Para esto servía el solsticio de verano

La vida ha evolucionado en un planeta sometido a los ritmos de invierno y verano durante 4.000 millones de años

El monumento megalítico de Stonehenge.Jason Hawkes (Getty)

Vivimos un tiempo muy especial, conocido y celebrado desde la noche de los tiempos, explicado por los astrónomos y cantado por los poetas, fuente de inspiración y delirio, júbilo y confusión, repetido cada año con tozudez astronómica desde 4.500 millones de años antes de que nuestra especie se asomara al mundo. Y eso es más o menos un tercio de la edad del universo, así que pocas bromas. Es el solsticio de verano, amigo. Ayer viernes fue el día más largo del año en el hemisferio norte, esa pequeña parcela del cosmos desde la que te escribo. ¿Y sabes qué tiene que ver el solsticio de verano con...

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Vivimos un tiempo muy especial, conocido y celebrado desde la noche de los tiempos, explicado por los astrónomos y cantado por los poetas, fuente de inspiración y delirio, júbilo y confusión, repetido cada año con tozudez astronómica desde 4.500 millones de años antes de que nuestra especie se asomara al mundo. Y eso es más o menos un tercio de la edad del universo, así que pocas bromas. Es el solsticio de verano, amigo. Ayer viernes fue el día más largo del año en el hemisferio norte, esa pequeña parcela del cosmos desde la que te escribo. ¿Y sabes qué tiene que ver el solsticio de verano con la vida en la Tierra? Llámalo clickbait y sigue leyendo.

Lo que ahora llamamos hogueras de San Juan o nit de foc era una fiesta pagana del solsticio miles de años antes de que San Juan bautizara a Cristo. El cristianismo, como otras religiones y tradiciones, no ha hecho más que inmatricularse las fiestas astronómicas de la prehistoria para apuntarse un punto ventajista. Las navidades y el solsticio de invierno son otro ejemplo clásico. El mérito de estas fechas señaladas corresponde al Sol radiante y a la inclinación de la Tierra respecto a él. En estos días los rayos solares nos pegan directos en el hemisferio norte, sobre todo en el trópico de Cáncer. Algunas de las celebraciones más antiguas provienen de Suecia y Finlandia, lo que es muy comprensible en unas latitudes en que la luz solar es oblicua y endeble casi siempre. Para los antiguos agricultores nórdicos, el solsticio de verano debía ser una auténtica bendición.

Pero la tradición es mucho más amplia que eso. Desde los orígenes del neolítico, hace unos 10.000 años, los humanos construyeron monumentos alineados con el Sol naciente del solsticio en Europa, Oriente Próximo, Asia y América. Hay toda una disciplina llamada arqueoastronomía que se ocupa de estas investigaciones. Stonehenge, la estructura megalítica de Wiltshire, Inglaterra, es un caso muy conocido, construido hace unos 5.000 años y cada vez más venerado por los visitantes.

La celebración del solsticio, según acabamos de saber, es mucho más antigua aún en el mundo vegetal. Millones de hayas en latitudes tan norteñas como las suecas y tan sureñas como las mediterráneas generan estos días todas las semillas que van a producir en el año. Solo en unos pocos días alrededor del solsticio. Otros árboles muestran una sincronización de ese estilo, pero las hayas son espectaculares por su asombrosa coordinación de norte a sur y de este a oeste del subcontinente europeo. Ninguna señal química ni hormona vegetal puede viajar toda esa distancia en solo unos pocos días. ¿Cómo lo hacen entonces?

Usan un “pistoletazo de salida celestial”, como dicen con cierta chunga los ecólogos polacos que han investigado el fenómeno durante 60 años. Las hayas no se comunican entre sí para sincronizarse. Simplemente, se guían por el solsticio de verano, según publican los científicos en Nature Plants. Las pruebas son indirectas, basadas en la observación precisa de muchos árboles un solsticio tras otro. La correlación de la generación de semillas con el día más largo es muy elocuente. Ahora hay que meterse en las tripas moleculares de las hayas —los genes que responden a la longitud del día, los sistemas celulares que construyen— para entender el fenómeno a fondo y regularlo en caso necesario. La conservación de los bosques no siempre consiste en sentarse a observarlos. A veces hay que actuar, como acabamos de ver con el lince ibérico.

La vida ha evolucionado en un planeta sometido a los mismos ritmos de noche y día, de invierno y verano y otros de mayor periodo durante 4.000 millones de años. Esos ritmos están íntimamente integrados en nuestra naturaleza más profunda. Recuérdalo mientras saltas la hoguera de San Juan.

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