Objetivo Colombia: la paz

La izquierda marcha a pasos agigantados con el reclamo del cambio de las nuevas generaciones

Seguidores del presidente de Colombia, Gustavo Petro, en Bogotá, el pasado 7 de agosto.Guillermo Legaria (Getty Images)

Al presidente electo, Gustavo Petro, tampoco se le olvidó mencionar en su discurso de investidura a Gabo, a mí me vino a la mente aquella célebre frase en la que recordaba que “Los seres humanos no nacen para siempre el día que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y...

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Al presidente electo, Gustavo Petro, tampoco se le olvidó mencionar en su discurso de investidura a Gabo, a mí me vino a la mente aquella célebre frase en la que recordaba que “Los seres humanos no nacen para siempre el día que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a parirse a sí mismos una y otra vez”.

En aquel momento, observaba a un hombre jurando a Dios y prometiendo al pueblo cumplir fielmente la Constitución y las leyes de Colombia, que sería un presidente que sobre, y, ante todo, lucharía por la paz en su país. Y que, para llegar donde está, había tenido que parirse así mismo varias veces. Su vida no deja de tener un pasado por fases distintas que le han llevado desde ser miembro del movimiento guerrillero M19 hasta ser el presidente de Colombia. Pero si algo ha marcado una constante desde entonces hasta ahora ha sido la historia de la secuencia de la espada de Bolívar, que llegó a tener hasta una “orden de los guardianes de la espada”. Por ello, no le costó solicitar a la casa militar, tras ser investido como presidente, traer la espada de Bolívar ya que Duque no lo había permitido mientras fuera presidente. La espada de Bolívar fue robada por el grupo guerrillero M19 en 1974 hasta que en 1991 fue devuelta al Gobierno cuando el M19 deja las armas. Petro volvió a verla en el Palacio de Nariño cuando Duque era presidente.

Colombia tiene por primera vez en su historia un gobierno de izquierdas. Latinoamérica no ha tenido una historia fácil, la de los últimos 200 años ha dejado la impronta de muchas políticas y gobiernos fallidos que no necesariamente fueron democráticos y que conjugaban intereses de potencias externas e intereses de clase de las élites locales que se hallaban lejos de los deseos y anhelos de los pueblos americanos. Véase caudillos, dictaduras, golpes militares, violencia.

Del mismo modo, no podemos resistirnos a criticar a aquellos gobiernos que se denominan de izquierdas, como en Nicaragua, y que son el látigo autoritario que adolece de la mínima humanidad y que mantiene a los presos políticos en situaciones inaceptables. El mundo ha cambiado, la izquierda marcha a pasos agigantados con el reclamo del cambio de las nuevas generaciones, se debe escuchar y no caer en la idea de aquella izquierda trasnochada que ya no representa a nadie mas que a algunos líderes que mancillaron causas como la sandinista y que solo se escuchan a sí mismos.

La derecha, por su parte, perdió hace mucho el camino de baldosas amarillas, no tiene ciudad Esmeralda a la que llegar, la desmantelaron con la agresividad de políticas liberales que causaron estragos en países como Chile, cuando no fueron capaces de implementar el acuerdo de paz como en la Colombia de Duque. Las élites conservadoras no deben intentar detener la historia. Deben apostar por sociedades con cohesión y drástica reducción de las desigualdades.

Entre las tribulaciones del pasado ha emergido la ilusión del cambio, de las voces del pueblo, de la restauración de la dignidad para las poblaciones indígenas que son, y se saben, parte del cambio, de los procesos electorales como garantía del cambio; la certeza de saber que solo las urnas van a cambiar el destino de las naciones y que nada podrá impedirlo. Es el primer paso, establecer el tejado que debe albergar políticas de corte socialdemócrata que aboguen por eliminar las desigualdades. Gustavo Petro lo tiene claro: Diez principales apuestas de su Gobierno, biodiversidad, reforma tributaria, más políticas feministas, lucha contra el narcotráfico de manera eficaz y sobre todo cumplir con las recomendaciones de la comisión de la verdad para la implementación real y efectiva de los acuerdos de paz.

El presidente Petro ha puesto sobre la mesa la propuesta de la “paz total” que pasa, como nos comentó en Bogotá Danilo Rueda, Alto Comisionado para la paz en Colombia, en la reanudación de los diálogos de paz con la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y con otros grupos armados, además de crear diálogo en los territorios. El canciller Leiva viajó hace unos días a La Habana, con el senador Iván Cepeda y el propio Danilo Rueda para la reanudación de los diálogos. El 12 de agosto la Oficina del Alto Comisionado para la paz hizo públicas unas declaraciones del Alto Comisionado, que expresa, entre otras cosas, que “Este Gobierno anuncia oficialmente que reconoce la legitimidad de la Delegación de Diálogos del Ejército de Liberación Nacional en la búsqueda de la paz. En consecuencia, el Gobierno adoptará medidas políticas y jurídicas en el marco del derecho interno y el derecho internacional, para garantizar las condiciones que permitan el reinicio de las conversaciones con el ELN, incluido el reconocimiento de los Protocolos”.

Otro momento muy significativo y emotivo del discurso de investidura fuera cuando María José Pizarro, hija del excomandante del M19 y candidato presidencial Carlos Pizarro, le puso la banda presidencial el día de la toma de posesión. La paz se hará camino, la impunidad y el olvidó no camparán a sus anchas, el recuerdo de los fallecidos hallará por fin la justicia tanto tiempo esperado y el perdón, a su vez, encontrará su propio espacio. Cobran sentido las palabras del presidente cuando dijo “La paz es el sentido de mi vida, es la esperanza de Colombia, no podemos fallarle a la sociedad colombiana, los muertos se lo merecen, los vivos lo necesitan. La vida debe ser la base de la paz, una vida justa y segura una vida para vivir sabroso, para vivir feliz, para que la dicha y el progreso sea nuestra identidad”.

El futuro de Colombia será determinante para la estabilidad de la región. Y, si Lula gana, que es lo más probable, como nos dicen las encuestas, con un Chile, Colombia, Brasil y México, alineados en una agenda de progreso, su influencia irá in crescendo así como una posible integración regional que se vislumbra más verosímil que nunca. Es la oportunidad de no olvidar al pueblo, de luchar por la justicia social, de trabajar para erradicar la desigualdad, de hacer de América Latina un continente más próspero. De no olvidar que, si es necesario, volveremos a parirnos las veces que haga falta para luchar por aquellas causas como la paz que dan sentido a nuestras vidas. Esta vez el presidente electo debe cumplir su compromiso, la posibilidad de futuros alumbramientos no siempre cuentan con la generosidad del tiempo.

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