandes periódicos del mundo.
Cuando se asesina a millones de peces o se les impide reproducirse, toda una cadena de acontecimientos entra en colapso. Las ciudades han roto su conexión con la naturaleza, haciendo que las personas que las habitan olviden que también son naturaleza. Pero en la selva, incluso en una selva muy afectada y atacada, como la Amazonia, se puede constatar que ningún evento, por pequeño que sea, está aislado. Todo se conecta y se afecta mutuamente. Son relaciones sociales, también son relaciones de vida. La muerte de los peces es una tragedia para los peces, pero también es una tragedia para todos los humanos y no humanos que viven allí. Y si es una tragedia para todos ellos, será una tragedia que reverberará en cadena por todo el planeta.
“Iba a recoger castañas para hacer pescado con leche de castaña y oí un pequeño ruido de hojas. Me acerqué y vi que era una garrapata caminando”, dijo Juma Xipaia, una de las principales líderes de su pueblo, en una entrevista pública que le hice para el Wow Festival de Mujeres del Mundo. “Me asusté muchísimo. Si pude oír a una garrapata caminando en medio de la selva amazónica es porque está muy, muy seca”. Juma, que estudia Medicina en la Universidad Federal de Pará, se había recogido en la aldea para protegerse de la covid-19. “En mi opinión, el animal que corre más riesgo de extinción es el propio humano, por no entender que todo ser, por pequeño que sea, tiene su importancia”, dice la indígena. “Los humanos se comen el mundo como si fueran una gran polilla”.
Las escenas de indígenas y ribereños intentando salvar a los peces son inmensamente trágicas. Y otros pequeños eventos se han ido desencadenando. Bel Yudjá, líder de la aldea de Mïratu, en la Vuelta Grande del Xingú, cuenta que su pueblo fue testigo de la llegada de una horda de buitres. Ya no es aconsejable dejar la ropa en las cuerdas, porque estos fascinantes animales la arrancan. Los buitres también empezaron a aparecer en los fregaderos donde lavan los platos. Los buitres migraron para alimentarse de los peces muertos. Solo este pequeño, muy pequeño, evento cambia el lugar adonde los buitres migraron y cambia también el lugar de donde se fueron.
La naturaleza es mucho más delicada y compleja que cualquier invento humano. “Espero que la Justicia y el Ibama puedan garantizarnos una cantidad de agua que nos permita vivir en la Vuelta Grande”, dice Bel Yudjá. “Ya nos estamos convirtiendo en un cementerio de peces, creo que seremos un cementerio de árboles muertos. Estamos aquí, luchando, y esperamos que la gente se una a nosotros en esta lucha para que la Vuelta Grande pueda seguir viva y nuestras vidas dejen de estar amenazadas”.
La pregunta más incómoda
Desde que el agua se convirtió en un “producto”, un objeto sujeto a una administración que obedece a la necesidad de beneficios de una empresa y no a las necesidades de la vida en un trozo de la selva tropical más importante del mundo, la gran pregunta en el Medio Xingú es: ¿cómo una empresa puede controlar el agua de un río y de un ecosistema entero y, por lo tanto, la vida de humanos y no humanos? ¿Cómo una empresa puede ser “dueña” del agua?
Es una pregunta que solo pueden formular quienes aún son capaces de asombrarse con la forma en que el capitalismo lo convierte todo en mercancía. Quienes viven en las ciudades ya tienen dificultades para asombrarse y hacer preguntas como esta, porque el sistema que destruye la naturaleza se ha vuelto “natural”. Esta inversión solo es posible con la mística del capitalismo, en la que el “salvaje”, el que no se sujeta al sistema, se presenta como una anomalía. Esta mistificación encubre la anomalía real, que es el sistema que en los últimos siglos ha destruido el planeta, llevándonos al momento actual, en el que la propia especie está amenazada.
La proliferación de negacionistas es la respuesta de un sistema que ya no consigue encubrir con los métodos tradicionales los signos evidentes — que cualquiera puede sentir ya en su vida cotidiana— de que la vida humana en el planeta está en peligro. Es el caso de Donald Trump, en Estados Unidos, que ocupa el cargo más poderoso de la principal potencia mundial, y de Jair Bolsonaro, en Brasil, que ocupa la presidencia de un país estratégico para controlar el sobrecalentamiento global, al tener el 60% de la selva amazónica en su territorio. Utilizar los métodos tradicionales cuando la realidad se impone con tanta fuerza no es suficiente. Hay que provocar el caos instalando mentirosos en la parte superior de la cadena.
