Los secretos que se lleva a la tumba Benedicto XVI

Ratzinger negó que el escándalo ‘Vatileaks’ tuviera nada que ver en su renuncia. La explicación sería convincente de no ser por los muchos años que ha sido capaz de sobrevivir después

El entonces cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (a la izquierda), saluda al papa Juan Pablo II, en el Vaticano, en 1985.Sambucetti (AP)

Benedicto XVI pasará a la historia no solo por haber dimitido de un cargo hasta entonces vitalicio, sino por haber dado vida a la figura del papa emérito, que es en realidad el que hereda esa condición. Ha sentado un precedente —una suerte de jubilación voluntaria— que puede mantenerse o no, dependiendo de lo que decidan sus sucesores. Su renuncia, ...

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Benedicto XVI pasará a la historia no solo por haber dimitido de un cargo hasta entonces vitalicio, sino por haber dado vida a la figura del papa emérito, que es en realidad el que hereda esa condición. Ha sentado un precedente —una suerte de jubilación voluntaria— que puede mantenerse o no, dependiendo de lo que decidan sus sucesores. Su renuncia, un acto de libertad total, prácticamente sin precedentes si exceptuamos el cese de Celestino V en el siglo XIII, es un hecho tan sobresaliente que dominará para siempre su notable biografía eclesiástica.

Sus 24 años al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, disciplinando a teólogos rebeldes y defendiendo la pureza del dogma; su apuesta por la liturgia tradicional y su convicción de que el misterio religioso reclama cierta magnificencia estética; sus múltiples escritos, incluidos los tres tomos sobre la infancia de Jesús que fueron éxito de ventas; sus encíclicas, exhortaciones motu proprio y discursos pronunciados en su pontificado que atestiguan su condición de gran intelectual… Un solo hecho, su renuncia, se impone sobre los demás. Joseph Ratzinger la justificó aludiendo a los achaques de la edad. Le faltaban las fuerzas para seguir llevando el timón de la Iglesia. Ya había cumplido los 78 años cuando fue elegido papa el 19 de abril de 2005, y acababan de instalarle un marcapasos. El suyo iba a ser un pontificado de transición. Pero nadie imaginó que su duración, apenas ocho años, fuera a marcarla el interesado y no los designios del Altísimo.

Muchos entendieron su renuncia como una decisión lógica ante la permanente rebeldía de la curia que le había dejado en ridículo con el escándalo Vatileaks. Recordarán que un mayordomo papal se dedicó a robar y hacer públicas cartas y otros materiales confidenciales del pontífice. Pero Ratzinger negó a su biógrafo oficial, Peter Seewald, dos semanas antes de anunciar su marcha, que aquel escándalo tuviera nada que ver en su decisión. Simplemente, se sentía sin fuerzas. La explicación era convincente y el tema hubiera quedado zanjado de no ser por los muchos años que Benedicto, que acaba de morir con 95 años, ha sido capaz de sobrevivir. De hecho, su etapa de emérito ha sido más larga que su pontificado. Y ese detalle viene a reabrir la cuestión. ¿Qué le decidió realmente a hacerse a un lado para permitir que un nuevo cónclave eligiera al arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, como su sucesor? Si entonces se sentía incapaz de dirigir la Iglesia, hay que preguntarse si no era aventurado ya postularse como pontífice a los 78 años cumplidos. Y Ratzinger lo hizo. Mantuvo un papel muy activo durante las exequias de Juan Pablo II y en el posterior cónclave, hasta el punto de convertirse en la más sólida promesa de regeneración de una Iglesia carcomida por los escándalos. ¿Se trataba de preservar a toda costa el legado y la memoria de su antecesor, ante el estallido inminente de los casos de abusos sexuales que han sacudido a la Iglesia? ¿Le empujaron los escándalos enormemente publicitados a abandonar precipitadamente el palacio apostólico? Probablemente nunca lo sabremos. Su muerte deja espacio al papa Francisco, eso sí, para plantearse una posible retirada a la que ya ha aludido alguna vez. Dos papas eméritos a la vez hubieran sido demasiado.

El papa Benedicto XVI da las gracias a los voluntarios de la Jornada Mundial de la Juventud, en Sídney (Australia), en 2008.Foto: Europa Press | Vídeo: EPV

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