No olvidar a los sirios

Al cumplirse una década de conflicto, la comunidad internacional debe mantener la presión sobre el régimen

Foto de archivo de 2018 de civiles y voluntarios de la Defensa Civil Siria mientras buscan sobrevivientes después de que varios ataques aéreos destruyeran edificios en la ciudad de Hamoria, al-Ghouta (Siria).MOHAMMED BADRA (EFE)

Un decenio después de su estallido, la guerra siria —uno de los conflictos contemporáneos más sangrientos e inhumanos— se halla en estado de coma inducido a causa de la pandemia. Mientras, una comunidad internacional aquejada de fatiga de guerra parece olvidar el drama de los cientos de ...

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Un decenio después de su estallido, la guerra siria —uno de los conflictos contemporáneos más sangrientos e inhumanos— se halla en estado de coma inducido a causa de la pandemia. Mientras, una comunidad internacional aquejada de fatiga de guerra parece olvidar el drama de los cientos de miles de muertos, torturas y desapariciones masivas y que más de la mitad de la población está desarraigada y sufriendo graves penurias. Las potencias globales y regionales que han alentado a los contendientes, y que también se involucraron en el campo de batalla, se han decantado por la estabilización de los frentes tras la propagación de la covid-19. El presidente Bachar el Asad no puede esconder tras una aparente victoria militar el fracaso que representa la pérdida del control sobre más de un tercio del territorio nacional y la ruina de un país cuya economía ha retrocedido décadas. Pese a que las armas callaron hace un año, el régimen sigue haciendo oídos sordos a la vía política ofrecida por Naciones Unidas para consensuar una reforma constitucional previa a la convocatoria de elecciones creíbles.

La comunidad internacional debe mantener la presión sobre Damasco para que acepte de una vez que no existe salida militar para una guerra interminable y desbloquee su participación en el Comité Constitucional Sirio, constituido en Ginebra desde 2019 junto con representantes de la oposición y la sociedad civil. Pero el mundo, y los Estados occidentales en particular, no puede dejar de dar amparo a más de cinco millones de refugiados y de sostener a sus países de acogida, ni relajar el esfuerzo humanitario para asistir a más de seis millones de desplazados internos. Sin abandonar a su suerte a los más vulnerables, el mensaje para El Asad tiene que ser inequívoco: no tendrá reconocimiento entre las naciones ni apoyo para resurgir de la devastación si no se sienta a negociar con quienes se rebelaron contra la opresión hace 10 años. En este contexto, son bienvenidos los primeros destellos de justicia universal para Siria, llegados desde Alemania con la reciente condena a un exagente del régimen por detención ilegal y torturas.

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