Cuatro horas con Georgina

La nueva serie de Netflix sobre la ‘influencer’ y también pareja de Cristiano Ronaldo acapara los focos de las redes

Cristiano Ronaldo y Georgina Rodriguez, en su yate.

Y al fin se acabó este enero, que ha durado más que muchos matrimonios. Febrero ha empezado con la serie Soy Georgina, de Netflix, en la cúspide de los salones patrios. Lo más comentado entre los wasaps de amigos, familiares y tabernas tuiteras. Veremos si, ...

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Y al fin se acabó este enero, que ha durado más que muchos matrimonios. Febrero ha empezado con la serie Soy Georgina, de Netflix, en la cúspide de los salones patrios. Lo más comentado entre los wasaps de amigos, familiares y tabernas tuiteras. Veremos si, como la eurovisiva Chanel, la diva de Georgina no termina también con una pregunta parlamentaria en el Congreso de los Diputados. O lo mismo se lo compra junto a los leones para dar trabajo a sus señorías. Ideas para la segunda temporada.

Georgina Rodríguez, española, de 28 años, multimillonaria, influencer, modelo y pareja de Cristiano Ronaldo, es un ser planetario, extraordinario y adictivo. En el reality, su reality, muestra el lujo elevado a la máxima potencia. Un esperpento impactante de cuatro horas. Un día, por ejemplo, entra a una tienda de chucherías de Jaca a por unos regalices. Al salir se lleva dos bolsas enormes de golosinas. 98 euros. La tienda entera, vaya. El capítulo siguiente siempre mejora al anterior. Paloma Rando, crítica de televisión, escribió en sus redes una de las frases clave. Georgina dice: “Me encanta Hermes, me encanta Gucci, me encanta Prada, me encanta el grupo de Inditex, me encanta Decathlon”. Rando contesta: “La verdadera pasión de Georgina no son ni los bolsos, ni su prole, ni Cristiano: es enumerar”. Otro tuitero: “Georgina diciendo: ‘Mucha gente no lo entiende, pero me encanta combinar chándal y joyas’. Eso lo lleva haciendo Diego El Cigala 60 años”.

El pueblo llano se adentra de lleno en el interior de las mansiones de la pareja, de sus barcos, de sus coches, de su avión privado y hasta de su vergüenza ajena. Para entender el fenómeno: hay un gigantesco cartel publicitario en la plaza de España de Madrid con su rostro que dice: “Antes vendía bolsos en Serrano, ahora los colecciona”. Georgina conoció a Cristiano mientras trabajaba como dependienta en Gucci. El reality son seis capítulos cortos que te hacen frotar los ojos continuamente, pero que sí, que son reales. Una de las escenas más comentadas es la siguiente:

Georgina recibe un masaje con una toalla blanca en un balcón de Cannes con vistas al mar. Es un día muy duro, cuenta. Hay jornadas jodidas para los millonarios. “¡He interrumpido mis vacaciones para ir al festival de Cannes, que tampoco me importa!”, dice sonriente a la cámara desde el lujoso hotelazo Martínez cinco estrellas. No es fácil frenar tus descansos cuando una tiene que acudir a un evento de estas características. Acaba de coger su avión privado desde una mansión de Mallorca para desfilar por una de las alfombras rojas más glamurosas del cine. En un momento dado, mientras se relaja en la camilla, una de sus mejores amigas contempla la escena visiblemente incómoda desde una silla de madera en una esquina de la suite:

―No sabía que Cannes tenía playa. No me habías avisado, perra.

A los amigos hay que avisarlos de todo. Y más cuando interrumpen las vacaciones para ir de vacaciones a otro lado. La amiga, ojiplática ante las vistas que ofrece la habitación, continúa: “Oye, tampoco me habías avisado de los barcos que hay”. Georgina responde ya bajo los efectos del masaje y, por tanto, con menos estrés laboral: “Podríamos haber venido nosotros en barco también”. La mejor respuesta posible. De pronto aparece en la habitación un asesor de moda de la modelo con un pepino cortado en rodajas, el kit perfecto para un relax idílico con vistas al desaparecido mar de Cannes. A Georgina le colocan dos rodajas en los ojos. Pero se la ve muy indignada ―porque hay que estar indignada―, y suelta: “Bueno, cuatro euros la broma del medio pepino. El pepino más caro de mi vida. ¿Qué hice? Pues lo que sobró, me lo comí”. Dos minutos después le dice al asesor: “Pídeme esmeraldas”. Georgina, por favor, compra Eurovisión.

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