Cómo producir el doble de alimentos en 2050 en un escenario de deterioro de las tierras y sin agua

Un informe elaborado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) alerta sobre la creciente degradación de los recursos de suelo y agua durante la última década y las dificultades para alimentar a 10.000 millones de personas en 30 años

Mariam Cisse, 51 años, presidenta de la asociación Kawral en Dabaly. El proyecto 'Un millón de cisternas para el Sahel' de la FAO tiene como objetivo promover y facilitar la introducción de sistemas de recolección y almacenamiento de agua de lluvia para las comunidades vulnerables, especialmente las mujeres.Benedicte Kurzen/NOOR (FAO)

Dentro de 30 años, cerca de 10.000 millones de personas habitarán nuestro planeta, unos 2.000 millones más que ahora, según las proyecciones de la ONU. Para que haya comida para todos en 2050 y se alcance el segundo Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS), que es el de acabar con el hambre en 2030, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) sostiene en su informe El estado de los recursos de tierras y aguas del mundo para la alimentación y la agricultura. Sistemas al límite (SOLAW 2021) que la agricultura necesitará producir el doble de alimentos con respecto a 2012, año de referencia escogido para esta estimación.

Supone un reto mayúsculo, a tenor de los datos y conclusiones que refleja este documento publicado el pasado jueves, teniendo en cuenta el escenario al que nos enfrentamos: a la incertidumbre generada en la agricultura, ganadería y pesca por los fenómenos meteorológicos extremos propiciados por el cambio climático, se unen la pérdida de biodiversidad y una progresiva degradación del suelo –es decir, que es menos productivo– y de la escasez de agua como consecuencia, principalmente, de las acción humana.

Nuestra seguridad alimentaria futura dependerá de la protección de nuestros recursos de tierras, suelos y aguas
Qu Dongyu, director general de la FAO

“Las presiones actuales sobre los ecosistemas de tierras y aguas son intensas y muchos de ellos están sometidos a tensiones que los están llevando a un punto crítico”, señala Qu Dongyu, director general de la FAO, en el prólogo de este informe de síntesis –el documento completo estará disponible en 2022. “En este contexto, está claro que nuestra seguridad alimentaria futura dependerá de la protección de nuestros recursos de tierras, suelos y aguas”, sostiene en otras líneas del prefacio.

En 2011, la FAO publicó el primer estudio de este tipo (SOLAW 2011) y sus páginas ya advertían sobre el riesgo que corrían muchos sistemas agrícolas. Diez años después, el empeoramiento se ha mantenido y agravado. Tal y como indica el informe de 2021, de los 11.477 millones de hectáreas que abarca la cubierta terrestre mundial, el estado biofísico –serie de indicadores para conocer la salud general del suelo– de 5.670 millones de hectáreas está empeorando y 1.660 millones (el 34% de los terrenos agrícolas) se están degradando por la acción del ser humano. Cada año, se extraen del agua renovable interna de los ríos y acuíferos de todo el mundo 4.000 km³ (un 10% del total) habiéndose reducido los recursos hídricos renovables internos per cápita a nivel mundial un 20% entre el año 2000 y 2018. En cuanto al estrés hídrico, es decir, la extracción de agua dulce en proporción a los recursos disponibles, aumenta ligeramente cada año y actualmente se sitúa en el 18,4%, según el indicador 6.4.2 de los ODS –en el año 2000 era del 15,4%.

Progresiva degradación del suelo

“La degradación de las tierras agrícolas es consecuencia de tener que alimentar a un mayor número de personas y, por ello, en muchos casos, estamos intensificando la producción de forma no sostenible”, explica por teléfono Vera Boerger, una de las autoras del informe SOLAW 2021 y miembro de la división de Tierras y Aguas de FAO. “Al tener que producir más comida por el aumento de la presión demográfica conlleva una mayor presión en los recursos hídricos. Queremos vivir mejor y comer mejor: por ejemplo, en algunos sitios se come cada vez más carne, por lo que practica una ganadería intensiva que demanda mucha más agua”, cuenta por videoconferencia Patricia Moreno Mejías, especialista en aguas y también autora del estudio.

“Con la agricultura intensiva, en una misma tierra hay varios cultivos al año y, claro, muchas veces no se deja que el suelo repose y descanse”, contextualiza Moreno. “El uso intensivo de agroquímicos hace que cambie la biodiversidad del suelo y se contamine. Los recursos de las tierras son limitados y quizá nos lleve unas horas o minutos degradarlos, pero se necesitan miles de años para que un centímetro de ese suelo vuelva a regenerarse”, añade Boerger. Según el estudio de la FAO, el aumento de la intensificación de las tierras de cultivo existentes se ve limitado por la erosión del suelo, el agotamiento del carbono, los nutrientes y la biodiversidad del suelo. También, el tratamiento de los fertilizantes inorgánicos no solo ha empeorado la salud del terreno sino que ha contribuido a la contaminación de las aguas dulces.

