El Derby del gran heredero

Este año las circunstancias en Epsom han sido anómalas, tanto como para los espectadores como para el autor, pero el linaje de los campeones no ha dejado de mostrarse sobre el ‘turf’

NICOLÁS AZNÁREZ

No sabemos cuándo nuestra vida va a cambiar ni si la alteración será pasajera o un trastorno definitivo. Hasta hace poco yo iniciaba cada año con prácticamente sólo una cosa segura en mente: asistir el primer sábado de junio al Derby que se disputa en Epsom. Todos mis restantes compromisos me resultaban contingentes, el de junio en las onduladas colinas de Sussex era el único necesario. Así ...

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No sabemos cuándo nuestra vida va a cambiar ni si la alteración será pasajera o un trastorno definitivo. Hasta hace poco yo iniciaba cada año con prácticamente sólo una cosa segura en mente: asistir el primer sábado de junio al Derby que se disputa en Epsom. Todos mis restantes compromisos me resultaban contingentes, el de junio en las onduladas colinas de Sussex era el único necesario. Así fue durante décadas y esa perseverancia (que otros menos complacientes llamarían chaladura) me enorgullecía inexplicablemente. El año pasado llegó la pandemia de la covid y el Derby se disputó en unas fechas extrañas y sin la asistencia de público. Una pequeña enorme conmoción para los fanáticos, que intentamos convencernos de que se trataba de un incidente único del que el año próximo sólo nos acordaríamos como de una anécdota poco simpática en la centenaria cadena de anécdotas que es la historia del Derby. Pero han transcurrido otros doce meses y las circunstancias del Derby siguen siendo anómalas. Este año se ha corrido en sus fechas tradicionales y con un público muy reducido (cuatro mil personas en lugar de cientos de miles), algo más parecido a lo que acostumbrábamos pero aún lejos de lo que podríamos llamar normalidad. Habrá que esperar a 2022… Aunque quizá para algunos de nosotros las cosas hípicas nunca vuelvan a ser ya lo que fueron…

Para mí, por ejemplo, este va a ser el primer Derby visto desde el hospital. Mi novela La hermandad de la Buena Suerte acaba con un preparador enfermo de cáncer a punto de ver en televisión la recta final del Gran Premio en que corre el caballo de su vida. Mi situación no es tan dramática, sólo padezco una neumonía producida por legionela, lo cual en estos tiempos de covid resulta una extravagancia retro, como ser atropellado por un Ford T. En la tablet de la que ahora dependo, el hipódromo de Epsom aparece desguarnecido, con un toque melancólico en sus gradas semivacías, más cercano y entrañable. El irlandés O’Brien, que tiene como preparador el récord absoluto de victorias en el Derby —ocho— no presenta este año su habitual escuadrón de cuatro o cinco participantes sino sólo uno, Bolshoi Ballet: ¿muestra de confianza o renuncia a ganar por saturación una carrera especialmente difícil? Pero esta vez hay otro irlandés que me interesa más que O’Brien: se trata del mítico Jim Bolger, que a sus 79 años sólo entrena ya caballos de su propiedad y criados por él. Suele montarlos otro veterano, Kevin Manning, que tiene 54 años y además es su yerno. Pues bien, este año Bolger pretende ganar el Derby con un caballo que parece significar mucho para él, con el que acaba de conseguir las Irish Dos Mil Guineas. Antes de continuar, debo mencionar que Bolger es un fogoso irlandés, en toda la intensidad política y poética de la palabra. El caballo que presenta en el Derby se llama Mac Swiney y no es nombre elegido al azar. Terence Joseph MacSwinney fue un escritor y político irlandés a comienzos del pasado siglo. Fue elegido alcalde de Cork por el Sinn Féin en 1920. En la guerra de la independencia irlandesa fue arrestado por los británicos y encarcelado en Brixton, donde murió tras mantener una huelga de hambre de 74 días. Reconozcamos que para un patriota irlandés tendría cierto vuelo justiciero si cien años después de su muerte un caballo llamado como él ganase la principal carrera inglesa.

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La amable enfermera entra con frecuencia recelosa en mi habitación. A esa primera hora de la tarde se ha acostumbrado a verme dormir siestas invulnerables a ruidos, tomas de tensión, cambios de gotero y demás incidentes hospitalarios. De modo que hoy se asombra y hasta se inquieta un poco de verme tan despejado y pendiente de mi tableta. Me pregunta varias veces si quiero echar la persiana, si no estaré mejor con menos luz... ¡Cómo explicarle que yo realmente no estoy allí, en mi cama demasiado revuelta de esa confortable clínica madrileña, sino pisando el césped fértil en leyendas de una de las palestras hípicas más respetadas de Europa, si no del mundo! Y menos de un cuarto de hora antes de la gran cita que tardará un año en volver a repetirse y cuyo resultado debe pasar puntualmente a la historia de ese mundo alternativo del turf que para los aficionados es más real que el que resignadamente compartimos con el resto de nuestros semejantes.

Durante la última década, acertar el ganador del Derby solía consistir en elegir el más dispuesto entre los diversos hijos de Galileo que tomaban parte en la carrera. El gran semental se había especializado en procrear retoños cuyas características los recomendaban para la famosa prueba de Epsom. Pero el más célebre de los hijos de Galileo nunca pisó el hipódromo de Surrey.

El poderoso Frankel corrió catorce veces a dos, tres y cuatro años, ganando siempre y dejando en cada carrera la impresión de que no había tenido que esforzarse. Para muchos es el mejor purasangre que ha existido. Pero nunca disputó el Derby y quedó pendiente la duda de si esa distancia hubiera sido larga para él. Y aún más para sus hijos... Pues bien, este año tuvo lugar el relevo del macho dominante. El único Galileo que participó en la prueba, Bolshoi Ballet, no figuró en la llegada pero en cambio un hijo de Frankel, Adayar, ganó el Derby y otro, Hurricane Lane, llegó tercero. Los espectadores (pocos en Epsom, muchos en sus casas y al menos uno en el hospital) tuvimos la impresión de que empezaba una nueva era y que el rey de Epsom entregaba el cetro a un sucesor destinado a ocuparlo durante muchas temporadas. El tiempo dirá...

Después de ver la carrera, ya desvelado, seguí buscando en la tableta otras referencias hípicas. Y dí con una hija de Galileo y una madre de prosapia, nacida en 2012, llamada Together Forever, que ganó varias buenas carreras. Tres años después tuvo una hermana de padre y madre a la que llamaron Forever Together y que venció nada menos que en el Oaks de Epsom. Pues resulta que este año ha debutado una tercera hermana, que también comparte padre y madre con ellas. Después de Juntos Para Siempre y Para Siempre Juntos han llamado a esta jovencita... Espania. ¿Querrán decirnos algo? Con los criadores irlandeses nunca se sabe...

Fernando Savater es escritor y filósofo.

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