Aun así, como la mayoría de la población vive en las grandes ciudades, los engranajes son más difíciles de ver porque ya han sido asimilados, la mayoría ha nacido dentro del sistema que los tritura y eso se les presenta como “normalidad”. Para los indígenas y los ribereños afectados por Belo Monte, no es normal. Les desconciertan los que el pensador yanomami Davi Kopenawa llama “comedores de selva” o “pueblo de la mercancía”.
“¿Cuánto vale la vida?” les preguntó Graça Yudjá, matriarca de la aldea de Mïratu, a los representantes de Norte Energia. “Es una pregunta que prioriza la vida ante su transformación en rendimiento de energía eléctrica”, dice la antropóloga Thais Mantovanelli en su capítulo del libro Insurgências, ecologias dissidentes e antropologia modal, publicado por la Universidad de Goiás. “La cuestión del impacto de la central hidroeléctrica se ha convertido en una guerra para los pueblos afectados. Una guerra de cuerpos indios, ribeirinhos, cromáticos contra la monocromía de los uniformes celestes del cuerpo técnico burocrático de Belo Monte, que impone el fin del caudal de agua y el fin de la circulación de la vida”.
La construcción de Belo Monte y los impactos en cadena que ha generado la central han derivado, en una década, en una catástrofe ecológica. Y es por eso por lo que Graça Yudjá está asombrada. Las catástrofes ecológicas solo ocurren cuando la vida se usurpa al subir de precio. Es obvio que el hecho de que el precio sea siempre bajo amplía el abismo, pero el crimen fundador es la monetización de la vida para que su valor pueda compararse con el que generan los beneficios e, invariablemente, perder.
En la catástrofe ecológica producida por las fuerzas que generaron Belo Monte, todos los elementos están presentes. Una licitación en la que se sospecha que hubo fraude, seguida de la creación de un consorcio compuesto por las mayores constructoras del país, que más tarde serían objeto de denuncias de la operación anticorrupción Lava Jato; la imposición a los pueblos originarios y tradicionales, violando la legislación brasileña y también la internacional; la represión y criminalización de las protestas contra la central promovidas por participantes de movimientos sociales, indígenas y ribereños, utilizando la Fuerza Nacional contra el pueblo; la utilización del instrumento legal autoritario de la Suspensión de Seguridad —que permite suspender una medida provisional en el supuesto caso de que pueda perjudicar el orden, la seguridad o la salud pública— para impedir que las obras se detuvieran y asegurar que la central se convirtiera en un hecho consumado antes de que las denuncias llegaran a juicio; la utilización de la Agencia Brasileña de Inteligencia para espiar a los movimientos sociales en al menos un caso probado; personas analfabetas que firmaron papeles que no podían leer en los que perdían todos los derechos o aceptaban indemnizaciones irrisorias para abandonar sus hogares, tierras e islas; el comportamiento omiso (o favorable a la empresa) de los organismos federales y las autoridades públicas que se suponía que debían proteger el medio ambiente y los pueblos originarios, pero no lo hicieron o lo hicieron tímidamente; la contratación de empresas de comunicación que descalificaban a los periodistas que denunciaban las violaciones de los derechos en la construcción de la central, a la vez que presionaban a la dirección de los periódicos para que enaltecieran la “gran obra de ingeniería”; más recientemente, la contratación de abogados especializados en derecho ambiental para demandar a los periodistas que denuncian los abusos de Norte Energia. En el caso de Belo Monte, llevado a cabo en connivencia con el Gobierno federal, puede verse, identificarse y analizarse el funcionamiento de todo el sistema.
Belo Monte es a la vez un paradigma y un laboratorio. Presentada como la mayor hidroeléctrica 100% brasileña, costó por lo menos el doble de lo anunciado y hoy está presupuestada en unos 7.900 millones de dólares, gran parte de los cuales son financiados por el sector público, en este caso el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social. Presentada como la cuarta más grande del mundo por su capacidad instalada de 11 mil megavatios, la verdad es que esta cifra es solo potencial. Como el río Xingú vive medio año en la sequía, la producción real de energía, que en la jerga técnica se llama “energía firme”, es menos de la mitad.
