‘La Prensa’, la estatua de la libertad en Nicaragua
El diario es, hoy por hoy, un ícono que ha sobrevivido a muchos otros en Nicaragua, un país donde los símbolos parecen empezar a diluirse
El gurú de las mujeres y hombres periodistas nicaragüenses que se precian —incluso muchos fuera de Nicaragua—, tengan la edad que tengan, lo hayan conocido o no, ha sido sin duda alguna Pedro Joaquín Chamorro Cardenal (Don Pedro), el director insignia del diario La Prensa y sin cuya trayectoria el medio no tendría el valor emblemático de hoy.
Ese periódico, el único bastión de la oposición democrát...
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El gurú de las mujeres y hombres periodistas nicaragüenses que se precian —incluso muchos fuera de Nicaragua—, tengan la edad que tengan, lo hayan conocido o no, ha sido sin duda alguna Pedro Joaquín Chamorro Cardenal (Don Pedro), el director insignia del diario La Prensa y sin cuya trayectoria el medio no tendría el valor emblemático de hoy.
Ese periódico, el único bastión de la oposición democrática al régimen de Somoza en sus primeros años de vida y después al sandinista, se fundó cuando Don Pedro era apenas un niño. Desde entonces, “la República del Papel” se ha convertido en un “baluarte del republicanismo”, en palabras de Pablo Antonio Cuadra, poeta, escritor, codirector y primo de Don Pedro. A La Prensa se le pueden “achacar todos los defectos que se quieran: caídas, omisiones, apasionamientos, fallas, etc., pero ha mantenido encendidas, contra todos los vientos y mareas, las dos antorchas democráticas que iluminan la vida democrática: la de la Libertad y la de la Justicia”, escribió Cuadra. El diario es, hoy por hoy, un ícono que ha sobrevivido a muchos otros en Nicaragua, país donde los símbolos parecen empezar a diluirse.
No La Prensa, a pesar de todo. Su marca sigue siendo la alegoría periodística nicaragüense creada por Don Pedro, con una perpetuidad y señorío que recuerda a la Estatua de La Libertad en Nueva York, al margen de los innumerables ataques que ha sufrido.
“La República del Papel” que todos leían en su momento, cuando costaba unos cuantos córdobas —aunque a muchos molestaba porque se erigió en la primera piedra dentro del zapato del poder— desde que salió a la luz en un país donde los periódicos solo vendían oficialismo o notas rojas, sufrió serios atropellos de todo tipo con Don Pedro —preso cinco veces y finalmente asesinado— al frente del timón.
Su primer enemigo fue la naturaleza. En 1931, durante el primer terremoto en Managua, la capital, perdió los primeros linotipos importados, repuestos hasta 1946. La destrucción física fue de tal magnitud que pasó más de un año sin salir a luz pública. Cuatro décadas después, el sismo del 23 de diciembre de 1972 arrasó sus edificios y destruyó su rotativa principal, una prensa de cuatro unidades capaz de producir 64 páginas. En marzo de ese año, con el equipo rescatado y cuatro unidades de una moderna prensa offset que solo sufrió daños, volvió a circular.
Aquel fue un obstáculo efímero, al menos hasta ahora. El poder, el oficialismo y la censura han sido sus compañeros incómodos siempre. La tiranía dictatorial —del color o ideología que sea— nunca ha soportado la crítica y por ende no ha sabido convivir con la libertad de expresión que Don Pedro alimentó porque la llevaba en el alma y que convirtió a La Prensa en el paladín de la oposición contra Somoza antes de que aparecieran los sandinistas en la escena del país y empezaran a tacharla de conservadora, aliada de los yanquis (“Enemigos de la Humanidad”).
Durante la insurrección del Frente Sandinista de Liberación Nacional contra la primera dinastía, en junio de 1979, La Prensa fue bombardeada y destruida por la artillería y la aviación de la Guardia Nacional de Anastasio Somoza. Extraño ataque aquel porque, dada la situación insurreccional en las calles, el periódico ni siquiera circulaba. Pero no fue el primer atentado armado que el periódico había sufrido. A lo largo de todo ese año los ametrallamientos nocturnos fueron frecuentes.
40 años después, tras la caída de ese régimen y con una pareja mesiánica en el poder —el lastre que quedó de quienes derrocaron a la dictadura Somoza solo para instalar otra usurpando el nombre de Sandino— poco ha cambiado en ese sentido para La Prensa.
