Cripto 1.0 ha estallado, ¿y ahora qué?
Ojo con sacar conclusiones erróneas. La tecnología de las criptomonedas tiene un futuro prometedor en el sector financiero
Debo reconocer que soy fan de lo cripto, pero no de las criptomonedas como clase de activos o como dinero en efectivo, sino como instrumento de innovación financiera. Cripto 1.0 es el bitcoin. Cripto 2.0 es el ethereum, una cadena de bloques que ofrece financiación descentralizada. A mí lo que me interesa es Cripto 3.0, el lugar de encuentro entre la tecnología y la economía y las finanzas reales.
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Debo reconocer que soy fan de lo cripto, pero no de las criptomonedas como clase de activos o como dinero en efectivo, sino como instrumento de innovación financiera. Cripto 1.0 es el bitcoin. Cripto 2.0 es el ethereum, una cadena de bloques que ofrece financiación descentralizada. A mí lo que me interesa es Cripto 3.0, el lugar de encuentro entre la tecnología y la economía y las finanzas reales.
La espectacular caída de FTX, la bolsa de criptomonedas, es una lección objetiva sobre cómo estallan las burbujas, impulsadas por la propaganda y dirigidas por chanchulleros. Pero conviene recordar que el estallido de la burbuja de las puntocom no supuso el final de las puntocom. FTX no es el final de las criptomonedas. Es el final de Cripto 1.0, y tal vez de Cripto 2.0. Es el final de las criptomonedas como inversión especulativa.
Me viene a la mente lo ocurrido en Alemania en el año 2000, cuando estalló su particular y salvaje versión de la burbuja de las puntocom. La burbuja fue peor en Alemania que en Estados Unidos porque en Alemania surgió de la nada, se dejó arrastrar y volvió al punto de partida. La gente que solía meter su dinero en cuentas de ahorro se zambulló de repente en el mercado de nuevas emisiones de empresas de las que nunca habían oído hablar. Cuando la burbuja estalló, los alemanes se lamieron las heridas y llegaron a la conclusión de que la tecnología digital era una patraña, y que debían apostar su futuro a la importación de gas ruso, productos químicos a gran escala y tecnología diesel. Todos sabemos cómo ha acabado esa historia.
La burbuja de las puntocom fue un error de juicio sobre cuándo era el momento oportuno, un fallo a la hora de diferenciar entre la innovación genuina y las pretensiones futuristas disparatadas, el culto a los héroes de la tecnología combinado con la euforia habitual asociada a todas las burbujas. Pero el mayor error de juicio, al menos en Alemania, llegó después. Lo que Estados Unidos entendió bien en el año 2000 fue que no había que confundir la burbuja detrás de la tecnología puntocom con la tecnología propiamente dicha.
Eso también es válido para las criptomonedas. La tecnología tras ellas es sólida. Las cadenas de bloques del bitcoin y del ethereum han funcionado sin interrupciones desde su creación. Pero las criptomonedas se han visto sometidas a una serie de burbujas inusitadas. ¿Se acuerdan de los tokens no fungibles (NFT, por sus siglas en inglés), que permiten a los propietarios de activos digitales demostrar su propiedad? Son una innovación importante, pero los NFT pasaron de su creación a la burbuja sin tiempo entremedias.
Lo que ha ocurrido en FTX es una combinación de Enron y las hipotecas de riesgo. Había una red nada transparente de filiales, y se tienen noticias de dinero desaparecido. FTX tenía 134 filiales, con un pasivo total estimado de 50.000 millones de dólares (justo el doble que Enron). Pronto sabremos quién está al otro lado de estos pasivos, y si estas empresas también se hundirán y arrastrarán a otras con ellas.
Las stablecoins, o monedas estables, son otra parte sospechosa del universo de las criptomonedas, muy vulnerable a un desplome sincronizado. Las stablecoins son el equivalente cripto de una caja de conversión vinculada al dólar. La gran diferencia es que en la caja de conversión los valores subyacentes son bonos del Tesoro de Estados Unidos, mientras que el mundo de las criptomonedas emplea una clase mucho más amplia de activos denominados en dólares, incluidos los productos derivados.
