Pactar con el diablo
La coincidencia del Gobierno de coalición PP-Vox en Castilla y León con las presidenciales francesas ha reabierto un agrio debate sobre la legitimidad democrática o no de llegar a acuerdos con la ultraderecha
La coincidencia del Gobierno de coalición PP-Vox en Castilla y León con las presidenciales francesas ha reabierto un agrio debate sobre la legitimidad democrática o no de pactar con la ultraderecha. Buena prueba es la prudente ausencia de Alberto Núñez Feijóo en la toma de posesión de Alfonso Fernández Mañueco, como si el remozado PP se avergonzase de una coalición que, al decir de sus rivales, es un perverso por antidemocrático pacto con el diablo. Así se considera en F...
La coincidencia del Gobierno de coalición PP-Vox en Castilla y León con las presidenciales francesas ha reabierto un agrio debate sobre la legitimidad democrática o no de pactar con la ultraderecha. Buena prueba es la prudente ausencia de Alberto Núñez Feijóo en la toma de posesión de Alfonso Fernández Mañueco, como si el remozado PP se avergonzase de una coalición que, al decir de sus rivales, es un perverso por antidemocrático pacto con el diablo. Así se considera en Francia o Alemania, donde se establece un cordón sanitario que impide hacerlo. Pero en otros países católicos del club europeo, como Austria o Italia, Polonia o Hungría, ya se rompió el tabú, como si vender el alma al diablo fuera algo permisible con tal de alcanzar el poder, como acaba de hacer el PP.
Que Vox es un partido antidemocrático resulta innegable, de ahí que el Gobierno y la prensa progresista demonicen el romper el tabú de pactar con dicha formación. Pero la oposición y la prensa conservadora lo aprueban, mientras que la ciudadanía no alineada parece aceptarlo sin tomarlo demasiado en serio. Y la causa de esta creciente tolerancia reside en el precedente del pacto de Pedro Sánchez con el diablo rojo que pretendía asaltar los cielos, lo que le permitió formar su Gobierno Frankenstein de coalición con el concurso parlamentario de formaciones antidemocráticas como Bildu (que homenajea a terroristas) y ERC (que aprobó las secesionistas leyes de desconexión). Si para alcanzar el poder hace falta pactar aunque sea con el mismo demonio, ¿por qué no podría el PP pactar con el diablo de ultraderecha, si ya lo ha hecho antes el PSOE con el de ultraizquierda?
Tanto más, se dicen Feijóo y sus votantes, cuando pactar con Vox es el único modo de exorcizar al diablo rojo que ha endemoniado al Gobierno Sánchez. Contra su satánica majestad todo vale, aunque haya que recurrir al diabólico poder del demonio verde. Y es que Vox será quizá un diablo antidemocrático, pero al menos es uno de los nuestros, piensan en el PP, puesto que ha salido de sus propias filas y ambos proceden del franquismo sociológico. Esta es la razón última que explica la coalición del PP con Vox, permitiendo entender por qué la derecha española rechaza el cordón sanitario que la derecha francesa o alemana opone contra la ultraderecha.
La democracia cristiana de la República Federal nació por oposición al diablo pardo del nazismo que destruyó a la derecha alemana que le había vendido su alma. Y el Frente Nacional de la dinastía Le Pen, nostálgica del régimen colaboracionista de Vichy, nació precisamente de la OAS que se sublevó contra De Gaulle, por lo que la actual derecha francesa fundada por el creador de la V República nunca podrá venderle su alma. Esto explica que Marine Le Pen se haya visto obligada a matar políticamente a su padre para poder desdemonizarse. Y esta operación de exorcismo político se parece mucho a la que está llevando a cabo Yolanda Díaz para poder desdemonizar al diablo rojo de UP, con gran recelo del lucifer que la designó. Otra cosa distinta es que Marine o Yolanda lo consigan.