Los del Real Madrid también lloran

El derbi que escondía la final de la Champions se vivió en X desde la contención y el pesimismo de quien lleva toda una vida perdiendo (o casi)

El Real Madrid celebra la victoria en la final de la Champions contra el Borussia Dortmund.Frank Augstein (AP/ LaPresse)

El primer recuerdo vinculado al fútbol hay que buscarlo muy atrás en la memoria. Para una mujer (milenial), puede ser llevando a los primos a algún campeonato perdido en un campo de tierra de un pueblo más perdido aún. La única distracción posible, bajo un sol para cocerse, era buscar si entre los púberes entrenadores estaba el chico guapo del barrio. Ya entonces, la vida empezaba muy pronto.

Luego la cosa se iba complicando. En una adolescencia donde los grupos mixtos eran una rareza (“los niños con los niños, las niñas con las niñas”, que cantaba Fernando Esteso (!)), se tomaba partido por algún equipo, más por obligación social que por devoción a nada. En una casa dominada por el matriarcado (hermanas, madres y abuelas), el fútbol seguía desaparecido. Solo se hacía notar cuando sonaba el claxon del Opel Kadett de aquel guapo del barrio, que había dejado atrás la pubertad, celebrando un triunfo del Real Madrid ante un hogar que, desprovisto de un macho alfa, se presuponía culé.

Porque siempre era así: el Real Madrid gritaba (ganaba), los otros, callaban (perdían). En uno de los pocos lugares en los que se producía una mezcla inevitable de sexos, la explanada para pasear al perro, se podía asistir al baile de los triunfadores, con sus camisetas blancas, hablando sin parar, frente a la cabeza gacha de los perdedores, anhelando el momento en el que sus madres les gritasen por la ventana que era la hora de comer. En el extrarradio de un pueblo catalán, el amor a la épica de la derrota era una obligación. Un recurso íntimo de supervivencia.

Con los años, el revoltijo de ambientes y la mudanza a la ciudad, se descubre que el Barcelona es “més que un club” bastante poblado, con seguidores tan fanáticos y espartanos que pueden estar a las nueve de la noche de un miércoles de invierno de frío y lluvia pidiendo carnés a la puerta del estadio para pasar dos horas de pies y manos heladas y ver de lejos lo que parece un balón. Capaces de celebrar un gol apretando los puños, sin levantarse del asiento, conteniendo la alegría de ese acierto azaroso, no sea que tanto festejo trunque prematuramente la victoria. Un 5-0 en casa tampoco es para echar las campanas al vuelo.

Y así, curiosamente, se sufrió el sábado la previa de la final de la Champions en X. Un sitio donde el insulto es como los buenos días al entrar al bar, el derbi que se escondía en el Borussia Dortmund Real Madrid se vivió desde la contención y el pesimismo de quien lleva toda una vida perdiendo (o casi). Los seguidores del Barça (o del Atlético de Madrid) se prepararon desde el principio para lo peor, y solo esperaron a que sus presagios, su barriga revuelta y sutil dolor de cabeza, se hiciesen realidad. Sin improperios, sin amenazas, solo con un quejumbroso malestar preventivo.

“Cero ilusiones, sábado de rutinas y clásicos del cine de los noventa hasta bien entrada la madrugada. Adiós, pequeña, adiós”, escribió el periodista (y gallego) Rafa Cabeleira. “Aviso de servicio público para los amigos y amigas culés: habrá un momento en el que pensaréis que el Borussia puede ganar la Champions. No os dejéis engañar, no cedáis al monstruo de la esperanza: será peor. Ánimos”, añadió otro del gremio, y sufridor irredento, Toni Garcia Ramon.

El Real Madrid cumplió y no puso a toda esa gente en el compromiso de tener que estar alegres por un día por la derrota (que no ocurrió) del eterno rival. Los hashtags #halamadrid #aporla15 arrasaron en X. Un vídeo de Tomás Roncero colgado en la red social recordó que hasta los que (casi) siempre ganan también lloran. Para que nadie olvide que hasta las lágrimas les pertenecen.

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