Kiko y la coca

La culpa siempre es de las madres. Por lo que hacen, dicen, dejan de hacer o de decir en el pasado, presente y futuro

Isabel Pantoja y su hijo, Kiko Rivera, en enero de 2019 en Madrid.Leandro Wassaul (Getty)

Un cocainómano que no pueda o quiera admitirlo te mentirá, chuleará y llamará loca hasta hacerte dudar de tu cordura si se lo dices a la cara aunque lo conozcas como si lo hubieras parido y sepas que te la está metiendo doblada. Un cocainómano enganchado hasta el pescuezo sin querer o poder saberlo negará toda evidencia de estar uncido a su yugo y, aunque lo trinques preparándose una raya de un dedo de gorda sobre la encimera de la cocina, te dirá que está moliendo sacarina para que se le deshag...

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Un cocainómano que no pueda o quiera admitirlo te mentirá, chuleará y llamará loca hasta hacerte dudar de tu cordura si se lo dices a la cara aunque lo conozcas como si lo hubieras parido y sepas que te la está metiendo doblada. Un cocainómano enganchado hasta el pescuezo sin querer o poder saberlo negará toda evidencia de estar uncido a su yugo y, aunque lo trinques preparándose una raya de un dedo de gorda sobre la encimera de la cocina, te dirá que está moliendo sacarina para que se le deshaga mejor en el café de la comilona familiar de los domingos. Un cocainómano que no pueda o no quiera pedir ayuda te negará en tu jeta que el sol sale por las mañanas y se pone por las noches, y tú, que en el fondo quieres creerlo, lo dejarás pasar hasta la próxima, o hasta que el elefante sobre la mesa se levante y tengas que elegir entre encararlo o que se os lleve a todos por delante. Y quien dice un cocainómano, dice un alcohólico, un ludópata, un adicto a la comida, al sexo, a las compras, a internet, al porno. Un pobre esclavo, aunque no haya más obediencia debida que su incapacidad para romper las cadenas de goma del amo.

Kiko Rivera, el pequeño del alma con piel de canela de Isabel Pantoja, le echa ahora la culpa de haberse metido cinco gramos de coca diarios de adulto a las ausencias de su madre cuando era niño. Que ella no quería saber, pero debía haber sabido y evitar su caída y recaídas. Acabáramos, Kiko: la culpa siempre es de las madres. Por lo que hacen, dicen, dejan de hacer o de decir en el pasado, presente y futuro. Da igual por lo que ella estuviera pasando, siempre hay un fallo materno al que agarrarse para justificar las propias debilidades, sea por exceso o defecto. Igual respiro por alguna herida, pero me juego el tipo a que en muchas cenas de Nochebuena de muchas familias perfectas habrá muchos elefantes sobre la mesa. Esta, como todas, será una blanca Navidad muy negra para demasiados. Y no es un villancico.

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