La devastación de Sudán

La guerra en el país africano se mezcla ahora con la alerta de que 25 millones de personas están amenazadas por el hambre

Una familia de desplazados sudaneses en Adre, en la frontera entre Sudán y Chad, en julio de 2023.Zohra Bensemra (REUTERS)

Opacada a los ojos de la opinión pública internacional por los conflictos en Gaza y Ucrania, la guerra en Sudán acaba de cumplir 11 meses con consecuencias devastadoras para la población civil. Con casi 10 millones de desplazados internos y refugiados en los países vecinos y buena parte de la infraestructura básica del país destruida, a la amenaza de la violencia directa se suma ahora la del hambre. La voz de alerta la han dado Naciones Unidas y las organizaciones humanitarias q...

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Opacada a los ojos de la opinión pública internacional por los conflictos en Gaza y Ucrania, la guerra en Sudán acaba de cumplir 11 meses con consecuencias devastadoras para la población civil. Con casi 10 millones de desplazados internos y refugiados en los países vecinos y buena parte de la infraestructura básica del país destruida, a la amenaza de la violencia directa se suma ahora la del hambre. La voz de alerta la han dado Naciones Unidas y las organizaciones humanitarias que quedan sobre el terreno: unos 25 millones de personas, aproximadamente la mitad de la población del país, se enfrentan a la escasez de agua, comida y medicamentos.

La caída del dictador Omar al Bashir en 2019, arrastrado por una ola de protestas populares, generó la ilusión de una transición a la democracia. Sin embargo, los mismos militares que sostuvieron su régimen durante más de un cuarto de siglo se aferraron al poder e hicieron descarrilar una y otra vez el proceso democrático. Finalmente, la ambición y las diferencias entre dos de ellos, el general Al Burhan y el líder de las Fuerzas de Apoyo Rápido, Mohamed Hamdan Dagalo, alias Hemedti, condujeron al país a una guerra que se libra con un enorme afán destructivo por ambos bandos.

Con cientos de hospitales, escuelas, fábricas y campos de cultivo destrozados por las bombas y ciudades enteras saqueadas, la población se ha visto atrapada en medio del conflicto. Ni los militares ni los paramilitares se han sometido a las normas de toda guerra, como abrir corredores humanitarios o respetar la vida de los civiles. La ONU habla de un “clima de terror” y los testimonios de violaciones y masacres, sobre todo en Darfur, comienzan a aflorar. Save the Children acaba de alertar de que, de los 25 millones de personas amenazadas por el hambre en Sudán, unos 230.000 niños y sus madres, así como mujeres embarazadas, van a morir “probablemente” en los próximos meses.

La gran diferencia es el adverbio. Naciones Unidas calcula que apenas se ha conseguido cubrir el 5,5% de la financiación necesaria para la asistencia humanitaria a los desplazados y refugiados, muchos de ellos en países a su vez tan pobres e incapaces de articular una respuesta en condiciones como Chad, Sudán del Sur o Etiopía. Si la comunidad internacional no hace un esfuerzo ajustado a la dimensión de la crisis, imágenes como las de las hambrunas de Biafra o Somalia emergerán para recordarnos que un día estuvimos a tiempo de evitar esas muertes y que la indiferencia es el aliado más cruel de toda guerra. Los hombres, mujeres y niños de Sudán se merecen, también, tener un futuro.

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