Ni estudian ni trabajan
El mercado laboral en España sigue sin encontrar las vías para asegurar el futuro de la juventud más vulnerable
La cifra de jóvenes que ni tienen empleo ni cursan estudios en España es siempre escandalosa, pero esta vez adquiere mayor dramatismo porque crece después de varios años de caída. España no solo ha revertido en 2020 un descenso que venía registrando desde 2016, sino que ha escalado al segundo lugar en los países de la OCDE tras desbancar a Grecia. Un 19,9% de jóvenes de entre 18 y 24 años no tiene ocupación alguna en España, solo por debajo d...
La cifra de jóvenes que ni tienen empleo ni cursan estudios en España es siempre escandalosa, pero esta vez adquiere mayor dramatismo porque crece después de varios años de caída. España no solo ha revertido en 2020 un descenso que venía registrando desde 2016, sino que ha escalado al segundo lugar en los países de la OCDE tras desbancar a Grecia. Un 19,9% de jóvenes de entre 18 y 24 años no tiene ocupación alguna en España, solo por debajo de Italia, que cuenta con un 24,8%, según el informe Education at a Glance 2021 que ha publicado esta organización internacional. La pandemia ha agravado dos de los problemas sistémicos que arrastra España y que lastran su desarrollo y su equiparación a la media europea: la dificultad en la incorporación al mercado laboral y la gran tasa de desenganche de los jóvenes de los circuitos formativos. La brecha de género en esta cuestión, además, solo empeora la foto final.
El modelo productivo español generó en los años del boom un espejismo de trabajo fácil que atrajo a numerosos jóvenes que abandonaron sin pensárselo mucho la educación, sobre todo en zonas de fuerte implantación de sectores como el turismo, la construcción y los servicios. Pero evaporada esa realidad, la recesión ha vuelto a poner al descubierto unas gigantescas bolsas de paro juvenil que son estructurales en España, engordadas por esa gran masa de población sin formación y que afloran con toda crudeza en momentos de caída económica. En los últimos años, al calor de la recuperación, las cifras de jóvenes desempleados y sin seguir estudios habían ido descendiendo, aunque habían permanecido en la parte más alta de la media europea y de la OCDE. El dato desvelado el jueves refleja un frenazo general en ese descenso en el año de la pandemia, común a todo el mundo desarrollado, pero particularmente nocivo en España al partir de una situación estructural pésima. Como casi en todos los indicadores de desigualdad, vuelve a ser doloroso que el problema perjudique más seriamente a las mujeres, condenadas en muchas ocasiones a los cuidados domésticos que dificultan tanto su desarrollo educativo como profesional.
Cualquier progreso económico y social de un país necesita involucrar a los más jóvenes en los compromisos que asienten el pacto generacional para sostener el Estado de bienestar y favorecer el desarrollo individual y colectivo en condiciones propicias. El mercado laboral en España no ha incorporado todavía suficientes mecanismos para permitir la incorporación de buena parte de los jóvenes con menor poder adquisitivo, no ha logrado rebajar la precariedad y se une a otro mercado, el de la vivienda, lastrado por unos precios de alquiler inaccesibles o puramente fantasiosos para esa franja de edad. Del diagnóstico que ofrece el informe de la OCDE se deriva la necesidad de buscar soluciones para ese sector de la población sin salidas a la vista y previsiblemente condenado a la inactividad, la baja autoestima y un sentimiento de inexistencia social que en nada favorece su integración futura en el tejido social. No es el problema más visible de la sociedad española, pero lo es para cada una de las familias que cuentan en casa con un joven que ni estudia ni trabaja.