Guardaos de los colegas
La revisión por pares es el peor de los sistemas científicos posibles, exceptuando a todos los demás
¿Cuál es el concepto más enrevesado de la ciencia? ¿La tabla periódica? ¿La evolución genómica? ¿El entrelazamiento cuántico? Nada de eso. Es la revisión por pares, amigo. Cuando un investigador descubre algo, su primera preocupación es escribir un borrador y mandarlo a una revista profesional. Los editores rebotan el manuscrito a dos o tres científicos especializados en el mismo sector (los pares) para que lo revisen y les recomienden aceptarlo, rechazarlo o pedir al autor que lo modifique tras hacer algún experimento adicional, o añadiendo a la discusión ciertos puntos de vista alternativos,...
¿Cuál es el concepto más enrevesado de la ciencia? ¿La tabla periódica? ¿La evolución genómica? ¿El entrelazamiento cuántico? Nada de eso. Es la revisión por pares, amigo. Cuando un investigador descubre algo, su primera preocupación es escribir un borrador y mandarlo a una revista profesional. Los editores rebotan el manuscrito a dos o tres científicos especializados en el mismo sector (los pares) para que lo revisen y les recomienden aceptarlo, rechazarlo o pedir al autor que lo modifique tras hacer algún experimento adicional, o añadiendo a la discusión ciertos puntos de vista alternativos, y lo vuelva a someter a una nueva evaluación. El proceso puede resultar fatigoso, pero al final es lo único que distingue un paper, o artículo científico, de un simple rumor.
El sistema sería perfecto en un mundo ideal, y de hecho funciona bastante bien en las publicaciones de más prestigio. En el manifiestamente perfectible mundo real, y con 28.000 revistas científicas en circulación, el proceso tiene más agujeros que una esponja de baño. El agujero principal son las llamadas revistas predadoras (predatory journals), una serie de publicaciones científicas que parecen legítimas, pero no lo son: se inventan la revisión por pares, tergiversan sus comités editoriales y ocultan información sobre las cargas dinerarias que exigen a los autores, que es justo de lo que viven. Son un cáncer del sistema que debe erradicarse cuanto antes, y la comunidad científica está en ello.
Las argucias fraudulentas para inflar el currículum de los investigadores mediocres no acaban ahí ni mucho menos, como ilustra el triste caso del rector de la otrora prestigiosa Universidad de Salamanca, Juan Manuel Corchado (véase el último artículo de Manuel Ansede en este periódico y las referencias citadas ahí). El apoyo de la universidad a su rector y la tibia o inexistente reacción de otras instituciones españolas ante este escándalo resultan francamente difíciles de comprender, dicho sea de paso. Pero en fin, dejando aparte estos casos extremos, y parafraseando a Churchill, la revisión por pares es el peor de los sistemas científicos posibles, exceptuando a todos los demás.
La revisión por pares cumplirá pronto dos siglos. Data de 1831, cuando la inventó la Royal Society de Londres, la sociedad científica más antigua del mundo, y la principal organización para promover la investigación en el Reino Unido desde su fundación en 1660. La institución británica está publicando su gigantesca colección de revisiones por pares para sus dos publicaciones, Philosophical Transactions y Proceedings, que abarcan de 1832 a 1954 y contienen indudables joyas del género. Por ejemplo, cuando la Royal Society pidió en 1877 a Robert Clifton que revisara dos manuscritos sobre óptica, el tipo se largó un verdadero ensayo de 24 páginas escritas a mano y se vio obligado a disculparse ante los editores: “Me van ustedes a odiar por molestarles con esta carta tremendamente larga, pero espero que su enfado se haya apaciguado antes de que volvamos a vernos”. Muy británico, sin duda.
En el extremo opuesto cabe mencionar la revisión que hizo en 1950 el geofísico Harold Jeffreys sobre un paper enviado para su publicación por el matemático James Oldroyd: “Conociendo al autor, tengo confianza en que su análisis sea correcto”. Teniendo en cuenta que el manuscrito versaba sobre el “continuum elástico anisotrópico”, hay que admitir que el enfoque de Jeffreys fue comprensible en aquella ocasión. Pese a su fama, sin embargo, no todos los británicos son adeptos al understatement, como demuestra la evaluación que hizo en 1900 el físico Shelford Biswell sobre un manuscrito de su colega Frederick Edridge-Green: “Yo estaba preparado para descubrir que su nuevo paper era una basura, y resultó que era una basura tan apestosa que no habrá persona competente que pueda verlo de otra manera”. En nuestros días hay quien defiende que las revistas deberían hacer públicas las revisiones de los pares, pero casos como este parecen justificar su confidencialidad. Pobre Edridge-Green.