Todos los muertos son nuestros

El racismo más cruel, la deshumanización del otro hasta extremos aniquiladores no causan pudor ni vergüenza, porque lo importante aquí es averiguar si los apaleados estaban, al caer, unos centímetros más aquí o más allá

El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, durante su comparecencia en el Congreso de los Diputados.Álvaro García

Que la discusión se centre en si los muertos cayeron de un lado u otro de la frontera da cuenta de la degeneración democrática a la que estamos llegando. ¿Se acordará el ministro Fernando Grande-Marlaska de que está hablando de seres humanos de carne y hueso con nombres propios, historias, dolores y esperanzas truncadas? Ocupado como está...

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Que la discusión se centre en si los muertos cayeron de un lado u otro de la frontera da cuenta de la degeneración democrática a la que estamos llegando. ¿Se acordará el ministro Fernando Grande-Marlaska de que está hablando de seres humanos de carne y hueso con nombres propios, historias, dolores y esperanzas truncadas? Ocupado como está en defender su poltrona, ¿se habrá parado a pensar en lo que supuso para todas esas personas verse tratadas peor que ganado, arrojadas unas sobre otras, malheridas, buscando desesperadamente el amparo de esta Europa que viene traicionándose a sí misma? ¿No le conmueven las imágenes recogidas por la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) hasta el punto de ver más allá del dedo que señala la luna?

Lo cierto es que todos los muertos de junio son nuestros, porque la frontera es esa estructura de violencia donde quedan en suspenso las leyes fundamentales y porque no es la frontera de Marruecos, es la de Europa. Y el mismo ministro que se sacude de encima las víctimas de la masacre para no asumir sus responsabilidades es el que elogió en su día la actuación de la gendarmería marroquí. Si actuó bien, entonces es que a Grande-Marlaska le parece aceptable el trato vergonzoso y grotescamente inhumano que la dictadura vecina dio a los inmigrantes en su territorio. Se seguirá financiando el control de los límites territoriales mediante su externalización a un país sin escrúpulos que ya en su día fue capaz de arrojar al mar a niños y bebés para darle una lección a España. A este régimen seguimos defendiendo desde un Gobierno de izquierdas, progresista, feminista y defensor de los derechos humanos.

Mientras se nos despistan de este modo, sin recordar de qué materia ética y moral están hechos sus votantes, no atienden al aliento fétido que se desprende de la bancada fascista, la que grita “¿y qué si hubo muertos?”. Sí, ¿y qué?, si no eran más que negros e inmigrantes, pobres cuyas vidas no valen nada. ¿Acaso fueron alguna vez los españoles oscuros de piel o escasos de riqueza? ¿Acaso se vieron obligados en algún momento de la historia a escapar de la persecución política, de la guerra, de la violencia o del hambre? Para nada, la amnesia desmemoriada, el racismo más cruel, la deshumanización del otro hasta extremos aniquiladores no causan pudor ni vergüenza, porque lo importante aquí es averiguar si los apaleados estaban, al caer, unos centímetros más aquí o más allá.

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