Jorge Semprún. Así que pasen diez años

Hace una década que murió el autor, a quien, conocedor del fascismo y del nazismo, le preocupaba que las generaciones nuevas nunca pudieran imaginarse lo que había costado fraguar la Unión Europea

Sr. García

Desde junio me ronda en la cabeza que han pasado diez años desde el fallecimiento de Jorge Semprún en el 2011. Ese mismo año me puse a trabajar en su biografía que publiqué con la Editorial Debate en 2016, y que luego se publicó en Francia, Inglaterra y Estados Unidos.

Contar la vida de otras personas es una tarea extraña. Al final, todo es literatura porque al escribir uno aporta su propio punto de vista desde el que interpreta y escribe. Pero como decía Jorge Semprún,...

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Desde junio me ronda en la cabeza que han pasado diez años desde el fallecimiento de Jorge Semprún en el 2011. Ese mismo año me puse a trabajar en su biografía que publiqué con la Editorial Debate en 2016, y que luego se publicó en Francia, Inglaterra y Estados Unidos.

Contar la vida de otras personas es una tarea extraña. Al final, todo es literatura porque al escribir uno aporta su propio punto de vista desde el que interpreta y escribe. Pero como decía Jorge Semprún, la literatura puede encerrar verdades, a veces más que la historia. Las biografías son especialmente importantes en el caso de los exiliados, cuyas historias pueden esfumarse en el limbo entre países, por muy importantes que fuesen en vida, y por mucha obra que hayan dejado publicada.

Escribir este libro me ayudó a entender muchas épocas y contextos, casi un siglo europeo, y cómo Semprún se había adaptado y reinventado sin dejar nunca de ser fiel a sus orígenes. Estaba claro que la figura despertaba pasiones, a mí también me las había despertado, y que podía ser un personaje conflictivo. Una intelectual francesa me preguntó si no sería mejor escribir una versión para Estados Unidos, una para España, y una para Francia, pero yo no veía el sentido de reducirle a una nacionalidad, para un público imaginario y limitado. Prefería imaginarme a un público cosmopolita, como Semprún mismo, un hombre más interesante que los estereotipos a los que ha sido reducido, y también más humano y menos divino de lo que piensan algunos.

Su vida se basa en la superación de divisiones, brutalmente impuestas por el destino. De niño, se quedó huérfano de madre y dejó su país en plena Guerra Civil para encontrarse en Francia, un país inhóspito, cuya lengua no hablaba y donde había un odio especial a los rouges espagnols, y a los españoles en general. (Esta xenofobia está brillantemente descrita en un libro nuevo de Annie Cohen-Solal Un étranger nommé Picasso). De adolescente, Semprún fue un alumno brillante que se unió a la Resistencia francesa, y acabó en el campo nazi de Buchenwald. Sobrevivió y volvió a París como apátrida, un estatus incómodo e injusto. Se hizo del PCE en París, y a la sombra del Café de Flore, que también fue suyo, subió los peldaños de la jerarquía del partido, disfrutando de los platos de cuchara que sabían a taberna madrileña, compartidos entre los militantes en pisos secretos Unos años más tarde, se le confió la tarea de volver a España como agente clandestino del PCE, reclutando a jóvenes universitarios y mandando informes a la cúpula del partido. A pesar del tono seco de los mismos, no ocultaban lo emocionado que estaba de poder volver a pisar las calles de la infancia, y de mezclarse con otros españoles. Luchar contra el franquismo, y volver a su país fueron sueños persistentes, y a veces sueños rotos. Volvía a jugarse la vida cada vez que cruzaba la frontera. Cuando sus diferencias con el PCE estallaron, se retiró, ya camino de cumplir otra ambición: ser escritor. Publicó su primera novela El largo viaje en Francia, en 1963. A partir de allí se vuelve un escritor internacionalmente conocido y premiado, y dos de sus guiones de cine fueron nominados al Oscar.

No le movía el dinero. Tenía las prioridades claras. Cuando tuvo la oportunidad de ir a Hollywood con Costa Gavras para trabajar en la película Missing, prefirió quedarse cerca de España para seguir el auge del PSOE. Nunca se le quitó la morriña por su país. Cuando Javier Solana le invitó a volver como ministro de Cultura, por fin parecía llegar un momento de reconciliación en su ajetreada vida. Sus cualidades para el puesto eran innegables. Cualquiera que le haya oído dar una conferencia sobre filosofía, arte, historia, literatura o política estaría de acuerdo. Pero las dinámicas políticas, personales, generacionales y el culture shock acortaron el mejor cargo público que había tenido, y volvió a París, a la escritura, y a las rutinas. Los retornos del exilio suelen ser cuentos de hadas.

Semprún llegó a ver la democracia en España y vivir en la Unión Europea después de haber vivido el fascismo y el comunismo desde las bocas del lobo de ambos. Temía que las generaciones nuevas europeas, que habían crecido en un mundo sin fronteras, con una moneda para todos, con paz, nunca iban a poder imaginarse lo que había costado fraguar la Unión Europea, y que no la cuidarían. En estos momentos tan polarizados, vale la pena volver a leer sus escritos sobre el tema, quizás sobre todo la colección Una tumba en las nubes (el título tomado de una línea de un poema de Paul Celan).

Cuando en el 2016 un jardinero nacionalista asesinó a la joven política laborista Jo Cox, pensé en Semprún. Con la covid-19 se cerraron los países de una forma sin precedentes, y el aislamiento y el miedo fomentaron los odios y las divisiones. El maltrato de los refugiados en las fronteras globales, la pandemia, la violencia, y el Brexit han dado un aura siniestra a nuestra época. En la prensa británica ha salido un nuevo tono hostil hacia España y Europa. Se ha criticado injustamente la incompetencia europea para controlar el virus y vacunar.

Para cerrar con un tono más positivo, os dejo con un fragmento de una carta —compartida conmigo por su sobrina, Danielle de la Gorce— que Semprún escribió desde Israel, en noviembre de 1971, a su hermano mayor, Gonzalo. Ha pasado más de medio siglo desde esta carta fraternal, que refleja una voz abierta, divertida, apasionada, interesada en el pasado y el presente, y dispuesto a aprender de los demás. Se puede aprender algo de él, de su obra y de su vida:

“Esto es casi de risa, o de miedo (depende del humor): en cuanto te descuidas te encuentras en otro siglo, milenio: la Biblia en pasta ¿aquel jardín? El de Getsemaní ¿Aquel monte? El de Sión ¿Aquel poblacho inmóvil bajo el sol de siempre? Jericó. ¿Aquel mar muerto? Pues el mar Muerto… Bromas o menos bromas aparte: un viaje interesantísimo. ¡Vine a ver los paisajes, las gentes y las complicaciones de este país, para preparar el guion de una película basada en O Jerusalén! Llevo diez días y es apasionante. El chófer que me trae y me lleva es de una familia sefardí instalada aquí desde que la Santa Inquisición expulsó a los judíos, habla “ladino”, o un castellano antiguo entreverado de árabe. Nos entendemos perfectamente. He recorrido el país entero… He hablado con mucha gente… He escuchado a contentos y descontentos, tanto judíos como árabes. Como siempre, en semejantes casos, se han ido a hacer puñetas todas las ideas apriorísticas. ¡No se termina de aprender, hermano! Abrazos mil, recuerdos en torno.

Jorge”.

Soledad Fox Maura es catedrática de Williams College. En el 2020 publicó su primera novela, y en septiembre la Editorial Renacimiento publicará su edición de la obra de María Luisa Elío.

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