Fiesta
En algunos países, la ley solo permite cuidar del enfermo de cáncer al hijo, al padre o al cónyuge, no importa lo mucho que te quieran si ese amor cae fuera de los límites de la familia
Acabo de despedirme de un hombre que es importante para mí. Me ha dejado en la puerta de la casa de una mujer que también lo es. Al hombre no le gusta la música, y habitualmente trabajamos, conversamos y almorzamos sin ella. Eso dice. No le gusta. Aun así, en su coche siempre suena Serrat, y el hombre está atento a cada palabra que el autor pronuncia. Hace 21 años que lo conozco y Serrat nos ha estado hablando desde el primer día. Cuando el hombre pone la llave en el cont...
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Acabo de despedirme de un hombre que es importante para mí. Me ha dejado en la puerta de la casa de una mujer que también lo es. Al hombre no le gusta la música, y habitualmente trabajamos, conversamos y almorzamos sin ella. Eso dice. No le gusta. Aun así, en su coche siempre suena Serrat, y el hombre está atento a cada palabra que el autor pronuncia. Hace 21 años que lo conozco y Serrat nos ha estado hablando desde el primer día. Cuando el hombre pone la llave en el contacto, el músico se arranca a cantar: lo primero que salga de su boca condicionará el resto de nuestro día.
Aterricé hace unas horas en Pudahuel y después de superar el miedo a que alguno de los seis documentos que llevaba impresos tuviera algún error y de rescatar mi maleta de la cinta número seis pude ver, después de dos años, al hombre que es importante para mí. Lo abracé con la ilusión del viaje postergado y los abrazos no dados. Con la urgencia de volver a entrar en casas que siento como propias. El hombre que vino a recogerme al aeropuerto es parte de mi familia elegida y, aunque un inmenso océano Atlántico nos separe, nuestro vínculo es sólido. En su libro Desmorir, Anne Boyer lamenta que ese tipo de amor se vincule irremediablemente con la familia de sangre, como si no pudiera existir también en otros sitios. En el caso de una persona enferma de cáncer, por ejemplo, en algunos países la ley solo concede permiso para cuidar de ella al hijo, al padre o al cónyuge. “A la ley no le importa lo mucho que te quieran si ese amor cae fuera de los límites de la familia”.
Acabo de entrar en la casa de la mujer que es importante para mí. “Te va a gustar, Paula”, me dijo cuando me regaló Vaca sagrada de Diamela Eltit. “Es fuerte. Es carne y sangre”, dijo. He llegado a su casa y he abierto la puerta con una llave chueca. “Te dejaré para comer y tomar vino. Te dejo el wifi anotado por ahí”, escribió. “Revuelve lo que quieras. Solo no dejes salir a la gata a la calle. Por lo demás, estás en tu casa. Feliz aislamiento”. Dejo la maleta en la habitación primera. Da a pie de calle y entra el olor del calor del verano. Es blanca y vieja, como el resto de la casa. Hace siete años la vi en un portal de internet y contacté de inmediato con la propietaria: paredes altas, suelo de madera gastada y una gran mesa pegada a la cristalera del fondo que da al patio en la que me imaginé dibujando. Me recibe Albahaca, que se estira y se restriega por mis piernas, las deja llenas de pelitos blancos. Bienvenida al país. Somos la Autoridad Sanitaria de Chile. Este mensaje es parte del protocolo de ingreso para viajeros provenientes del exterior. En el marco del manejo de la pandemia de covid-19, a contar de hoy usted quedará en periodo de cuarentena, momento durante el cual deberá realizar un aislamiento seguro, por el tiempo y en el lugar indicado por las autoridades.
Me doy una ducha y me meto en la cama.
”Te dejé café aquí”. Desayuno en el patio de la casa de paredes blancas mientras el sol del verano se posa calentito en la piel y el presidente Boric presenta al Gabinete de Gobierno. Lo escucho en las voces de nuestros vecinos: “¡Catorce mujeres y diez hombres!”, gritan. “Hoy comienza a escribirse un nuevo camino en nuestra historia democrática. No empezamos desde cero: sabemos que hay una historia que nos eleva e inspira. Y estamos seguros de que nuestro mandato es muy claro: impulsar cambios y transformaciones que hagan posible que la justicia y la dignidad sean el pan de cada día”, leo en un periódico.
Llega por fin el resultado de mi PCR y, mientras me visto, recuerdo cuando el hombre y yo llegamos ayer al parking del aeropuerto y cargamos mi equipaje en el maletero. El hombre puso la llave en el contacto y Serrat cantó. “Vamos subiendo la cuesta, que arriba mi calle se vistió de fiesta”.