La devastación de Sudán
La guerra en el país africano se mezcla ahora con la alerta de que 25 millones de personas están amenazadas por el hambre
Opacada a los ojos de la opinión pública internacional por los conflictos en Gaza y Ucrania, la guerra en Sudán acaba de cumplir 11 meses con consecuencias devastadoras para la población civil. Con casi 10 millones de desplazados internos y refugiados en los países vecinos y buena parte de la infraestructura básica del país destruida, a la amenaza de la violencia directa se suma ahora la del hambre. La voz de alerta la han dado Naciones Unidas y las organizaciones humanitarias q...
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Opacada a los ojos de la opinión pública internacional por los conflictos en Gaza y Ucrania, la guerra en Sudán acaba de cumplir 11 meses con consecuencias devastadoras para la población civil. Con casi 10 millones de desplazados internos y refugiados en los países vecinos y buena parte de la infraestructura básica del país destruida, a la amenaza de la violencia directa se suma ahora la del hambre. La voz de alerta la han dado Naciones Unidas y las organizaciones humanitarias que quedan sobre el terreno: unos 25 millones de personas, aproximadamente la mitad de la población del país, se enfrentan a la escasez de agua, comida y medicamentos.
La caída del dictador Omar al Bashir en 2019, arrastrado por una ola de protestas populares, generó la ilusión de una transición a la democracia. Sin embargo, los mismos militares que sostuvieron su régimen durante más de un cuarto de siglo se aferraron al poder e hicieron descarrilar una y otra vez el proceso democrático. Finalmente, la ambición y las diferencias entre dos de ellos, el general Al Burhan y el líder de las Fuerzas de Apoyo Rápido, Mohamed Hamdan Dagalo, alias Hemedti, condujeron al país a una guerra que se libra con un enorme afán destructivo por ambos bandos.
Con cientos de hospitales, escuelas, fábricas y campos de cultivo destrozados por las bombas y ciudades enteras saqueadas, la población se ha visto atrapada en medio del conflicto. Ni los militares ni los paramilitares se han sometido a las normas de toda guerra, como abrir corredores humanitarios o respetar la vida de los civiles. La ONU habla de un “clima de terror” y los testimonios de violaciones y masacres, sobre todo en Darfur, comienzan a aflorar. Save the Children acaba de alertar de que, de los 25 millones de personas amenazadas por el hambre en Sudán, unos 230.000 niños y sus madres, así como mujeres embarazadas, van a morir “probablemente” en los próximos meses.
La gran diferencia es el adverbio. Naciones Unidas calcula que apenas se ha conseguido cubrir el 5,5% de la financiación necesaria para la asistencia humanitaria a los desplazados y refugiados, muchos de ellos en países a su vez tan pobres e incapaces de articular una respuesta en condiciones como Chad, Sudán del Sur o Etiopía. Si la comunidad internacional no hace un esfuerzo ajustado a la dimensión de la crisis, imágenes como las de las hambrunas de Biafra o Somalia emergerán para recordarnos que un día estuvimos a tiempo de evitar esas muertes y que la indiferencia es el aliado más cruel de toda guerra. Los hombres, mujeres y niños de Sudán se merecen, también, tener un futuro.