Es una de las principales razones por las que los científicos y técnicos señalaban —y señalan— que la hidroeléctrica era inviable. Desde antes de que se iniciara la construcción, los especialistas del sector eléctrico ya demostraron que Belo Monte era inviable también para la producción de energía, debido a las características estacionales del Xingú, con temporada de lluvias y temporada de sequía. En diciembre de 2019, el reportero André Borges, del periódico O Estado de S. Paulo, denunció que Norte Energia había pedido autorización a la Agencia Nacional de Energía Eléctrica para construir centrales térmicas para compensar los meses secos del Xingú. Además de ser caras, las centrales térmicas son muy contaminantes. Semanas antes, EL PAÍS y The Guardian revelaron que, en una carta dirigida a la directora-presidenta de la Agencia Nacional de Aguas, Christianne Dias Ferreira, el director-presidente de Norte Energia, Paulo Roberto Ribeiro Pinto, afirmaba que tenía que alterar el caudal del embalse intermedio de la central de Belo Monte, debido a la severa sequía que sufre el río Xingú, para evitar daños estructurales en la presa principal.
Consenso en lugar de polarización
Belo Monte también muestra que la ideología para la Amazonia que construyó la dictadura cívico-militar (1964-1985) persiste, ya que se mantiene viva y activa en la visión de desarrollo tanto de la centroizquierda como de la extrema derecha. En esta visión típica del siglo XX, pero que en el espectro político brasileño todavía guía los programas de la mayoría de los partidos, la selva amazónica se trata como un objeto de explotación y sus pueblos se invisibilizan. A pesar de toda la polarización del país en los últimos años, Belo Monte ha demostrado ser el único consenso: la primera turbina la inauguró la expresidenta Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores, y la última, Jair Bolsonaro.
Durante la construcción de la central, los pueblos indígenas de la región afectada, incluso los que habían sido contactados hacía poco, se abastecieron durante más de un año de productos industrializados, algunos de ellos ultraprocesados. Para quienes presenciaron el proceso, fue como observar un experimento de laboratorio en el que los pueblos originarios fueron utilizados como conejillos de indias. El nombre de la investigación podría haber sido: “cómo se comportan los indígenas de la selva amazónica recientemente contactados cuando su alimentación se sustituye repentinamente por productos industrializados”. El resultado fue la aparición de enfermedades como la obesidad, la hipertensión y la diabetes. El propio Ministerio de Sanidad registró un aumento del 127% de la desnutrición infantil en las aldeas de la región entre 2010 y 2012.
A partir del inicio de la segunda década, el flujo de indígenas en la ciudad de Altamira se intensificó, los cultivos dejaron de plantarse porque los alimentos llegaban en latas y paquetes, la forma de vida cambió profundamente, al punto que el Ministerio Público Federal denunció a Norte Energia SA por etnocidio indígena. Esta violenta transfiguración del territorio y de la vida en el territorio hizo que la covid-19 encontrara las aldeas de la región mucho más dependientes de la ciudad y de los productos de la ciudad, lo que expuso aún más a los pueblos originarios a los riesgos de la pandemia. Belo Monte es también un paradigma en la producción de los pobres, al convertir a la población tradicional de la selva en miserables en las periferias urbanas.
La corrupción del territorio también fue decisiva para que Altamira se convirtiera en la ciudad más violenta de la Amazonia y una de las más violentas del Brasil, con las periferias tomadas por facciones criminales. En 29 de julio de 2019, esta violencia fue determinante para que estallara la segunda mayor masacre carcelaria de la historia de Brasil, que tuvo lugar en la cárcel de Altamira, con un total de 62 muertos. En la periferia de la ciudad, hay ahora una generación de niños que están siendo criados por sus abuelas porque sus padres fueron asesinados en los últimos años. Desde principios de 2020, Altamira ha sido testigo de una serie de suicidios de adolescentes, un fenómeno que los expertos relacionan con la repentina y violenta transformación del territorio y el modo de vida de la población, producida por Belo Monte.