Los planes financieros sospechosos suelen ir acompañados de directores ejecutivos igualmente sospechosos y, a menudo, extravagantes. Uno de estos tipos era Sam Bankman-Fried, consejero delegado de FTX hasta hace unos días.
Pero ojo con sacar conclusiones erróneas. La tecnología de las criptomonedas tiene un futuro prometedor en el sector financiero. El estallido de la burbuja de las criptomonedas no hace más seguros nuestros sistemas de dinero fiduciario. Nuestro sistema ha creado inflación a través del uso excesivo de la flexibilización cuantitativa con la que los bancos centrales han financiado grandes déficits fiscales. La congelación de activos rusos tras la invasión de Ucrania conlleva un coste que aún está por contabilizar. Constituye una forma de incumplimiento de dos de las características intrínsecas del dinero: como medio de intercambio y como depósito de valor. El dinero también es un contrato social. Si solo cumplimos el contrato con nuestros aliados políticos, nuestros dólares y euros ya no serán dinero, sino pagarés, al igual que el bitcoin.
Aún no hemos llegado a ese punto. La mayoría de los lectores de esta columna, y un servidor también, confiarían más en nuestros gobiernos que en tipos como Bankman-Fried. Pero no debemos dar por sentado que todo el mundo lo hace. La balanza podría cambiar.
Pero es casi seguro que el bitcoin no se convertirá en una moneda mundial, sino en algo que quizá ni siquiera se haya inventado aún. Siendo justos, el bitcoin no se creó con esa finalidad, sino como medio para realizar transacciones eludiendo el control gubernamental. Esto no es tan sospechoso como parece. La oposición clandestina de Rusia utiliza bitcoins. También se usan para donaciones a África, por ejemplo, para evitar los enormes costes de intermediarios como Western Union. La capacidad de eludir a los dictadores y a los intermediarios que sacan tajada constituye un valor social gracias a la innovación financiera. Pero eso no lo convierte en una clase de activo sobre el que valga la pena especular. Desde luego, no es dinero.
El problema básico del bitcoin es la combinación del feudalismo de los primeros en adoptarlo y el sesgo deflacionario intrínseco. Los primeros adoptantes se hicieron multimillonarios. A la segunda generación de adoptantes probablemente también les fuera bien. En cuanto llegó al mercado de masas, se formó la burbuja. Quienes hayan comprado bitcoins a 40.000 dólares o más puede que nunca vean un beneficio en su vida. Lo que impulsa este feudalismo de los primeros adoptantes es el tope total sobre el volumen de bitcoins emitidos. Esto le da al bitcoin un sesgo deflacionario si alguna vez se convierte en una moneda como es debido. El patrón oro se derrumbó porque empujó al mundo hacia una espiral viciosa de deflación y depresión. El mundo no volverá al oro, ni a una versión cripto del oro. La cadena de bloques es casi con toda certeza la tecnología adecuada. Pero el bitcoin no es el protocolo adecuado. Hace falta algo que no haga increíblemente ricos a los primeros adoptantes, que no empobrezca a los tardíos, y que no cuente con ningún mecanismo para alterar la oferta monetaria.
Lo que estoy diciendo queda muy lejos. Hablo de décadas, no de años. Fuera incluso del horizonte de inversión más largo. No se puede especular con ello, del mismo modo que no se puede ir a corto plazo con el clima mundial. El bitcoin resultó ser una pésima apuesta contra la inflación. Pero la inflación aún podría llevar a un aumento de la demanda de criptodivisas en el futuro.
En el sector tecnológico hay un dicho: los inversores tienden a ser demasiado optimistas respecto al momento de una innovación, pero demasiado pesimistas en cuanto a su efecto final. Recuerden esto mientras se sientan a observar el espectáculo del derrumbe de las criptomonedas, regocijándose en el pensamiento de que ustedes ya lo habían predicho desde el principio.