Fluidos
Si me fuera dado llenar las cuartillas con mi sangre, el significado, impulsado por una bomba tan potente como la del corazón, trotaría por mi escritura como los leucocitos y los trombocitos por las arterias
Por favor, por favor, por favor, que alguien invente ya un bolígrafo cuyo depósito de tinta se pueda recargar con mi sangre. Juro que yo mismo me la sacaría con una jeringuilla, igual que cuando me la extraen para un análisis, y la introduciría en el depósito del boli, que tiene cierta calidad de vena. De este modo, iría diluyéndome en mi escritura. Disolvería en ella mis glóbulos blancos y mis glóbulos rojos y mi colesterol y mis plaquetas. Me dejaría la vida en cada frase. Con independencia del asunto del que escribiera, todo resultaría profundamente autobiológico, autosomático, autobiográfi...
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Por favor, por favor, por favor, que alguien invente ya un bolígrafo cuyo depósito de tinta se pueda recargar con mi sangre. Juro que yo mismo me la sacaría con una jeringuilla, igual que cuando me la extraen para un análisis, y la introduciría en el depósito del boli, que tiene cierta calidad de vena. De este modo, iría diluyéndome en mi escritura. Disolvería en ella mis glóbulos blancos y mis glóbulos rojos y mi colesterol y mis plaquetas. Me dejaría la vida en cada frase. Con independencia del asunto del que escribiera, todo resultaría profundamente autobiológico, autosomático, autobiográfico. La crítica, en vez de acudir a la filología o a la semántica para hablar de mis libros, tendría que referirse a los basófilos, a los neutrófilos, a la urea, a la creatinina, a la bilirrubina, al sodio, al calcio, al fósforo, al potasio, a la glucosa basal o al metabolismo óseo…
Si me fuera dado llenar, literalmente, las cuartillas con mi sangre, el significado, impulsado por una bomba tan potente como la del corazón, trotaría por mi escritura como los leucocitos y los trombocitos por las arterias. Palpitarían todas mis páginas, mis párrafos, mis versos. Los lectores, al tomar uno de mis libros, percibirían un latido orgánico, como si en vez de sostener entre sus manos un objeto, sostuvieran un animal, un animal manso o feroz, según el día, un animal famélico, un animal insatisfecho, un animal necesitado, moribundo, agonizante y brutalmente vivo al mismo tiempo.
Si alguien inventara ese bolígrafo, yo transferiría un poco de mi sangre cada día al depósito del boli para transformarla en la tinta roja que daría vida a mis personajes, a mis obsesiones, a mis tramas, a mis pobres artículos, escritos hoy con los fluidos comerciales con los que escribe sin necesidad de desangrarse (y así nos va) el resto de la gente.