Socorro, la ‘app’ del verano se ha comido mi vida

Así acabé atrapada en Stompers, la aplicación cuentapasos en la que compites con tus amigos por ser la persona que más camina en un día

Así es el podio diario en la 'app' StompersStompers

El viernes, cuando bajé a la calle para disfrutar de ese milagro que es un concierto en una plaza sin patrocinadores ni marcas, un amigo me esperaba frente a mi portal con su móvil en la mano. Daba pasos arriba y abajo, frenético. Subía un par de metros, media vuelta y bajaba de nuevo con la mirada concentrada pero perdida. Al verlo pensé que tramaba algo, pero en cuanto oyó la puerta cerrarse, gritó sin mirarme: “¡Necesito coger ese cohete!”. Ahí lo comprendí todo. Vaya, vaya. Así que estaba a punto de conseguir el truco para avanzar 750 pasos en Stompers, la app de moda que ha secuestrado mi verano.

Desde que la prescriptora Ainhoa Marzol la recomendó en gárgola digital, la newsletter que hay que leer para entender internet, he visto a las mentes más chispeantes de mi generación lanzarse cáscaras de plátano para provocar resbalones, batear a otros en la espinilla sin despeinarse o dar empujones para retrasar al resto en caminos perdidos. Como una partida del Mario Kart, pero sin coches, el funcionamiento de esta app que tiene a mi entorno en una marcha frenética y obsesiva es sencillo: se asocia al cuentapasos del móvil, añades a tus amigos, eliges un avatar pintón en una interfaz colorista en las antípodas del realismo cutre de la IA y compites por ser el que más pasos diarios camine entre las doce de la noche y las nueve de la noche del día siguiente. Los plátanos retrasan a quien te pise los pies y los cohetes te adelantan en la carrera. No hay más misterio en este invento que lanzó en mayo Soren Iverson, un desarrollador web de California conocido por sus “ideas desquiciadas” para apps que dominan nuestra rutina: él propuso una advertencia de nepotismo en los perfiles de LinkedIn para descubrir a los “hijos de” en las empresas o el botón de “superdislike en Tinder, pero Stompers sí es está operativa y, a la vista del resultado, es la mar de adictiva.

No miento si digo que vivo en un delirio colectivo: los 6.000 pasos diarios de mi inicio ahora se sienten miseria a frente a los 30.000 de los ansiosos de podio. Sé de personas que ya no hacen transbordos porque caminan los 10 kilómetros de ida (¡y vuelta!) que les separan de su trabajo. Me encontré a un conocido que infiltró su móvil (y estaba prohibido) en un local al que iba a jugar a otra cosa durante una hora con sus amigos (“¡Cómo iba a perder ese conteo!”, me dijo). Otro me susurró que si estoy en el sofá y meneo el móvil arriba y abajo no pierdo ritmo. Ya no sé cuántas veces puede una sacar a pasear a su perrita. Empiezo a pensar que, entre todos, hemos enloquecido.

La cuantificación y ludificación de nuestra vida en el teléfono ha provocado que parte de nuestro bienestar emocional se sostenga bajo unas cifras de carácter sacramental. Si los likes nos arropan, la meta diaria de pasos ofrece una falsa ilusión de importancia, un consuelo en la trampa de la optimización y mejora constante con la que nos disciplina el sistema. Esa teoría me la sé. Por eso he recordado mucho estos días cuando David Sedaris escribió sobre su adicción al Fitbit, el trasto que contaba sus pasos en su muñeca. Al pasar los 65.000 diarios temió que, por esa voluntad de superarse, ya no dejaría de caminar hasta que los pies se le separan por completo de los tobillos. Ahora entiendo aquel “quizá incluso sin pies seguiría caminando, clavando mis tibias desnudas en el suelo una vez tras otra. ¿Por qué hay gente que puede usar algo como el Fitbit como si nada, y a otros nos domina por completo, se vuelve nuestro amo y puede llegarnos a destrozarnos?”. ¿Y tú me lo preguntas?, pienso, mientras camino rápido por mi pasillo y lanzo otra cáscara en la app que se comió mi rutina.

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