Las guapas de Sevilla

No hay identidad territorial sin un poco de mito, de supremacía y unos argumentos tan irracionales como los de la belleza femenina

Sevilla en el siglo XVI, ilustración de Georg Braun y Franz Hogenberg publicada en 1588 en 'Civitates orbis terrarum IV'.DEA / A. DAGLI ORTI

Pero qué guapas que son las de Sevilla. Desde luego, mucho más que las toledanas. O al revés: ¡qué hermosas las toledanas, les dan mil vueltas a las de Sevilla! Claro que sí: los del pueblo de al lado son siempre más feos y más catetos que los del nuestro. O no lo son, pero nos lo parecen, porque parte del principio de autoafirmación que cada colectivo construye para convencerse de que sus logros son merecidos está basado en la idea de que lo propio es lo mejor. Y en esa exaltación ha entrado históricamente el aspecto físico de las mujeres.

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Pero qué guapas que son las de Sevilla. Desde luego, mucho más que las toledanas. O al revés: ¡qué hermosas las toledanas, les dan mil vueltas a las de Sevilla! Claro que sí: los del pueblo de al lado son siempre más feos y más catetos que los del nuestro. O no lo son, pero nos lo parecen, porque parte del principio de autoafirmación que cada colectivo construye para convencerse de que sus logros son merecidos está basado en la idea de que lo propio es lo mejor. Y en esa exaltación ha entrado históricamente el aspecto físico de las mujeres.

Vivo en el lugar adecuado y estamos en el día oportuno para explicarles que en las calles de Castilla en la Edad Media se argumentaba sobre si las toledanas eran más guapas que las sevillanas. De esas charlas, quizás junto al brocal de un pozo o entre vinos, nada serio nos ha quedado salvo el testimonio de la poesía, que guarda en sus versos los sueños y las obsesiones de ayer para que los conozcamos los lectores de hoy. La rivalidad entre toledanas y sevillanas aparece en los poemas del siglo XV; distintos poetas se alinean en un bando u otro en los cancioneros de la época. Tenemos, por ejemplo, a un toledano llamado Pedro Lagarto, un músico que pone la melodía a una coplita que circulaba en alabanza de la belleza de las toledanas y en detrimento de las sevillanas: “Las doncellas de Sevilla / lindas son a maravilla, / pero no son su servilla / de las damas toledanas”. Para Lagarto, las de Sevilla no les llegábamos ni a la suela de los zapatos (no es otra cosa la servilla o sandalia) a las toledanas. La coplilla está incluida en el Cancionero de Palacio y empieza diciendo algo tan categórico como “Callen todas las galanas, / con las damas toledanas”.

Lagarto hizo bien en no enemistarse con las mujeres de la ciudad en que vivía, y habló, como decían los latinos, pro domo sua, a favor de sus guapas. Los sevillanos lo hicieron a favor de las suyas. Y alguno hubo que intervino en la porfía especificando que se debatía no sobre las mujeres en general sino sobre las monjas de Toledo y de Sevilla, un argumento que limpiaba toda sospecha de lascivia, pues así la discusión quedaba en el tranquilizador terreno de lo pío. No faltó la voz mediadora que pedía paz. Alfonso Álvarez de Villasandino había intervenido diplomáticamente con un argumento ganador, el de que hay guapas por doquier. Escribió: “En todas partes hay dueñas lozanas, / doncellas hermosas a gran maravilla, / Sevilla y Toledo, Toledo y Sevilla”.

Si desde la literatura se ve el desenvolvimiento de un tópico historiográfico (la defensa de lo propio asociada al enaltecimiento de la belleza de la mujer), desde la historia de la lengua constatamos un hecho significativo: la rivalidad entre Sevilla y Toledo en algo tan subjetivo como la belleza de las damas empezaba a ser el trasunto, uno más, de la oposición que en los siglos XV y XVI se construía en torno a los centros de poder que se iban asentando en España.

El mito se construye contra la historia. Pero no hay identidad geográfica sin un poco de mito, un componente de supremacía, un halo de ancestral protección divina y unos argumentos tan irracionales como este de la belleza femenina, o la singularidad de la tradición o las peculiaridades sociales. Y lo curioso es que sobre ese relato emocional se construye la razón de los Estados. La discusión estética sobre las mujeres es una anécdota simpática que no puede ocultarnos las distinciones que mueven realmente la porfía: las económicas. En una España que carecía de capital estable y con una corte ambulante que itineraba a capricho del rey, se estaba empezando a disputar de manera abierta sobre la importancia de Sevilla respecto a otros territorios (entre ellos, singularmente, Toledo) en prelación demográfica y económica así como en favor real. América (el puerto sevillano, la flota y su gestión económica y humana) vino en el siglo XVI a ayudar en esta rivalidad a Sevilla y a Andalucía en general, que había duplicado su superficie tras la toma de Granada. Por su parte, Madrid (nombrada capital en 1561) fue la gran destructora del poder toledano. Y estos centros, Madrid y Sevilla, son los que, a la postre, generan los dos grandes modelos de pronunciación del español que tenemos hoy: los fenómenos de escisión lingüística del Reino de Sevilla ocurren en el siglo XVI. La aparente controversia sobre las guapas candidatas a Miss Corona de Castilla prefiguraba una rivalidad de otra naturaleza, de jerarquía administrativa y económica.

Considerada en sí misma, la polémica es divertida, prescindible y... desarrollada entre varones. Porque mientras esto ocurría en los siglos XV y XVI, ellas, en general, no escribían, no dejaban su testimonio para la posteridad. Guapas, feas, desdentadas o gallardas, las mujeres toledanas y sevillanas asistían mudas a este pleito poético sobre su belleza. Por eso, en este 8 de marzo en el que hablarán tanto de nosotras, quiero acordarme de las toledanas y sevillanas que me precedieron: las calladas, las que entre partos, coladas y faenas, no envidiaban a las de la otra ciudad sino a los poetas varones que sabían leer y podían permitirse inventar debates y escribir sobre ellas. Qué bien poder hacerlo yo ahora.

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