Escandalizar al ‘progre’: la frivolidad de los intelectuales

Con la excusa de criticar legítimamente a un Gobierno (crítica, además, necesaria), cada vez son más los que coquetean con el autoritarismo

El escritor Tristan Tzara, en un momento de su discurso durante el congreso antifascista celebrado en Valencia en 1937, junto con el presidente de la sesión, Julien Benda.Walter Reuter-Fondo Guillermo Fernández Zúñiga

Tiene Guillermo Altares el buen gusto de abrir su nuevo ensayo, Los silencios de la libertad, con dos epígrafes de Primo Levi y de Georges Bernanos. El de Levi dice: “Hay que desconfiar de quien trata de convencernos con argumentos di...

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Tiene Guillermo Altares el buen gusto de abrir su nuevo ensayo, Los silencios de la libertad, con dos epígrafes de Primo Levi y de Georges Bernanos. El de Levi dice: “Hay que desconfiar de quien trata de convencernos con argumentos distintos a la razón, es decir, de los jefes carismáticos: hemos de ser cautos en delegar en otros nuestro juicio y nuestra voluntad”. El de Bernanos habla de la cólera de los imbéciles. No me ha dado tiempo aún de leer el libro, y como, contra lo que es costumbre en esta tierra, no comento libros que no he leído, dejaré los elogios para mejor ocasión. Me quedo, pues, en las citas del pórtico.

Hablan ambas de cómo la democracia decae cuando la razón deserta, pero yo pienso estos días en el daño que le infligen quienes hablan desde la razón más o menos ilustrada. Leo —en vez de leer a Altares, malditas distracciones— una entrevista a Jano García donde dice que no cree en la democracia y que prefiere un dictador que haga el bien común al actual Gobierno de España. No he leído sus libros y no puedo juzgarle más allá de esa entrevista, donde se expresa muy asertivo y sin ambigüedades, pero he comprobado que este exjugador de póker y agitador “políticamente incorrecto” es un fenómeno casi de masas cuyas opiniones resuenan con mucho eco en la bóveda de España.

Puede que la estupidez, el odio y el mesianismo desgasten la democracia, pero también hace lo suyo la frivolidad de los intelectuales. Con la excusa de criticar legítimamente a un Gobierno (crítica, además, necesaria), cada vez son más los que coquetean con el autoritarismo. Empezaron jugando a escandalizar a los progres, que es un juego divertido, porque se parece al de escandalizar a beatas. Pero, de tanto fumar farias para echar el humo a los moralistas y reírse de sus toses, han acabado cogiéndole gusto al vicio: salieron vestidos de naranja y ahora van de verde, sin haber pasado por el azul. Los más jóvenes, como García, siempre han ido de verde. A los más viejos les conocimos muchas chaquetas, incluso alguna de pana.

Hace casi 100 años, Julien Benda denunció La traición de los intelectuales que, por frivolidad o temperamento, abrieron las puertas a los fascismos, ungiéndolos de respeto y legitimidad discursiva. No solo debemos cuidarnos de la estupidez y de los mesías, sino de aquellos que abrazan la democracia como un oso, rompiéndole el costillar. Quizá no lleguen a matarla, pero facilitan el trabajo de los liquidadores.

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