En 2018, durante más de 500 días, el régimen Ortega-Murillo impuso un bloqueo aduanero contra La Prensa alegando delitos de defraudación aduanera y lavado de dinero. El bloqueo se suspendió en febrero de ese año, pero poco después se volvió a establecer, lo que le impidió acceder a sus importaciones de papel periódico. “La Republica del Papel” se quedó sin papel, pero no sin el alma luchadora que sigue informando en su plataforma digital.
Siguiendo los pasos de sus antecesores, el gobierno de Ortega-Murillo también ejecutó un allanamiento policial en su contra. Asaltó sus instalaciones primero y luego tomó el control del lugar. Arrestó al joven gerente general Juan Lorenzo Holmann, otro reo más a los cientos que hasta ahora ha acumulado el régimen. Pero La Prensa sigue viva; su insignia es de las que nunca se borran. No en balde tiene 94 años de vida, igual que su empuje periodístico acuerpado por la enorme figura de su director.
Y es que Don Pedro, un hombre impulsivo con un sentido del humor frugal, pero agudo; con un olfato político insuperable; una presencia recurrente en los cursillos de cristiandad; con la veta periodística alimentando sus venas, fue aquel que la familia Somoza calificó como “envenenado” de odio y cuya imagen el gobierno sandinista no se ha atrevido a tocar —al menos hasta ahora. Pocos recuerdan, pero Rosario Murillo fue su secretaria muchos años. Solo queda asumir que —para ella, su marido y sus acólitos— La Prensa no es el exjefe de Murillo, olvidándose que fue casualmente Don Pedro el primer periodista que dejó un legado para las generaciones posteriores, la mayoría ahora opositores al régimen. No creo exagerar al decir que todos sus “discípulos” —los que trabajan todavía en La Prensa y los que no— desearían tener su talento, su arrojo y su pluma. Para no hablar de sus convicciones.
Todos sus hijos, cada cual a su manera, han tratado de seguir su ejemplo. El más combativo como periodista ha sido su hijo menor, Carlos Fernando, quien pasó de ser director de Barricada, el órgano oficial del Gobierno sandinista en su momento, a ser el periodista opositor al régimen Ortega-Murillo de mayor prestigio en su oficio. Autoexiliado dos veces, no suelta su pluma ni un segundo para dirigirla contra los intentos de establecer un régimen similar —algunos dicen peor, yo digo diferente— al de los Somoza. Su hijo mayor, Pedro Joaquín, está ahora en la cárcel por quién sabe que información de poca monta que retuiteó en redes sociales. La menor, Cristiana —quien en cuanto empezó a enseñar su colmillo como posible precandidata opositora—, recibió casa por cárcel. Y su hija mayor, Claudia Lucía, participó en varias tareas del gobierno sandinista en su momento. Su mujer y madre de sus cuatro hijos, Doña Violeta, una ama de casa, quien un buen día en 1990, vestida de blanco, llamando a la reconciliación, contra todos los pronósticos, fue electa presidenta, lo que provocó que Daniel Ortega y el Frente Sandinista que le quedaba se convirtiera en oposición “desde abajo”.
Pero todos esos detalles —conocidos por los que apostaron por aquella revolución sandinista y por los que la opusieron— son secuelas de la leyenda que dejó Don Pedro. Como lo es hoy La Prensa.
Han pasado más de 40 años de su asesinato en enero de 1978, cuando La Prensa cumplía medio siglo de vida. Su muerte, que fue “un oscuro crimen cuyos rastros llegan hasta el entorno presidencial”, para citar a Pablo Antonio Cuadra en una entrevista a EL PAÍS el 12 de junio de 1979 —casi exactamente un mes antes del triunfo de la revolución sandinista. Ese “oscuro crimen” de Don Pedro también fue clave para la victoria de aquellos entonces rebeldes. No lo dijo Cuadra en la entrevista, pero lo sabemos ahora. Sin el asesinato de Don Pedro, atribuido a sicarios de la dictadura, los sandinistas no hubiesen nunca tomado el poder.
Lo que sí le dijo Cuadra a Fraguas, al hablar sobre el asesinato de Don Pedro, fue que su muerte había sido “un símbolo de la dictadura, de su horror por las ideas, por los hombres que piensan, por la libertad de expresión”.
Nada ha cambiado. El temor a los que piensan y el horror a la libertad de expresión se mantiene en la Nicaragua de hoy, Esta, como la otra dictadura, tiene que cerrar su ciclo. Tomará su tiempo, pero no tiene otra salida —se está autodestruyendo- y todo indica que por eso actúa como desenfrenada. En cambio, el legado de Don Pedro, La Prensa, se mantiene erguida, como la Estatua de la Libertad de Nicaragua.
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