América Latina ante la invasión de Ucrania

La agresión rusa ha generado un rechazo bastante generalizado en la región, con la excepción de los tres países gobernados por aliados de Moscú: Cuba, Venezuela y Nicaragua

El viceprimer ministro de Rusia, Yuri Borisov, camina junto al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, el 16 de febrero, en Caracas.Rayner Peña R. (EFE)

Cualquiera que sea el desenlace de la invasión de Rusia a Ucrania, sus secuelas se resentirán en América Latina y el Caribe. La escalada se produce luego del relanzamiento de relaciones entre Rusia y la región que ha promovido Moscú. Aunque en los años de la pandemia se ha reducido el intercambio comercial con Rusia, la tendencia del vínculo comercial e inversionista, es...

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Cualquiera que sea el desenlace de la invasión de Rusia a Ucrania, sus secuelas se resentirán en América Latina y el Caribe. La escalada se produce luego del relanzamiento de relaciones entre Rusia y la región que ha promovido Moscú. Aunque en los años de la pandemia se ha reducido el intercambio comercial con Rusia, la tendencia del vínculo comercial e inversionista, especialmente con Brasil, Argentina y Chile, ha sido creciente desde la primera década del siglo XXI.

Moscú ha desplegado su reposicionamiento en América Latina y el Caribe por medio de dos polos. Mientras en el Cono Sur conduce con pragmatismo relaciones económicas basadas en ventajas comparativas, en el Caribe, especialmente en Cuba, Venezuela y Nicaragua, alienta un tipo de vínculo centralmente geopolítico e ideológico. Aunque la colaboración energética y militar con estos gobiernos también ha crecido, el eje de los nexos tiene que ver con sus tensiones con Estados Unidos.

En las semanas previas a la invasión, algunas escenas diplomáticas reflejaron la importancia de América Latina para el Kremlin. Los presidentes de Argentina y Brasil, Alberto Fernández y Jair Bolsonaro, viajaron a Moscú. El primero presentó la visita como parte de una diplomacia basada en la multipolaridad. El segundo, que como Donald Trump no oculta su admiración por Vladimir Putin, viajó con su ministro de defensa, Walter Souza Braga Neto, y el canciller Carlos Alberto Franca, elevando el perfil geopolítico de la apuesta de Itamaraty en Moscú.

Una semana antes de la invasión, el viceprimer ministro ruso, Yuri Borízov, recorrió Venezuela, Nicaragua y Cuba, donde se reunió con los presidentes Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel. Durante la gira, esos gobiernos expresaron su solidaridad con Rusia ante la amenaza a su seguridad por parte de la OTAN y Estados Unidos. Cuando Putin anunció la “operación militar especial” contra Ucrania, el presidente de la Duma, Viacheslav Volodin, se encontraba en La Habana. En aquella visita se dio a conocer una reestructuración de la deuda de Cuba con Rusia, por más de dos mil millones de dólares, y trascendió que La Habana reconocería a las repúblicas de Donestk y Lugansk.

En cuanto comenzó la invasión, la gran mayoría de los gobiernos latinoamericanos y caribeños se pronunció en contra. Unos llamaron al cese al fuego inmediato y lamentaron el uso de la fuerza. Otros, como el mexicano, luego de mensajes ambivalentes iniciales, “condenaron enérgicamente la invasión de Rusia a Ucrania” y recordaron que los países latinoamericanos y caribeños han sido víctimas de invasiones similares por parte de Estados Unidos. El embajador mexicano ante la ONU, Juan Ramón de la Fuente, en su intervención en el Consejo de Seguridad, cuestionó el veto de Moscú, señaló que la “agresión” de Rusia violaba la Carta de la ONU y sentaba un precedente funesto para la paz global.

En Chile, tanto el gobierno como la oposición se posicionaron contra la invasión, por medio de declaraciones de Sebastián Piñera y Gabriel Boric, presidentes saliente y entrante en esa nación suramericana. En Bolivia, en cambio, el expresidente Evo Morales responsabilizó únicamente a Estados Unidos y la OTAN por la crisis, mientras el gobierno de Luis Arce votaba contra Rusia en la ONU. En Colombia, el énfasis de la crítica se colocó del lado del gobierno de Iván Duque, provocando declaraciones aislacionistas del líder opositor Gustavo Petro, quien llamó a no voltear la vista al conflicto en Ucrania y concentrarse en los problemas domésticos colombianos.

En Brasil, por el contrario, la oposición capitalizó el rechazo a la invasión a través del enérgico posicionamiento del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva, principal candidato de oposición, el PT y algunos líderes de la socialdemocracia como Geraldo Alckmin, que ya se perfila como posible compañero de fórmula de la izquierda, para enfrentar a Bolsonaro. La cancillería brasileña hizo llamados de “preocupación” por la escalada militar y alentó una “viabilización de la paz”, pero cuando el vicepresidente Hamilton Mourao demandó una respuesta militar de Occidente a Rusia, Bolsonaro lo desautorizó y aclaró, frente al canciller Franca, que el presidente era el único con potestad para hablar del conflicto en Ucrania.

La invasión rusa ha generado un rechazo bastante generalizado en la región, con la excepción de los tres países gobernados por aliados de Rusia: Cuba, Venezuela y Nicaragua. Desde un inicio, los tres gobiernos enviaron mensajes de alineamiento y solidaridad con Moscú, suscribiendo la tesis central del Kremlin: Rusia estaba siendo acorralada por la OTAN y el liderazgo de Ucrania recaía en manos de un grupo neozani y genocida, dispuesto a amenazar gravemente la seguridad nacional del gran país euroasiático.

Aunque en Venezuela y Nicaragua no se han visto alteraciones en esa posición originaria, en Cuba sí se observan matices de interés. Tras un primer posicionamiento del Ministerio de Relaciones Exteriores, algunos líderes y los principales medios de comunicación, que señalaba que Rusia estaba siendo agredida por la OTAN y debía tomar acciones defensivas, una nueva declaración del gobierno cubano, el sábado 26 de febrero, señaló que la isla estaba contra el uso de la fuerza, que mantenía relaciones con Ucrania y que respetaba la Carta de la ONU, en indirecta alusión al atentado ruso contra la soberanía ucraniana.

Sin embargo, la misma declaración señala que la principal y originaria responsabilidad por el conflicto reside en Estados Unidos y Europa y que Rusia tiene derecho a defenderse, lo cual no puede interpretarse sino como una justificación moral de la guerra preventiva de Putin. Tal vez, la incoherencia de basar el núcleo de su ideología en la soberanía de un pequeño país del Caribe, hostilizado por la gran potencia hemisférica, y a la vez defender una ocupación imperial en Europa del Este, obligó al liderazgo cubano a no abandonar totalmente, en este conflicto, la premisa de la autodeterminación de los pueblos.

En todo caso, la posición final de La Habana sigue estando del lado de Moscú y a favor de esta intervención unilateral, tan cuestionable como todas las emprendidas por Estados Unidos y la OTAN en las últimas décadas. En la ONU, Cuba, Venezuela y Nicaragua se opusieron a que la invasión de Ucrania fuese debatida en la Asamblea General y, durante la sesión del pasado martes, se ubicaron en la minoría que denuncia la oposición a la guerra como “doble rasero” y respalda el reclamo de Moscú de que la invasión de Ucrania sea vista como un acto de defensa legítima contra Estados Unidos, Europa y la expansión de la OTAN.

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