El rebote

El sistema es ahora mismo una centrifugadora de seres humanos que salen despedidos hacia los márgenes de la normalidad en cantidades insólitas

Varias personas esperan su turno para recibir alimentos, en la plaza de San Amaro en Madrid.Mariscal (EFE)

El sistema es ahora mismo una centrifugadora de seres humanos que salen despedidos hacia los márgenes de la normalidad en cantidades insólitas. Te asomas a la ventana y los ves volar como meteoritos, incluso puedes observar cómo sus vidas se incendian al entrar en contacto con la densa atmósfera de la pobreza. Familias enteras: el marido, la esposa, los niños, los abuelos… ahí van intentando alcanzarse las manos para llegar unidos al círculo infernal que la crisis le...

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El sistema es ahora mismo una centrifugadora de seres humanos que salen despedidos hacia los márgenes de la normalidad en cantidades insólitas. Te asomas a la ventana y los ves volar como meteoritos, incluso puedes observar cómo sus vidas se incendian al entrar en contacto con la densa atmósfera de la pobreza. Familias enteras: el marido, la esposa, los niños, los abuelos… ahí van intentando alcanzarse las manos para llegar unidos al círculo infernal que la crisis les haya deparado. Hoy estás en la clase media y mañana eres uno de esos objetos volantes que en 24 horas ha pasado de ver la tele cómodamente en el sofá a hacer cola para recibir una bolsa de fruta. No es raro que esas bolsas procedan de asociaciones extraestatales que se han organizado en los bordes de la supervivencia en forma de grumos de solidaridad. ¿Qué fue del ingreso mínimo vital? (el IMV, que sonaba a marca de coche de alto estándar). ¿Qué, de las diferentes ayudas de carácter municipal? ¿Qué, de los dispensadores europeos del dinero grande? ¿Qué, de la promesa mil veces repetida de que nadie se quedaría atrás? En efecto, no se quedan atrás, se quedan fuera, incluso fuera de la Historia (con mayúscula, claro). No ocuparán ni una nota a pie de página de los libros encuadernados en su propia piel.

Y, sin embargo, esas personas viven, desde que se levantan hasta que se acuestan, una peripecia inconcebible, llevan dentro de sí, si pudiéramos escucharlo, un gran relato. ¿O acaso no constituye un ejercicio heroico abandonar las tibias sábanas para enfrentarse a las temperaturas de los dormitorios glaciales en los que han ido a caer? La violencia institucional, insuficientemente auscultada, es, en estos momentos, atroz. ¡Ojo al rebote!

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