Los recursos de las tierras son limitados y quizá nos lleve unas horas o minutos degradarlos, pero se necesitan miles de años para que un centímetro de ese suelo vuelva a regenerarse
Vera Boerger, miembro de la división de Tierras y Aguas de FAO

“El sector agrícola es el mayor causante de la contaminación de los recursos hídricos. Mucha agua que se usa en el riego no se consume en los cultivos y no se evapora, sino que se drena y llega a las fuentes subterráneas o a algún tipo de embalse o lago. Y, claro, cuando se usan pesticidas y fertilizantes sin ningún control, ese agua está contaminada”, señala Moreno. Según el informe de la FAO, se estima que anualmente se vierten al medio ambiente 2.250 km³ de vertidos líquidos; de los cuales, 1.260 km³ (un 56% del total) se filtran en las tierras agrícolas. En el mismo estudio se advierte que se está superando la capacidad de los suelos para almacenar, amortiguar y degradar las aguas contaminantes y la FAO muestra su preocupación por la contaminación causada por los plaguicidas (sustancias que se utilizan para proteger los cultivos de los insectos, las malas hierbas, los hongos y otras plagas), así como por los fármacos destinados a la ganadería y los plásticos.

“Existe una presión global para que la agricultura sea más sostenible”, enfatiza Verger. Y arroja varios ejemplos: “Hay un movimiento agroecológico [aplicación de los procesos ecológicos en los sistemas de producción agrícola, pecuaria y forestal, así como en los sistemas alimentarios] para que los pequeños productores se adapten a áreas más pequeñas, pero también hay agricultura mecanizada a gran escala que hace que se remuevan las tierras y se utilicen de forma más eficiente los recursos. Y luego está la agricultura de precisión, que utiliza tractores conectados con satélites que les indican a los agricultores los cambios meteorológicos para ver cuándo es el mejor momento para realizar su actividad o para aplicar mejor los pesticidas, porque por ejemplo, si va a llover, no te sirven estos productos químicos”.

Escasez desigual del agua y los efectos del cambio climático

“La agricultura es parte causante de este deterioro del suelo y de la escasez del agua, pero también sufre la degradación”, opina Patricia Moreno Mejías. Según el estudio SOLAW 2021, el sector agroalimentario es el que extrae más agua con respecto a otros sectores: en la actualidad, consume el 72% de los recursos hídricos mundiales superficiales y subterráneos. Y la demanda ha aumentado con respecto a 2011, año en el que la agricultura consumía un 70% de los recursos. Una subida que también se ha visto reflejada en la demanda de agua subterránea: se estima que el regadío utiliza 820 km³ al año, lo que supone un aumento del 19% con respecto a 2010, año en el que se extrajeron 688 km³. Todo ello, teniendo en cuenta que la agricultura de secano produce el 60% de los alimentos del mundo y ocupa el 80% de las tierras cultivadas, mientras que el regadío produce el 40% en el 20% de las tierras.

Mboya Ka, beneficiaria de la instalación de una cisterna, recolectando agua en la aldea de Douly.Eduardo Soteras/ F

“Uno de los grandes problemas de la escasez de recursos hídricos es en aquellos países que no tienen agua superficial, como por ejemplo los de África del norte, donde hay muy pocas precipitaciones y están usando todos los recursos subterráneos sin ningún control. Y esto está llevando también a un gasto de las aguas fósiles que no son renovables”, recalca Moreno. Según la especialista en aguas de la FAO, tomando como referencia los datos del indicador 6.4.2 de los ODS, además de la zona septentrional del continente africano, algunos países de Oriente Medio, Asia Central y Asia meridional son los más afectados en todo el mundo por varios factores: la aridez de las tierras, la carestía de precipitaciones, un alto crecimiento poblacional, o los efectos del cambio climático como son la irregularidad de las lluvias o las inundaciones.

Cerca del 77% de las producciones agrícolas de países de ingresos medios y bajos se encuentra en regiones con escasez de agua

Tal y como detalla la FAO en su estudio, las tendencias del desarrollo y los efectos del cambio climático aumentan el riesgo para los medios de vida de las personas más vulnerables y pobres. En el informe se estima que cerca del 77% de las producciones agrícolas de países de ingresos medios y bajos se encuentra en regiones con escasez de agua y menos de una tercera parte tiene acceso al riego. Así pues, unos 1.200 millones de personas viven en zonas en las que el déficit de agua dificultan la agricultura y donde las sequías son frecuentes.

“En aquellos lugares donde los pequeños agricultores viven a expensas del clima, si no queremos que haya hambrunas o migraciones a otros países hay que buscar soluciones para que los trabajadores del campo puedan sobrevivir siendo el riego lo que debería estabilizar esa producción”, apunta Moreno, quien menciona como ejemplo uno de los proyectos que está llevando a cabo la FAO en zonas del África occidental, como en el Sahel, donde a través del programa Un millón de cisternas promueven y facilitan sistemas de recogida y almacenamiento del agua de la lluvia en las comunidades más vulnerables.

La autora del documento también destaca iniciativas como la Gran Muralla Verde, programa que lanzó la Unión Africana en 2007 en más de una decena de países situados en la región del Sahel para revertir la degradación de la tierra y la desertificación a través de la plantación y recuperación de árboles, o mediante la regeneración de tierras de cultivo, entre otras iniciativas de adaptación a los efectos adversos del cambio climático.

A pesar de que el informe SOLAW 2021 pone el acento en que la producción agrícola no está resultando sostenible teniendo en cuenta los retos a los que se enfrenta una población mundial en crecimiento, el director general de la FAO, Qu Dongyu, lanzó un mensaje esperanzador durante la presentación del estudio: “Los sistemas agroalimentarios pueden ser decisivos para aliviar estas presiones y contribuir positivamente a lograr los objetivos en materia de clima y desarrollo”.

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