Anormalidad social

La maquinaria democrática de España procesa bien las demandas ciudadanas. Lo extravagante son algunos comportamientos

Contenedores en llamas tras una manifestación contra el encarcelamiento de Pablo Hasél, el pasado sábado en Pamplona.Eduardo Sanz Nieto (Europa Press)

¿Qué es anormal en España: la democracia o la sociedad? En comparación con otros países, nuestra maquinaria democrática procesa bien las demandas ciudadanas. Los poderes mediáticos y económicos que en teoría iban a impedir que los movimientos populares accedieran a las administraciones no sólo fracasaron, sino que vieron cómo las gobernaban en tiempo récord. Hoy, por ejemplo, un habitante de Barcelona tiene probablemente el Gobierno l...

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¿Qué es anormal en España: la democracia o la sociedad? En comparación con otros países, nuestra maquinaria democrática procesa bien las demandas ciudadanas. Los poderes mediáticos y económicos que en teoría iban a impedir que los movimientos populares accedieran a las administraciones no sólo fracasaron, sino que vieron cómo las gobernaban en tiempo récord. Hoy, por ejemplo, un habitante de Barcelona tiene probablemente el Gobierno local, autonómico y nacional más de izquierdas y alternativo de la historia reciente de Occidente. Y eso sin contar con la hipotética mayor influencia de la CUP.

Lo extravagante en nuestro país son los comportamientos sociales, de las protestas callejeras más caóticas a los escraches más sistemáticos contra políticos, periodistas, profesores universitarios y otros agentes del mal, usando métodos intimidatorios (pintadas, pinchazos de ruedas y amenazas) propios de la mafia.

A pesar de nuestra terrible historia, en España subsiste una épica social de la subversión. Cuantitativamente, no se queman tantos coches como en Francia o Suecia y somos uno de los países más seguros de Europa. Pero, cualitativamente, nuestros destrozos del mobiliario público y ensañamientos públicos contra personas concretas causan un perjuicio mayor porque cuentan con apoyo institucional, implícito o explícito. Partidos, asociaciones, y en ocasiones incluso altos representantes de las administraciones públicas, justifican, cuando no alientan, el incivismo. Muchos líderes sociales y políticos no sólo no condenan con firmeza, sino que frecuentemente bendicen la “resistencia” a la policía. Así que sus seguidores interiorizan como natural que se corten carreteras o rompan quioscos y escaparates. Y la legitimación del incivismo es la definición de barbarie.

Ante el vandalismo, el esquema interpretativo, incluso entre algunos críticos de la violencia, es exculpatorio, porque no se pone el acento en el “yo” responsable sino en “las circunstancias” atenuantes. Se enfatiza que los jóvenes responden a una situación externa a ellos (alto paro juvenil o ausencia de libertad de prensa) cuando lo único relevante en un altercado público es la responsabilidad de quien lo comente. La mayor injusticia del mundo no justifica una patada a una papelera. No tenemos un Estado angelical. Pero la solución no es una sociedad diabólica. @VictorLapuente

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