Un laboratorio de resistencia
Lo que los indígenas y ribeirinhos llaman “robo del agua” es el capítulo más reciente. Sin duda, no será el último. Pero quizás sea el más decisivo. Si no se impide, podría provocar el exterminio de la Vuelta Grande del Xingú, como ya han denunciado ampliamente los indígenas, ribereños, científicos, defensores públicos y fiscales. Jansen Zuanon, investigador del Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia y uno de los más respetados especialistas en peces de Brasil, explica que esta transfiguración de la Vuelta Grande puede causar la extinción de especies que solo existen en ese ecosistema, como el famoso loricárido cebra, un personaje de culto para los visitantes que vienen de varias partes del mundo solo para observarlo en su hábitat. Jansen también explica que lo que les sucede a los peces también les sucede a otras especies e incluso a los humanos que viven como naturaleza:
“La población humana y no humana que vive en la Vuelta Grande está acostumbrada a los ritmos del río y conoce las señales. Estas poblaciones han organizado sus vidas en torno a la previsibilidad de estos ritmos. Cuando una empresa comienza a regular la cantidad de agua a partir de la demanda energética del operador nacional del sistema, una entidad ajena al Xingú y a todos sus ciclos naturales, se pierde todo el sincronismo, se desestructuran completamente los ciclos biológicos de las especies. Regulando el agua en los ‘grifos’ de la central, la empresa termina afectando directa o indirectamente todos los ciclos que tienen lugar en la Vuelta Grande del Xingú. Ni los peces, ni las taricayas [tortugas], ni siquiera los humanos son capaces de reconocer las señales, que se han vuelto contradictorias. La única manera de evitar el desastre total es mantener una cantidad suficiente de agua para todas estas especies y también mantener el ritmo natural. Debe ser predecible. Si no, la desestructuración del ecosistema será completa. Si Belo Sun logra instalarse, superponiendo su impacto al de Belo Monte, entonces estaremos en el filo de la navaja”.
Mientras Belo Monte seca la Vuelta Grande del Xingú y provoca un desastre ecológico y una crisis de hambre por primera vez, otra empresa, esta transnacional, avanza sobre la Vuelta Grande del Xingú. La empresa minera canadiense Belo Sun lleva años presionando para crear lo que vende como “la mayor mina de oro a cielo abierto de Brasil”. Para instalarse, ha estado presionando intensamente al Gobierno del Estado de Pará y a los parlamentarios de Belém, así como a las comunidades locales de la Vuelta Grande del Xingú, que están cada vez más desamparadas y son testigos del colapso de su mundo. Si Belo Sun logra avanzar, superpondrá su enorme impacto al ya enorme impacto de Belo Monte y dejará como legado una montaña de desechos tóxicos, cuyos efectos permanecerán por generaciones.
Esa es la situación. En el microcosmos llamado Vuelta Grande del Xingú se puede ver, en tiempo real, el movimiento del capitalismo más depredador subyugando la naturaleza y las personas que son naturaleza. Es casi un escaparate, un museo del presente o, como lo llama el ecologista Marcelo Salazar, “un museo de ruinas”.
La guerra de la humanidad en crisis climática está teniendo lugar allí, ahora, en miniatura. Entre los que son naturaleza y los que vacían la naturaleza y la convierten en mercancía. Entre los que llaman a lo que está vivo “recurso” y los que llaman a lo que está vivo “ser vivo”. Es la misma lucha que traban, a gran escala en el planeta, de un lado los pueblos originarios, la juventud climática liderada por Greta Thunberg y el 99% de los científicos del mundo, y, del otro, las grandes corporaciones, gobiernos, políticos, ejecutivos, abogados, publicistas y cabilderos a su servicio.
Por eso, los ojos del mundo se dirigen cada vez más a la Vuelta Grande del Xingú y a Altamira, considerada el epicentro de la destrucción de la Amazonia. También es importante subrayar que, si la región se ha convertido en un laboratorio de destrucción, también ha demostrado ser un laboratorio de resistencia. Contra fuerzas inmensamente más poderosas y un poder económico totalmente desigual, sufriendo en el cuerpo los impactos de la transfiguración de su mundo, resisten los ribereños, los indígenas, los pescadores, los agricultores familiares y los activistas. Ni siquiera un día han dado una tregua a Norte Energia y, más recientemente, a Belo Sun.
Pero no pueden seguir luchando solos una lucha que es por el planeta de todos.
Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de Brasil, construtor de ruínas: um olhar sobre o país, de Lula a Bolsonaro. Traducción de Meritxell Almarza