Perú: la gente está molesta

¿Cuál es el significado de la confrontación entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori? Hay al menos tres cuestiones cruciales de fondo en el actual curso de las tensiones políticas

El candidato presidencial Pedro Castillo.ANGELA PONCE (Reuters)

Grandes retos y deudas históricas de exclusión y pobreza se “cuelan” visiblemente en la segunda vuelta electoral en Perú que, entre opciones extremas, es radical. Sazonada, por cierto, por el desastre de la pandemia: más de 160.000 fallecimientos y un colapsado sistema de salud fruto de la atención marginal que le ha dado el “modelo económico” en varias décadas.

En un balotaje al que los dos contendores, sumados, llegaron con poco más del 30% de los votos, la derecha local ha dado el salto a que en la votación del 6 de junio el divisor de aguas será la disyuntiva entre comunismo o antic...

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Grandes retos y deudas históricas de exclusión y pobreza se “cuelan” visiblemente en la segunda vuelta electoral en Perú que, entre opciones extremas, es radical. Sazonada, por cierto, por el desastre de la pandemia: más de 160.000 fallecimientos y un colapsado sistema de salud fruto de la atención marginal que le ha dado el “modelo económico” en varias décadas.

En un balotaje al que los dos contendores, sumados, llegaron con poco más del 30% de los votos, la derecha local ha dado el salto a que en la votación del 6 de junio el divisor de aguas será la disyuntiva entre comunismo o anticomunismo. No es así, y a los sectores populares encuestados esta tesis les dice poco o nada.

¿Cuál es el significado de la confrontación entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori? Hay al menos tres cuestiones de fondo cruciales en el actual curso de las tensiones políticas que explican las opciones de votación que la gente está contemplando.

Primero, una larga historia en la que el centralismo, la exclusión de lo indígena y, en general, de “los de abajo” en las políticas públicas y en el sistema político, han sido más la regla que la excepción. Este va de la mano de la bajísima legitimidad del sistema político de representación.

Sistema que está en crisis en casi toda la región, pero de manera especialmente aguda en el Perú. Partidos políticos que son casi todas pasajeras etiquetas, sin real organización ni visiones programáticas y políticos que “lideran” o representan poco o nada. La crisis sanitaria no ha hecho sino agravar esa situación: la economía cayó 12% en 2020 y volvió a los pobres más pobres de lo que ya eran.

La defensa cerrada por Fujimori del “modelo económico” y el rechazo a hacerle cambios o ajustes, no solo se estrella contra la lógica y el sentido común, sino con el sentimiento de la mayoría de la población encuestada que sí cree que hay que hacerle ajustes.

Segundo, un proceso electoral relegado por la pandemia en la prioridad ciudadana y golpeado por la ingobernabilidad de los últimos cinco años. Pero en el que se tiene que escoger ahora entre Fujimori y Castillo, disyuntiva que pocos habían previsto. Todo apuntaría, según las encuestas, al triunfo de Castillo, personaje desconocido por muchos hasta hace pocas semanas.

Ella llegó a la segunda vuelta con un modesto 13% de votos y carga un tremendo “anti voto” (55%) nutrido de “anti fujimorismo” (por el padre) y “anti keikismo” (por ella misma). En un contexto en el que el mensaje de “cambio” recorre el país, Fujimori no solo sostiene un programa muy conservador, sino al cuestionado Gobierno de su padre, condenado por crímenes de corrupción y de lesa humanidad, a quien ella ha ofrecido electoralmente indultar. Indulto que ya la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha objetado y la Corte Suprema anuló cuando lo intentó Kuczynski en 2017.

A ello se añade el “anti keikismo” resultado de la ingobernabilidad “tallada a mano” por ella misma (presidentes vacados, golpismos “constitucionales” y Congreso disuelto) a lo largo de los últimos cinco años. A ello se suman los procesos de investigación judicial en su contra por lavado de activos y organización criminal: la fiscalía ha solicitado ya 30 años de prisión para Fujimori. Muchos piensan, incluso, que está en marcha un ataque total contra el fiscal que la investiga (la candidata ha hecho que se le abran ya cuatro procesos investigatorios).

Tercero, el imprevisto protagonismo político y electoral de Castillo quien irrumpe en el escenario simbolizando a “los de abajo”. Campesino, maestro y recorriendo el país portando un inmenso lápiz (símbolo electoral de su agrupación), se convirtió gradualmente en una expresión de mayorías en las zonas rurales y de sectores urbanos variados. “Es como yo”, dicho que circula de boca en boca mientras Fujimori ostensiblemente ha perdido sintonía con el sentimiento popular.

Radical en sus planteamientos iniciales - bastante generales-, algunos de estos parecerían estarse apaciguando con algunos pasos hacia el centro. Por ejemplo, en cuanto a la necesidad de concertar de cara a una reforma constitucional o de conversar/negociar con las grandes empresas cambios en ciertos contratos.

Pero, a la vez, algunos planteamientos que no son agua clara. Con banderas muy conservadoras y controversiales sobre temas fundamentales: derechos de las mujeres o minorías sexuales o desconocer a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Preocupa, además, su propuesta que se ha entendido como desactivar órganos importantes de control relevantes, como el Tribunal Constitucional, o las serias reformas técnicas por las que se desactivaron algunas universidades de pésima calidad. En la primera vuelta, en propuesta en la que no ha insistido, anunció lo mismo contra la Defensoría del Pueblo.

Ese es el curso complejo del actual proceso. Se ha iniciado una campaña sobre una supuesta disyuntiva inminente “comunismo/anticomunismo”. No solo no es tal -y probablemente no sirva para arrinconar a Castillo- sino que suena ya a un disco rayado de pobre impacto. Remite a las sostenidas campañas fujimoristas durante años aplicando el mote difamatorio de “terrorista” para descalificar a cualquiera que cuestionase al fujimorismo.

Diseminaron durante años lo que en peruano se conoce como “terruqueo”, que no es otra cosa que la fácil calificación de “terrorista” para atacar a sus adversarios. Me consta eso en carne propia. Como integrante del Gobierno de transición que antecedió a Valentín Paniagua al caer Fujimori en 2000, fuimos y seguimos siendo víctimas de los extremos difamatorios del “terruqueo” fujimorista. Pero eso ya no convence a nadie.

La consecuencia: ahora pocos le creen cuando se “terruquea” a Castillo. Discurso gastado. Si, como parece, la votación favorece a Castillo el 6 de junio, estaremos ante el efecto de algo claro y contundente: la gente está molesta. Se abrirán entonces, nuevas preguntas y retos.

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