La hora de Sheinbaum
La nueva presidenta de México dispone de un poder tan grande como los retos a los que se enfrenta: la pobreza y la violencia
México abrió este martes una nueva era política con la toma de posesión de Claudia Sheinbaum como presidenta. La primera mujer en dirigir el mayor país de lengua española del mundo empieza su mandato con un amplio margen de maniobra para luchar contra la pobreza y reducir la criminalidad, las dos mayores lacras de México. Aparte de la aplastante mayoría electoral que obtuvo el 2 de junio, con más de 30 puntos de diferencia sobre su inmediata competidora, Sheinbaum dispone de una fuerte mayoría en el Congreso —que en la práctica le permitiría incluso modificar la Constitución— así como de un partido —Morena— que gobierna en 24 de los 32 Estados mexicanos. Es un poder inédito que se enfrentará a retos igualmente formidables.
El primero de todos es la seguridad. En una tierra estragada por el narco, donde la sangre y el terror campan por doquier, Sheinbaum debe recuperar el espacio perdido en los últimos años e imponer el Estado de derecho. El argumento de la mandataria, de 62 años, de que la principal vía para acabar con la criminalidad es atacar su raíz, la pobreza, es muy válido, pero no agota otros caminos igualmente importantes como el fortalecimiento de la seguridad y, sobre todo, la forja de un pacto que, más allá de los intereses cortoplacistas, aglutine a todas las instituciones y partidos en la histórica meta de reducir la violencia.
Como parte del combate contra la pobreza —tarea que su antecesor, Andrés Manuel López Obrador, acometió con notable éxito—, la nueva presidenta debe activar los resortes económicos de México y alejar el fantasma de la desaceleración. Elevar la productividad, reducir el déficit y ganar la confianza de los inversores extranjeros son objetivos prioritarios de este inicio de mandato. La elaboración del presupuesto para 2025 y la gestión inteligente de la herencia legislativa dejada por López Obrador representan una primera oportunidad para conseguirlo.
La polémica reforma judicial, que someterá a partir de 2025 al criterio de las urnas la elección de los jueces, puede devenir en un desastre en un país donde el clientelismo y la corrupción son moneda común. La presidenta, que en su discurso de investidura se atuvo a las líneas programáticas de su movimiento y defendió este cambio, aún está a tiempo de generar los amortiguadores necesarios y, en todo caso, evitar el dislate de que la abstención sea tan alta, como ha ocurrido en Bolivia, que la reforma fracase precisamente ahí donde buscaba legitimarse: el voto popular.
Sheinbaum, que prometió en su investidura no defraudar, tiene la experiencia y el poder para llevar adelante un buen sexenio. Pero deberá evitar el triunfalismo. Más allá de las ceremonias, en el recién estrenado mandado afronta los retos de no caer ensimismada en la demagogia partidista, ni abusar del rodillo parlamentario o atender solo a las voces más radicales. Superar los conflictos del pasado pasa por no agrandarlos —como en el reciente caso de la exclusión del Rey de España de la toma de posesión—, sino por tender la mano y ser capaces de escuchar al contrario, tal y como anunció en su discurso.
Es la hora de Sheinbaum. Es el momento de que por primera vez en la historia de México una mujer gobierne. “No llego sola, llegamos todas”, dijo la presidenta, a quien avalan una sólida base electoral, su experiencia de gestión y un intachable historial de honestidad. Ha llegado también el día de que la oposición entienda que perdió las elecciones y abandone su perenne catastrofismo. México los necesita a todos para estar a la altura de sus desafíos.